Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poetas

Sonoridades celestes
NORMA ÁVILA

Kazuo Ishiguro: el encanto de la intimidad
JORGE GUDIÑO

Las dificultades del héroe
GERARDO MENDIVE

Representaciones de la Revolución Mexicana
JOSÉ LUIS ORTEGA

Insomnio americano
EDITH VILLANUEVA SILES

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

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La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Foto: cortesía de lamula.pe

Kazuo Ishiguro:
el encanto de la intimidad

Jorge Gudiño

La tensión dramática es un elemento sin el que es difícil concebir buena parte de la narrativa contemporánea. Definirla en términos estrictos requiere adentrarse en el mundo de las controversias académicas, pese a que, desde un punto de vista muy simple, es aquello que atrapa la atención del lector. Partiendo de esta óptica, lo más común es llegar a la conclusión de que la tensión dramática descansa en la historia o, concretando, en la trama. La forma en que se conjuga la secuencia anecdótica crea un atractivo que es capaz de mantener en constante estado de alerta a la audiencia. Sobre todo en nuestros días en que la vorágine de imágenes y de formas narrativas no tradicionales logra captar el interés con unos cuantos “pases de mago”.

Los amantes de la literatura se dejan seducir por esta tensión dramática al margen de otros elementos que suelen privilegiar sobre ésta. No es raro escuchar a los especialistas hablando de profundidad discursiva o de diferentes tropos. Sin embargo, no por ello soslayan la importancia de un elemento que, en síntesis, es el que permite que deseemos seguir leyendo. Las complicaciones llegan cuando esta tensión dramática no está sostenida por la trama. Baste imaginar que la historia que nos es revelada no es generosa en acciones o que los personajes no están en medio de un impulso que los llevará a una epifanía. Desde esta óptica, parece imposible seducir al gran público y, pese a ello, es posible.

Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) es uno de los autores ingleses más importantes de la actualidad. Pese a haber nacido en Japón, su traslado a los seis años a Inglaterra lo inscribe en una tradición en la que comparte una carga generacional con grandes nombres. No puede decirse que este apogeo de las letras inglesas sirva a cualquiera. Para muchos, la competencia bastaría para refrenar sus ímpetus creativos. No para el grupo (no formal) entre los que se encuentran McEwan, Barnes, Amis, Banville e Ishiguro, por mencionar sólo unos cuantos.

Si bien es cierto que sus orígenes orientales influyeron en sus primeras novelas, algunos elementos de su obra de madurez ya se avizoraban. Tanto Pálida luz en las colinas como Un artista del mundo flotante (publicados por Anagrama al igual que el resto de su obra en español) tratan temas que parten de Japón. En la primera, una mujer discute con su hija menor acerca del suicidio de su otra hija mientras piensa en una extraña relación de juventud. En la segunda, un hombre es confrontado por su participación en la segunda guerra mundial y por todos los desastres que padeció Nagasaki.

Son dos novelas que podrían parecer lejanas a nuestro contexto o cercanas para aquellos que gustan de los temas orientales. Sin embargo, lo más relevante en ellas no es necesariamente la temática, sino el tratamiento de la misma.

De inmediato salta a la vista la existencia de personajes falibles. Una madre que puede distraerse mientras se habla del suicidio de una de sus hijas no es alguien que pueda considerarse ejemplar. De hecho, la existencia de este personaje, su sólo planteamiento, basta para crear una tensión dramática que no va a aportar a la historia, pero de la que es imposible desasirse. Tan necesitado está uno de saber cómo se resolverá el dilema moral por el que atraviesa esta mujer.

Entonces aparece otro de los elementos característicos de la narrativa de Ishiguro; el mismo que se replicará en el resto de sus obras: la falta de conclusiones. Una de las cosas que distingue al relato cotidiano de la literatura es que ésta suele estar orientada a un final sustentable, que cierre todas las puertas y despeje dudas. Con Ishiguro esto no sucede. Basta pensar en la más popular de sus novelas, Los restos del día. En ella, Mr. Stevens, este maravilloso mayordomo, se descubre en medio de un conflicto existencial que parece no tener solución posible y, de hecho, no la tiene. El poder de este libro no radica en la transformación del personaje, sino en el descubrimiento que vamos haciendo junto con él de que el mundo tiene reglas muy diferentes a las que creíamos y no queda más que resignarnos.

Para lograr ese prodigio, Ishiguro hace gala de su mejor herramienta narrativa: la primera persona. Con ella consigue grados de intimidad que lindan en la exactitud. Como lectores es fácil entender la forma en la que actúan los personajes, pese a que no existan elementos en común con ellos. Claros ejemplos de ello son sus siguientes tres novelas. En Los inconsolables el lector se enfrenta a un texto prácticamente indescifrable al que se accede por medio de Ryder, un pianista que va a dar un concierto en una ciudad europea, pero que padece una extraña forma de amnesia. En Cuando fuimos huérfanos se plantea una trama seudo policíaca que nos permite acompañar a Christopher Banks a China, para indagar acerca de la desaparición de sus padres en medio de un conflicto con Japón. Por último, en Nunca me abandones nos adentramos en un mundo futurista en donde la clonación es la práctica común y los seres humanos viven una suerte de distopía decadente.

En los tres libros Ishiguro hace gala de todas sus habilidades. El conflicto es más cercano a la inacción que al impulso que suelen tener los personajes por resolverlo. La clave quizá esté en las atmósferas que consigue crear. Por medio de palabras simples, por medio de las descripciones que hacen los propios personajes, es capaz de construir mundos enteros en lo que cada una de las acciones se justifica. Ya sea que nos muestre un futuro caótico o que nos lleve de la mano a través de cinco historias separadas pero con nexos comunes, como lo hace en su más reciente libro (Nocturnos).

Pese a que la literatura contemporánea nos ha malacostumbrado a depender del conflicto y las acciones como única forma de la tensión dramática, lo cierto es que Kazuo Ishiguro rescata un valor olvidado pero no por ello menos importante: el hecho de que no puede haber algo más atractivo que mirar el interior de las personas. Sobre todo de aquéllas que están en conflicto y no tienen la capacidad para resolverlo.