Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poetas

Sonoridades celestes
NORMA ÁVILA

Kazuo Ishiguro: el encanto de la intimidad
JORGE GUDIÑO

Las dificultades del héroe
GERARDO MENDIVE

Representaciones de la Revolución Mexicana
JOSÉ LUIS ORTEGA

Insomnio americano
EDITH VILLANUEVA SILES

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Artes Visuales
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Orlando Ortiz

Hace doscientos años

La Nueva España, en aquellos primeros años del siglo XIX, estaba en crisis política y económica. Al terminar la primera década había fungido como virrey el Arzobispo don Francisco Javier Lizana y Beaumont; su gobierno duró sólo cinco meses, porque, en opinión de don Luis González Obregón, “él vino a ser un ejemplo más de que el Estado y la Iglesia en general [...] no deben estar unidos, ni en bien de los intereses eclesiásticos ni de los políticos”. Dicho prelado era austero, modesto, ingenuo y candoroso. Tal vez por eso debió dejar el cargo de virrey; el nuevo gobernante, don Francisco Javier Venegas, arribó a Veracruz el 25 de agosto y entró a Ciudad de México el 14 de septiembre. Le llevó tiempo su traslado porque se dice que venía “puebleando”, para enterarse directamente de la situación del país y de lo que se decía. Como, al parecer, desde entonces éramos muy querendones, se le organizaron fiestas a granel al nuevo virrey, desde luego que austeras, debido a la crisis. Para entonces ya habían sido aprehendidos doña Josefa Ortiz de Domínguez y su esposo.

El 16 de septiembre se inició el tercer día de festejos de bienvenida al señor Venegas, y entre las actividades programadas estuvo una función extraordinaria en el Coliseo, misma que se realizó sin problemas, a pesar de que ese mismo día, en la madrugada, el cura de Dolores, su hermano, dos oficiales del ejército regular del virreinato y diez hombres más, asaltaron la cárcel y liberaron a los reos –alrededor de setenta–, para luego regresar a la parroquia, lanzar al vuelo las campanas y ante la grey que acudió al llamado –posiblemente más por curiosidad que por devoción, pues el toque había sido a una hora insólita– el cura, después de alguna peculiar homilía, lanzó el grito de “¡Viva la religión y muera el mal gobierno y Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe!” Así comenzó la guerra de independencia. En la Ciudad de los Palacios es posible que en el teatro estuvieran enterados del levantamiento cuando estaba en el escenario El sí de las niñas, pero ya desde entonces, “fuera de la capital todo es Cuautitlán”. En pocas palabras, no tenía importancia.

El cuento anterior es porque hace unos días me asaltó la idea de que hay una especie de divorcio del Distrito Federal con respecto a otras entidades o ciudades del país; esto ha disminuido en las últimas décadas, pero no ha desaparecido por completo. La separación es tal, que en ocasiones parece que la capital es una república que nada tiene que ver con los otros estados integrantes de la federación.

Por allá pasan cosas que aquí se ignoran o no se les da importancia. La excepción, hoy, serían las noticias amarillistas, o las balaceras, ejecuciones y asesinatos; si acaso también se le concede espacio (o tiempo, en el caso de los medios electrónicos) a algunas manifestaciones o huelgas, pero sólo si fueron reprimidas. La violencia sería la condición sine qua non para ser noticia. ¿Sabemos, aquí, en el DF, cuántas huelgas hay en el país? ¿Estamos enterados del número de campesinos empobrecidos o de las superficies agrícolas que están abandonadas por falta de recursos y condiciones para ser explotadas? ¿Conocemos la situación imperante en las minas, las condiciones de trabajo de los mineros, en las maquiladoras? Muchas más preguntas como éstas podríamos hacernos y la respuesta sería ambigua, reveladora de que “sí estamos al corriente de todo eso pero de momento no sabríamos decir…”

Está de moda que cuanto se escriba sea referido a la celebración de los doscientos años de la Independencia (que en realidad se consumó en un primer momento en 1821, debió ser refrendada y defendida en 1829 y fue reconocida oficialmente por España en 1836), por ello traje a colación la historia. Como es bien sabido, adelantar la celebración unas cuantas horas fue obra de don Porfirio Díaz; lo curioso es que no se haya rectificado, y también que se diga que estamos celebrando el bicentenario de la Independencia cuando lo que tendríamos que estar recordando es el Grito de Dolores, que dio inicio a una guerra que duró once años.

Ahora que lo menciono, creo que ahí está la explicación de una costumbre muy mexicana: celebrar la construcción de algo (puente, plaza, biblioteca, acueducto, presa, hospital, termoeléctrica o cosas por el estilo) de acuerdo con la fecha en que se inicia la obra y no cuando se consuman y comienzan a funcionar. Cierto que a veces se finge que algo fue concluido y se inaugura con bombo y platillo, pero pasada la inauguración se pospone el funcionamiento hasta que quede de veras concluida la obra. Ejemplos hay muchos.