Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poetas

Sonoridades celestes
NORMA ÁVILA

Kazuo Ishiguro: el encanto de la intimidad
JORGE GUDIÑO

Las dificultades del héroe
GERARDO MENDIVE

Representaciones de la Revolución Mexicana
JOSÉ LUIS ORTEGA

Insomnio americano
EDITH VILLANUEVA SILES

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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LIBRO TRADICIONAL VERSUS
LIBRO ELECTRÓNICO

RAÚL OLVERA MIJARES


Congreso Internacional del Mundo del Libro
(2009 sept. 7-10, Cd. de México). Memoria,

FCE,
México, 2009.

La industria editorial enfrenta uno de los retos más graves de su historia: ¿cómo competir o bien complementarse con los nuevos medios electrónicos, de acceso público y casi siempre gratuito, gracias a la red? Una serie de editores, libreros, agentes literarios, críticos de libros, autores y académicos se dieron cita en el Congreso Internacional del Mundo del Libro, que tuvo lugar con ocasión de los setenta y cinco años de existencia del Fondo de Cultura Económica. Voces de editores extranjeros tan prominentes como Jorge Herralde (Anagrama), Jaume Vallcorba (El Acantilado), Manuel Borrás (Pre-Textos) o Daniel Divinsky (Ediciones de la Flor) se hicieron oír, además de otras de humanistas y pensadores sociales de la talla de un Fernando Savater o un Roger Bartra. Marco Marinucci, ex colaborador de Giunti Editore y responsable de las bases de datos de Google Book Search, y Bob Stein, profesor de la Universidad de Harvard y codirector del Institute for the Future of the Book, jugando casi el papel de advocatus diaboli, representaron la otra parte en discordia.

En resumen, Google pone a la disposición libros en tres formatos distintos: integral, cuando la obra es de dominio público; parcial, por medio de la indexación se muestran sólo ciertos pasajes relevantes en la búsqueda; de mera referencia, se indica la página del libro relevante y la biblioteca donde puede hallarse. La segunda modalidad, la de mostrar fragmentos, ha sido ya objeto de querellas por parte de autores y editores ante los tribunales estadunidenses, sin un fallo a favor hasta el momento. Se esgrime el acceso público e irrestricto a la información. Google ha digitalizado e indexado una cantidad de libros no sólo de acervos de bibliotecas famosas, sino incluso de hemerotecas y de editoriales modernas. La búsqueda se realiza con palabras o frases clave y se obtienen los pasajes relevantes de la obra.

Es obvio que muchas cosas quedan por definir respecto de los derechos de autor y la propiedad intelectual de los contenidos digitalizados. Es inminente que en breve todo el acervo bibliográfico de la humanidad va a sufrir ese proceso. ¿Cuál es el futuro del libro impreso? Una respuesta definitiva es imposible ofrecerla; se especula que puede pasar como con toda tecnología nueva en el proceso de las comunicaciones. La televisión no desplazó a la radio ni ésta a la televisión, sencillamente se dirigieron a otros nichos de mercado o a nuevos usuarios. El libro electrónico, asequible a través de la red, no remplazará de inmediato al libro tradicional. Habrá un período de transición. Con cierto optimismo, Fernando Savater señala que así como las obras de los clásicos no conocieron en su día la forma del libro encuadernado, impreso con tipos móviles, que tan familiar resulta, así las obras de los grandes autores pueden resistir la trasformación de sus vehículos físicos. Lo importante es preservar la idea del autor, la cual también podría estar en jaque.


HIPERTIROIDISMO Y DIABETES
EN EL ÚLTIMO POEMARIO DE ANTONIO CISNEROS

PEDRO GRANADOS


Diario de un diabético hospitalizado,
Antonio Cisneros,
Colección Underwood,
Perú, 2010.

Este volumen reúne tres poemas, titulados “Réquiem jubiloso por el Teatro Municipal Incendiado”, “Toros” y “Diario de un diabético hospitalizado.”

Dos elegías (escritas por encargo en 1999) y propiamente un escueto diario (publicado en El Espectador de Bogotá en 1995) donde, para variar, Antonio Cisneros hace gala de su fe inquebrantable en el lenguaje –jamás lo pone en crisis o duda de él–; no por ello conjunto menos agradablemente decorativo y resonante: plagado de citas u oportunos homenajes. Diestro, además, para la construcción o “edición” de sus poemas; “Diario de un diabético hospitalizado” (ya no de un poeta recién casado), la tercera parte de esta breve colección y donde nos detendremos también escuetamente, no es una excepción.

El texto lo constituyen diez viñetas o apartados breves que tocan, entretejidos y más bien de modo opaco, algunos tópicos clásicos: la celebración del vino (en este caso de la cerveza), el denuesto a los médicos, la elegía al padre… pero también, desperdigado entre sus páginas y siempre de modo sutil, mucha ars poetica. En este último sentido, son ilustrativos los siguientes explícitos enunciados: “El diabético, como el poeta, nace, no se hace”, o aquellos pasajes donde la “ilustrada juventud” es más bien de aventura y supuesto culto de la vida que de los libros “intocados en el fondo del viejo maletín”. Explícitos, decimos, porque hay también algunos, acaso los enunciados metapoéticos más importantes, en clave discreta o docta. Nos referimos, por ejemplo, a los ventilados en el fragmento 3: “Los dolientes de hipertiroides jamás reposan. Su/ apetito es monstruoso, igual que su erotismo./ Tienen los ojos desorbitados como el fondo de/ las botellas de cerveza o un par de huevos fritos./ Padecen de calores y en un rapto de furia son capaces/ de estrellar a sus críos contra cualquier pared.// Entonces los internan y los atiborran de yodo/ radiactivo para calmarlos. Pertenecen, igual/ que los enfermos de diabetes, al Pabellón de/ Endocrinología. Una vez sosegados, requeridos tal vez por su mala conciencia, son personas amables y/ muy caritativas. Sin embargo los diabéticos, huraños/ por temperamento y vocación, refieren evitarlos.// Hay una joven, víctima del mal, que se la pasa/ moviendo la cabeza, enloquecida, dando vueltas/ y vueltas, ataviada con un polo raído de Inca Kola/ a modo de batín. A nadie se le oculta que carece/ de prendas interiores.”

Por lo tanto, hipertiroidismo y diabetes, aunque perteneciendo al mismo campo semántico de la “Endocrinología” y de la poesía (tal como Apolo es médico y poeta) serían –según el locutor– paralelamente muy distintos. Por contraste, a pesar de ser ambos “dolientes” o “enfermos”, en lo fundamental los unos serían lascivos y furiosos; mientras, ergo, los otros castos y tranquilos. Los unos sociales o comunitarios, mientras los otros “huraños por temperamento y vocación”. Y no sólo esto, los primeros –frente a los segundos– carentes de “prendas interiores”; es decir, de valores estables o principios últimos. Incluso aquello de “doliente” (¿exhibicionista, trastornado, patético?) resulta muy significativo en relación con el justificante rótulo de “enfermo” (en última instancia, calmo o resignado, ante el destino o providencia). En fin, llevado todo esto al campo del estilo, acaso comprendemos mejor ahora la conocida antipatía del diabético Antonio Cisneros por la tirotoxicosis de César Vallejo. Así como su gesto radicalmente conservador, ya no sólo ante el lenguaje, sino ante el mundo y la historia de este mismo mundo. Católico reconvertido (El libro de Dios y de los húngaros), diríamos más bien reacomodado –luego de los desplantes izquierdistas de algunos de sus primeros libros– a un horizonte individualista y burgués. Cisneros es el más nerudiano, y no sólo por narcisismo y megalomanía, entre los poetas peruanos. También, ya que la poesía le nace, el menos identificado entre nosotros con una labor de rigor o de compromiso con la educación, la traducción o el estudio; todo debe suceder pues, y necesariamente, como por arte de magia. Es más, diríamos que en tanto poeta diabético, Cisneros asume aquí las preocupaciones propias de un Platón frente a su República; expurga o expulsa todo aquello que no encaje en un ideal decurso tranquilo entre buenas gentes, en una anhelada racionalidad y simetría social… y estética.


LA SUMA DEL HORROR

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ


El sueño del celta,
Mario Vargas Llosa,
Alfaguara,
México, 2010.

La novela biográfica es un género en equilibrio en un alambre elevado. Los peligros que conlleva apenas logran matizarse con sus ventajas. Éstas surgen del propio personaje de quien se habla. Cuando se rescata la historia de una persona para volverla literatura, las razones pueden ser variadas y, sin embargo, suelen colapsarse en una: al autor le parece que la vida de ese ser humano es lo suficientemente llamativa como para convertirla en una entidad figural. Entonces el autor se convierte en un funambulista con los pies en la tierra. Cada paso es seguro, no hay nada que temer; si acaso, la propia incapacidad para narrar una historia que ya era atractiva. Aunque esto puede suceder, existen ciertos niveles en que los escritores ya no se permiten esos deslices, por lo que la biografía se concreta como una buena novela.

El caso opuesto se presenta cuando el personaje en cuestión no sólo es desconocido sino que su vida no tiene mayor intriga, pese a ese “algo” que llamó la atención del autor. El reto es magno, aunque tiene soluciones. La más socorrida apunta a ficcionalizar a la persona. Así, el epíteto de “biográfico” se vuelve relativo. El texto se lee como una novela que, para unos cuantos, podrá activar ciertos referentes. Tampoco hay mucho riesgo para el equilibrista si cuenta con las herramientas propias de un autor poderoso.

Es el tercer caso el más peligroso: cuando el personaje tuvo, en efecto, una vida interesante, pletórica de aventuras y emociones, pero resulta muy complicado lograr que el lector se identifique con él. Así pasa con El sueño del celta, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa. El Premio Nobel le llegó a sus editores en el momento preciso. La novela ya estaba en la imprenta. Apenas tuvieron tiempo de añadir un medallón en la portada. Al margen de ello, la pluma de Mario Vargas Llosa ha demostrado una eficiencia a toda prueba. No se puede poner en duda que sabe narrar y, en algunos casos, con una solvencia exquisita. No por nada algunos de sus libros pueden ser considerados clásicos.

El sueño del celta narra la vida de Roger Casement, un diplomático británico que ha dedicado los últimos años de su vida a dar testimonio de los horrores de la civilización. Ubicada en los primeros años del siglo XX, la novela se estructura a partir de dos planos narrativos. En el primero, Roger está preso acusado de traicionar a la Corona inglesa. Su crimen es haber apoyado el movimiento independentista irlandés. Está en su celda a la espera del indulto. Ahí, apenas se comunica con un sheriff que lo desprecia y con sus escasas visitas.

En el segundo plano se da cuenta de tres momentos cruciales de su vida. El primero es su estadía en El Congo. La ilusión juvenil por las aventuras lo llevó hasta los inhóspitos parajes africanos sólo para descubrir las deplorables condiciones en las que vivían los nativos. El asunto, como resulta evidente, tenía que ver con la intención civilizadora de los europeos. Roger fue uno de los primeros que alzó la voz para denunciarlo. Lo mismo hizo cuando fue enviado a la Amazonia. Los abusos de los capataces contra los nativos estaban a la orden del día. Castigarlos, torturarlos, mutilarlos y matarlos; lo que fuera necesario con tal de alcanzar las cuotas de caucho requeridas. Roger Casement también dio cuenta de ello. Por último, se sumó a los esfuerzos por la independencia de Irlanda.

El factor común sostiene el discurso de toda la novela: nadie tiene por qué llegar a un sitio a imponer sus costumbres aduciendo que son moralmente superiores a las de los otros, mucho menos si esos otros no lo pidieron. Esa era la consigna de Roger Casement. Una consigna con la que fue congruente y a la que entregó su vida entera. Algo que valdría para justificar cualquier biografía. Sin embargo, hay algo que no funciona.

No quiero pensar que ese algo pueda ser la insensibilidad que priva en nuestros días pero, simplemente, los horrores narrados terminan siendo repetitivos y cansinos. Tampoco que al personaje le falte sustancia, sólo que sus emociones parecen reservadas para sí mismo y nunca las muestra. Mucho menos que las relaciones humanas resultan pasajeras, pero la única que se vuelve prometedora es la del protagonista con su celador.

En fin, la prosa, como siempre, es cautivadora. Las herramientas del ahora Premio Nobel se notan a cada instante. La investigación que llevó a cabo fue compleja por donde se le vea. Si acaso, el reproche es que, frente a tanto horror, no quiso deshacerse de la red de protección para volver a su paseo por las alturas, todo un acto de prestidigitación equilibrista.