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La penetración del capitalismo en México fue el secreto de la estabilidad con Díaz, sostenía

No toda insatisfacción masiva resulta en una revolución: Katz

La construcción de ferrocarriles en el país propició “un tremendo auge económico’’

Los perdedores en esa bonanza no sólo fueron los indígenas, sino campesinos y pueblos originarios

Foto
Friedrich Katz en imagen tomada de la portada del libro Revolución y exilio en la historia de México, con el cual se rinde homenaje al notable historiador
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Martes 26 de octubre de 2010, p. 4

Como una primicia para los lectores de La Jornada, publicamos un fragmento de la entrevista Sobre la Revolución Mexicana, que Emilio Kourí le hizo al historiador Friedrich Katz, quien falleció el pasado 16 de octubre. El texto completo de esa larga charla forma parte del volumen Revolución y exilio en la historia de México: del amor de un historiador a su patria adoptiva; homenaje a Friedrich Katz, coeditado por El Colegio de México y Ediciones Era, libro que pronto comenzará a circular en librerías

Friedrich Katz (Viena, 1927-Filadelfia, 2010), eminente historiador de la Revolución Mexicana, escribió dos grandes obras: La guerra secreta en México y Pancho Villa.

Fue por más de tres décadas catedrático de historia latinoamericana en la Universidad de Chicago.

En esta entrevista, realizada en español el 15 de octubre de 2009 en Chicago, Illinois, Katz explica su visión de esa revolución.

–Emilio Kourí: ¿Por qué hubo una revolución en México?

–Friedrich Katz: Esta pregunta implica dos problemas separados. El primero es obvio: para que haya una revolución hay que tener gente profundamente insatisfecha con la situación que impera en el país. Pero, segundo, no toda insatisfacción resulta en una revolución. Debe haber condiciones especiales que expliquen el porqué; en este caso, una masiva falta de satisfacción junto con las condiciones imperantes en el país condujeron a la revolución. Este es un problema más difícil que el primero.

Para explicar esta situación hay que volver a la historia de México. En 1821, después de muchos años de lucha, México alcanzó su independencia. Pero no tuvo, hasta fines de la década de 1860, un Estado estable. Eso se debió a muchas causas.

Por una parte, el Estado, lo que llamamos el México independiente, no tenía una integración económica. Los colonizadores españoles nunca trataron de integrar al país. Lo único que les interesaba era construir caminos que fueran desde las zonas que producían plata, oro y otros minerales hasta los puertos. México, además, tenía un terreno muy difícil en contraste con los Estados Unidos y con países de América del Sur. No había ríos navegables. La zona más rica, el Altiplano central, no estaba bien comunicada con otras partes del país. Hasta en la costa había montañas que impedían el tráfico, lo que generó costos muy altos de transporte. Hacia el norte había desiertos. Todo eso hizo que sólo oro, plata, y algunos otros productos de valor, pudieran ser exportados y que el capitalismo se desarrollara muy poco en esta época. A esto hay que añadir que en México hubo una serie de guerras, tanto extranjeras como civiles, que impidieron profundamente el desarrollo. Las guerras civiles se dieron, por un lado, entre la clase media, una parte de terratenientes modernizadores que querían impedir el monopolio completo que la Iglesia –la mayor terrateniente del país– ejercía, tanto sobre la ideología como en aspectos importantes de la economía, por lo que hubo constantes conflictos entre grupos liberales anticlericales y grupos conservadores pro clericales.

Un segundo tipo de conflicto, que en ocasiones era idéntico a este y otras no, era el desarrollado entre estados periféricos y el centro, cuyos grupos en el poder, los terratenientes, querían controlar el resto del país.

Un tercero eran las rebeliones campesinas contra los terratenientes, y las rebeliones indígenas contra grupos que querían someterlos, como la rebelión de los yaquis en Sonora o de los mayas en Yucatán. Por si esto fuera poco, México, más que cualquier otro país latinoamericano, fue objeto de invasiones extranjeras. Primero, la guerra con los Estados Unidos, que causó la pérdida de la mitad de su territorio, lo que desestabilizó profundamente al país y, segundo, la invasión francesa promovida por los conservadores, que llevó a una larga guerra civil también desestabilizadora y que, naturalmente, no ayudó a la recuperación económica de México.

En 1876, un golpe de Estado de Porfirio Díaz, un general que había sido uno de los héroes de la lucha contra los franceses, transformó al país.

Díaz pudo establecer, por primera vez, un gobierno estable sobre la base de una dictadura que él dirigió y que duró, con una interrupción, de 1876 a 1910. El secreto de su éxito fue, ante todo, la penetración del capitalismo en México. El mayor factor que la permitió fue la construcción de ferrocarriles, lo cual hizo accesible al extranjero los recursos minerales de México distintos al oro o la plata, como cobre y otros minerales, y además productos agrícolas. Como resultado, inversionistas extranjeros, ante todo estadunidenses, pero también europeos, empezaron a invertir en México. El resultado fue, por una parte, un tremendo auge económico.

El producto nacional bruto aumentó de modo considerable y el grupo en el poder, un sector financiero llamado los científicos –porque eran partidarios tanto del positivismo de Auguste Comte como del darwinismo social– fueron alabados en todo el mundo como hombres milagro que habían podido modernizar a México desarrollando su economía. No hay duda de que hubo un colosal desarrollo económico. Los costos de éste, sin embargo, eran muy diferentes para distintas clases sociales. Los beneficios los tenían los inversionistas extranjeros, especialmente grandes compañías petroleras y mineras como la American Smelting and Mining company y muchas otras, inglesas y norteamericanas, y en menor escala francesas y alemanas. También se beneficiaron los terratenientes –que en México poseían la mayor parte de la tierra cultivable–, quienes encontraron nuevos mercados para sus productos y, como consecuencia, sus ganancias aumentaron grandemente. Los perdedores eran, primero, grupos campesinos que durante la colonia habían logrado mantener sus tierras. Muchos eran pueblos originarios que poseían las tierras en común. Pero no sólo se trataba de indígenas (...)