En 2000, La Jornada asistió a un acto en el que se presentaba el material discográfico de un sello editor de música incipiente de nombre Surco.
El productor de esa marca era un guitarrista y compositor argentino de nombre Gustavo Santaolalla, al que en la mencionada presentación pocos volteaban a ver.
Este medio se le acercó y con la mirada noble y la tierna sonrisa de un niño, el hombre le obsequió una tarjeta de presentación y le dijo: Soy productor.
Después de 23 años, la misma cédula de cartón le es mostrada en la pantalla al mencionado artista pero en un enlace vía Zoom con motivo de que el hombre, radicado en Los Ángeles, será reconocido en noviembre en Sevilla, España, con el Premio del Consejo Directivo que otorga la Academia Latina de la Grabación, que organiza los Grammy, de los cuales, el niño Santaolalla ha obtenido 19. Cabe señalar que también ha sido reconocido con dos Grammy estadunidenses y dos premios Óscar por su música para cine.
De ese tiempo a ahora, Gustavo Santaolalla se ha convertido en una efigie. De adolescente, fundó el grupo de rock folclórico Arco Iris. Tras salir de su natal Argentina aquejada por una dictadura militar a fines de los años setenta, formó una alianza perenne con el teclista Aníbal Kerpel (con el que aún trabaja), con lo que se convirtió en uno de los más influyentes productores de la historia del rock en español, editando en sus inicios a grupos como Café Tacvba, Maldita Vecindad o Los Prisioneros.
A principios del nuevo milenio, Santaolalla comenzó a componer para películas. Forjó una gran colaboración con el mexicano Alejandro González Iñárritu para quien hizo las bandas sonoras de Amores perros, 21 Gramos, Babel y Biutiful. También trabajó para Walter Salles en Diarios de motocicleta, y en 2007, se convirtió en el tercer compositor en la historia en ganar dos premios Óscar consecutivos, por Brokeback Mountain (de Ang Lee) y por Babel. Al mismo tiempo, salía de gira con Bajofondo, grupo que rompió barreras de género y seguía produciendo a artistas.
Son muchos los reconocimientos a Santaolalla, pero uno de los recientes es la música del exitoso videojuego The Last of Us, así como de su posterior adaptación a la televisión, por la que ya ha sido nominado a un premio Emmy.
–¿Cuáles eran y son los sueños hoy día de Santaolalla?
–Son casi los mismos: poder vivir de lo que me gusta y mantenerme fiel a la visión que comenzó desde muy niño: poder utilizar el don que tengo para estimular a la gente de una manera positiva. Sentir que proporciono un servicio a la comunidad. Lo cierto es que tengo muchos sueños cumplidos y varios por cumplir. Hay unos que tengo identificados, pero hay los que no y que, recién cuando los cumplo, me doy cuenta que los tenía.
Santaolalla se refiere a sus recientes búsquedas como la teoría de cuerdas (en la que un electrón es una cuerda minúscula en forma de lazo vibrando en un espacio y tiempo), del principio de la incertidumbre y todo lo relativo al presente, pasado y futuro ocurriendo al mismo tiempo
.
Esta respuesta cuasimetafísica del artista tiene relación con la definición que él ha manejado del arte, de que éste es algo que se deja, pero nunca termina
. Pero más aún sobre su teoría de seguir los caminos desconocidos
como la creación de música para videojuegos.
“No tengo prejuicios. La gente me preguntaba que por qué hacía música para videojuegos si ya había ganado un Óscar. Pero a mí me interesa todo en donde la música pueda jugar un papel importante. De hecho, soy un terrible gamer. Cuando mi hijo era adolescente fue un buen jugador y siempre me encantó verlo participar, porque pensaba que si alguien se puede conectar en un nivel emocional, puede cambiar todo”, comenta.
Asegura que luego de ganar los premios de la academia de cine gringa lo buscaron varias compañías para ofrecerle musicalizar videojuegos pero “eran más de lo mismo, en cambio cuando conocí a Neil (Druckmann, programador israelí-estadunidense), éste me contó su deseo de encontrar esa relación emocional con el jugador. Se amarró más cuando supe que la gente, cuando jugaba The Last of Us, en determinados momentos se soltaba a llorar. Además de que trabajar para ello me abrió las puertas a otro público”.
Comparte que viene de hacer una gira muy linda
por Europa y que su audiencia ahora es heterogénea: Hay gente que lo conoce por Arco Iris (su banda formada en 1968), por sus producciones de los años ochenta; otros, por las bandas sonoras y la nueva, por el videojuego, “y es muy interesante ver la mezcla de esa audiencia. Cuando vas a un concierto, generalmente vas a escuchar algo que ya conoces del artista, y cuando te dicen que va a tocar un tema nuevo y otro…, desistes, pero en mis recientes presentaciones en vivo pasa que la gente que viene no conoce todo pero se entusiasma, lo que genera una energía hermosa”.
–¿Qué es para ti la intuición?
–Es mi forma de vida. Me manejo con ésta porque no soy una persona que tenga una formación académica. Musicalmente no sé leer. Sólo tengo la educación de colegios primarios y secundarios y un breve paso por la universidad, además de leer e informarme, pero siempre digo que tengo un apetito voraz por la vida, pero que a veces me ha costado un par de indigestiones fuertes (ríe). Me fascina la vida y creo que todo ello se transmite en lo que hago. La mente ocupa un lugar importante en mi trabajo pero no es lo que maneja el timón de mi vida; siempre es lo emotivo.
Abunda: “hay una cosa como el tema de la experiencia, pero siempre hablo de la inexperiencia porque ésta te hace tomar los caminos que la primera nunca te haría coger. Cuando eres un experto dices: ‘esto se hace así’, entonces, en mi caso, de pronto se aparece un chico (él mismo) que ‘no sabe nada’, el cual toma un camino incierto. Todo el tiempo estoy exponiéndome a la inexperiencia por eso me gusta tocar instrumentos que no sé manejar porque me ponen en una situación de peligro. El ejemplo es Babel en la que toco el ud (instrumento conocido como el laúd árabe), que es muy difícil de interpretar y que fue el principal en ese score. No lo toqué más pero me gané mi segundo Óscar con él.”
Aclara que cuando no sabe ejecutar un instrumento y lo quiere hacer, lo obliga a ser minimalista, escueto, a elegir muy bien las notas que voy a poner y me ayuda al trabajo del silencio elocuente, no el de la ausencia del sonido, sino al silencio que puede ser más ruidoso que una nota
.
El silencio es fundamental en la música, se le comenta.
“Es algo poderosísimo. Es el lienzo en el que puedes pintar las notas para que se vean. Lo que sostiene a una nota es el silencio. Si no lo hay, no se tiene nada. Éste es lo que hace que esa nota se distinga pero es también el puente entre dos notas, es un salto al vacío. Lo relaciono con el parkour (disciplina física cuya finalidad es desplazarse de un punto a otro superando obstáculos). El momento en que despegas y caes en otro lado. Y a veces me funciona al revés: cuando paso de negativo a positivo y viceversa el sonido se convierte en la tela en la que se imprime el silencio, que a veces es totalmente más pleno que las mismas notas que están sonando. Cuando practicas, puedes tocar inclusive rápido, pero no hacerlo es más difícil, el abstenerte de tocar y jugar con ese espacio, es saltar al vacío…”
–Tienes una gran relación con tu niño interno. ¿Qué opina éste de los logros?
–El niño se divierte y ríe, y una de las cosas que hablo siempre es que mucha gente considera que va pasando por las edades y se va superando. Pero he tratado de sumar cosas a la vida sin perder a mi niño. De hecho, en mí coexisten, además de éste, el preadolescente, el adolescente, el muchacho, el hombre joven, el maduro y el tipo que soy hoy. Todos están conviviendo en mí, vivos. Y eso lleva trabajo, porque el sistema tiende a ir eliminándote esas etapas. Pero hay que trabajar mucho y ser cuidadoso para darse cuenta de los peligros que viven alrededor y que te pueden hacer caer en una trampa y matar a tu niño en un segundo.