Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poetas

Sonoridades celestes
NORMA ÁVILA

Kazuo Ishiguro: el encanto de la intimidad
JORGE GUDIÑO

Las dificultades del héroe
GERARDO MENDIVE

Representaciones de la Revolución Mexicana
JOSÉ LUIS ORTEGA

Insomnio americano
EDITH VILLANUEVA SILES

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Emiliano Zapata. Foto: A. Salmerón

Las dificultades
del héroe

Gerardo Mendive

A toda gran ciudad, villa, poblado, localidad, puede faltarle cualquier cosa pero no héroes. Durante mucho tiempo se pensó que plaza sin monumento no es plaza de a de veras, por lo que no puede faltar un héroe paisano. En caso de que la heroicidad no se encuentre repartida en forma democrática, existirá la necesidad de apropiarse de un héroe a como dé lugar. Jorge Ibargüengoitia no descarta esta última posibilidad:

Al que me diga que en su pueblo nunca ha pasado nada, le respondo que por cálculo de probabilidades eso es imposible. Nuestra historia está repleta de héroes y todos han tenido una vida muy agitada. No hay pueblo por donde no haya pasado alguno de ellos, o triunfante o huyendo. En donde no se firmó un tratado, se firmó un plan político o una sentencia de muerte. En donde no se dio una batalla, alguien fue fusilado, vio la luz por primera vez, o formó gobierno provisional. En el peor de los casos, alguien pasó la noche.

Los héroes deben tener en su haber –tal como lo señala Juan Villoro– alguna frase digna de recordarse. “Y es que los paladines viven en gramática de gala: cuando no arrostran se prosternan; ya subyugan, ya son subyugados [...] Los Beneméritos, los Libertadores, los Padres de la Patria no pueden vivir sin Palabras Mayores.” Es necesario contar con una versión oficial de la Historia que avale los diversos rituales. Cuando el héroe recibe el nihil obstat laico, hay que encontrar una imagen que permita identificarlo sin ningún lugar a dudas (sería impensable, por ejemplo, que hubiese que discernir si se trata de Hidalgo, Morelos, Allende o Aldama). A ello se refiere Ibargüengoitia:

Hay que conmemorar al prócer en un momento determinado y siempre con la misma ropa, al fin no tiene por qué cambiarse. Hay que tener en cuenta que la calva del cura Hidalgo, la levita de Juárez y el pañuelo de Morelos son más importantes para identificar a estos personajes que su estructura ósea. Supongamos que vemos la imagen de un militar de mediados del siglo pasado. No nos dice nada. En cambio, si vemos que está rasurado y trae anteojitos, sabemos que es Zaragoza.

Las escuelas no son el único recinto –pero sí el más importante– en el que las ceremonias cívicas tienen lugar y en las que no deja de llamar la atención la presencia de las bandas de guerra, como si éstas nos hiciesen falta (me refiero a las guerras, no a las bandas). Cuando de fiestas cívicas hablamos, resulta muy difícil innovar y hasta cierto punto es mejor que no se haga; nuevamente la cita es de Ibargüengoitia:

Unos buenos festejos cívicos son la cosa más difícil de inventar, si se pretende que sean originales, solemnes –sin llegar a ser soporíficos– y que afecten positivamente a todas las capas de la población, sin provocar divisiones ni enemistades. [...]

Si el conmemorado fue hombre de paz, no hay problema. Si, por el contrario, se trata de un hombre que cambió el curso de la historia con una matanza, hay que tener cuidado para no poner a la nación en peligro de que, a consecuencia de los festejos, el curso de la historia vuelva a cambiar. Si, por ejemplo, el prócer murió frente a un pelotón de españoles, es evidente que la conmemoración más adecuada debería ser una matanza de españoles. Esto sería llevar las cosas demasiado lejos. [...]

Otra tarea importante del comité organizador consiste en establecer claramente qué clase de personaje fue el festejado.

Supongamos que se trata de conmemorar a un general que después de una larguísima carrera opaca, le tocó perder gloriosamente una de las batallas decisivas en la historia de México.

¿Qué hacer? Desde luego inventarle una frase célebre, que ponga de manifiesto la entereza de su ánimo ante la derrota total. Decir que le dijo al enemigo algo así como “nos ganaron, pero no nos vencieron”, “mañana será otro día”; o bien algo que demuestre que nuestro héroe no fue responsable de la derrota.

No faltan historiadores que en investigaciones devenidas en revisionismo histórico, concluyan que tal héroe pudo no haberlo sido o cuando menos no tanto como se lo considera. José Alvarado abunda en esta cuestión:

Con el jabón de la verdad, los miembros de la Academia de Historia se disponen a lavar las manchas de la pasión sobre los hechos y los hombres. [...] No es fácil tarea. Algunos héroes, hoy de cutis terso, resultarán con verrugas, y ciertos ángeles históricos serán despojados de sus alas. [...]

Tarea vana y, acaso, perniciosa, porque ya ningún cacarizo aspirará a ser héroe y nadie ganará batallas para que luego su vida privada se convierta en bocado de académicos o sustancia de chisme malicioso.

Y hay también un peligro, cuyas dimensiones no han sido aún consideradas. ¿Qué pasaría si los héroes, ofendidos, formaran una Academia de Héroes para investigar la verdad sobre los historiadores? [...]

Los héroes, por otra parte, al fin son héroes y su trabajo les costó. Y nadie duda que es más difícil hacer la historia que ponerse a escribirla a la luz de una vela.

¡Pobres de los héroes!, cautivos de nuestro deseo de idolatrarlos. Al decir de Manuel Gutiérrez Nájera: “Queremos héroes invulnerables como Aquiles e inmaculados como el armiño. No sabemos perdonar.” Andrés Henestrosa ilustra este punto al narrar sus andanzas junto a José Vasconcelos:

Nuestra solución resultó un desastre y Vasconcelos derrotado viajó a Mazatlán. Esa noche, la del 17 de noviembre [de 1929] platiqué con él en Mazatlán. Le dije que tenía que morirse en la contienda, porque los héroes tienen que morir. ¿Qué hacemos con un héroe que queda vivo? Nada. Él tenía que morirse.

Yo le dije: usted tiene que morir, maestro. Si usted muere, queda redondeada su vida ejemplar. No correrá el riesgo de contradecirse.

En síntesis, cómo nos cuesta aceptar que los seres humanos no nos llevamos bien con tanto bronce, porque tarde o temprano todos –aun los héroes– terminamos mostrando el cobre del que también estamos hechos.