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Fernando Benítez
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▲ El maestro Fernando Benítez en una de sus incursiones a los pueblos indígenas; Jalisco, 1967.Foto Héctor Torres/Comisión de Planeación de la Costa de Jalisco/FIVS
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er periodista es convertirse en un atleta de alto rendimiento, decía mi maestro Fernando Benítez, pues nos explicaba que una vez que se comienza a escribir nunca más debemos de dejar de hacerlo, por el riesgo de perder condición.

Muchos de sus alumnos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) al principio pensábamos que exageraba. ¿Escribir día y noche?, ¿siempre?, ¿para siempre?, le preguntábamos cada clase con la esperanza de que Benítez nos dijera que tendríamos reposo, quizás entre la fama y los aplausos de ser reconocidos como reporteros de un diario de prestigio.

Pero él siempre nos confirmaba: Sí, escribir, sin detenerse. Escribir a toda hora, incluso en los días de descanso, o durante las vacaciones, porque solo así lograrán pulir su pluma, volverla veloz, certera.

Nos decía: Escriban al menos una página cada día, relaten lo que les ocurrió en la universidad, en la calle, en su casa, en sus sueños. Cuenten historias. Les ayudará a aflojar la prosa, a fortalecer el músculo de la narrativa, insistía el maestro antes de iniciar sus clases, las cuales consistían en dos horas de relatos que nos dejaban boquiabiertos.

Así aprendimos también a escuchar.

Don Fer, como le decíamos, un día nos contó muy serio: Fíjense, muchachos, que una vez entrevisté a Chac Mool. Sí, a ese que está en Chichén Itzá. Algunos compañeros se aguantaron las risas burlonas, creían que nuestro profe desvariaba. En esa época don Fer era un viejito de 73 años, muy elegante, de azul y cristalina mirada pícara.

Nuestro maestro continuó su relato: “¿Saben qué le pregunté a Chac Mool? Me senté junto a él, saqué mi libreta de reportero y le dije: ‘Señor Chac Mool, ¿cuántos años tiene usted?, ¿desde cuándo está aquí?, ¿por qué?, ¿qué manos lo tallaron?, ¿para qué?, ¿qué sucedió a su llegada?, ¿cómo fue?’”

Benítez nos dejó mudos cuando explicó cómo fue que Chac Mool le había respondido todo: ¿Saben cómo hice hablar a una piedra? Pues investigando y preguntando a todos aquellos que conocen su historia, porque un periodista debe saber no sólo formular las preguntas correctas, sino hallar las respuestas, muchas veces siguiendo la ruta de la imaginación, lo cual no es sinónimo de invención, explicaba don Fer, mientras los compañeros que antes se habían reído se quedaban en silencio, maravillados.

Por supuesto, después el maestro Benítez, generoso, continuaba con sus relatos acerca del vetusto e intrépido Chac Mool, y muchas historias más. Por ejemplo, nos explicó cómo los ayudantes de Tláloc, llamados tlaloques, quebraban ollas con agua en el cielo para hacerlo llover y tronar.

El tiempo se nos hacía poco para escuchar las anécdotas de Benítez, sus andanzas por tierras tarahumaras, tsotsiles, tseltales, chamulas, huicholes, mazatecas, coras, otomíes y mayas, entre otros pueblos que recorrió para escribir su libro Los indios de México.

Entre relato y relato, nos repetía una y otra vez el ABC que todo periodista debe tener presente a la hora de informar:

“Muchachos, nunca olviden, al escribir, estos versos de Rudyard Kipling:

Tengo seis honrados
servidores
que siempre me sirven bien
y me enseñan lo que sé
¿cómo se llaman nuestros
esclavos?
se llaman qué, cuándo,
quién, dónde, cómo y
por qué

Benítez insistía: Respondan esas preguntas con un lenguaje sencillo y claro. Escribir con brevedad requiere un enorme entrenamiento. Los párrafos pequeños ahorran trabajo de composición. Si bien el periodismo es una invitación a la imaginación, el reportero debe tener la habilidad de describir un suceso candente en situaciones nada ideales para la imaginación creativa, sobre todo porque un periodista trabaja sobre la actualidad, bajo presión.

Una y otra vez, el profesor nos decía “que los datos principales de un acontecimiento son los que conforman la noticia. Que un buen periodista debe tener imaginación cinematográfica. Que si no podemos recrear la acción en nuestra imaginación, no la podremos describir.

Decía: “Apunten y no olviden nunca que la nota informativa más corta de la historia, es decir, la ideal, fue escrita por un poeta, por Quevedo, y dice así:

Reñí con el hostelero,
¿por qué?, ¿ cuándo?,
¿dónde?, ¿cómo?,
porque cuando donde como
sirven mal, me desespero

También fue incansable al advertirnos: ¿Saben cuáles son las condiciones necesarias para ser periodista? Fibra y una infinita adaptabilidad a todas las circunstancias. En esta profesión siempre se corren riesgos. Eso nos repitió durante todo el semestre de la materia Géneros Periodísticos Informativos nuestro querido maestro Fernando Benítez, quien, por cierto, nunca reprobó a nadie. Cada clase le llevábamos una noticia redactada por nosotros mismos. Pero aun quien no cumplía con esa tarea, obtuvo al menos un 6.

Ya los reprobará algún día su jefe de información si no practican lo que les he recomendado, y si no leen, y si no se informan, y si no saben reportear. Así que, ¡escriban, escriban!, exclamaba.

La UNAM fue el alma mater de Fernando Benítez, y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, su territorio, nuestro hogar, donde decenas de alumnos nos enamoramos del periodismo escrito en general, y del periodismo cultural en particular.

En otras facultades y escuelas insistían siempre en que el profesor Benítez abriera un espacio en su agenda para impartir sus cursos, aunque los asistentes no estuvieran estudiando la carrera de comunicación, pues se sabía que en las clases de don Fer se aprendía de todo. Así que también lo seguí a varias charlas que ofreció en la Facultad de Economía, donde abarrotaba los auditorios, como el rockstar del periodismo que era.

Con él, muchas generaciones de incipientes reporteros supimos que en aquella época, los años 80, un poco antes de los sismos del 85, en ese México aún en manos del priísmo y que afrontaba una terrible devaluación, no se leían tantos periódicos como en Europa. También nos enseñó que el diario francés Le Monde no publicaba fotos; supimos que aparecer en página non es mejor que en par, y que el periodismo era (¿es?) una de las profesiones peor pagadas.

A veces, el profesor Benítez se ponía exquisito y trataba de explicarnos los secretos de los cuadratines, las líneas ágata y la familia de letras Bodoni. Pero de inmediato le reclamábamos que mejor nos contara sus anécdotas, pues también algún día entrevistó a un tigre de Bengala blanco que le habló de sus penurias en cautiverio.

Lo mejor sucedía cuando invitaba a la clase a alguno de sus amigos. Por supuesto, llegaron los integrantes de la legendaria mafia, como ellos mismos se nombraban: José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Carlos Fuentes. Benítez proponía que algún valiente alumno los entrevistara. En clase nunca me atreví. Me enfrenté a esas vacas sagradas hasta que fui reportera en La Jornada.

Al final de sus clases, mi profe Benítez nos advertía: “Si no reúnen estos requisitos para ser reporteros, mejor ni le intenten, muchachos, y no lo digo yo. En su primera novela, La luz que se apaga (1891), Kipling, quien además de periodista ganó el Premio Nobel de Literatura, propone las cualidades necesarias que debe tener quien aspira a ser un buen periodista:

1. El don de un lenguaje persuasivo,
al que no se resiste
hombre ni mujer cuando se
ventila una comida o una
cama.

2. El buen ojo de un tratante
de caballos.

3. La habilidad de una
cocinera.

4. La robustez de un buey.

5. La digestión de un avestruz, y

6. Una ilimitada adaptabilidad
a cualquier circunstancia.

Pero decía Kipling: muchos mueren antes de alcanzar ese grado de perfección, y los grandes maestros del oficio, cuando regresan de sus andanzas, se visten de etiqueta en su mayoría, quedando así oculta su gloria ante la multitud.

Al término del semestre, ante todos sus alumnos aprobados, Benítez nos miraba de manera muy especial, creo que siempre supo que muchos serían (o intentaríamos ser) sus sucesores en este, el oficio más hermoso del mundo. Se despedía con estas palabras: ustedes escribirán la literatura para un futuro historiador, por eso no olviden la mayor regla para escribir y editar que le dio la Reina Roja a Alicia, la del País de las Maravillas: principien por el principio, vayan hasta el fin y ahí deténganse.

El día del sepelio de Fernando Benítez, el 22 de febrero del año 2000, nos dio a todos los reporteros que cubrimos su funeral, una última y gran lección: nunca dar por hecho nada. Sucedió que cuando trasladaron su féretro desde la capilla donde lo velaron hacia el crematorio, la carroza fúnebre se descompuso en pleno Periférico. En vano los choferes trataron de empujar el auto para hacerlo arrancar y tampoco sirvieron los conocimientos de los policías de tránsito. En los ocho autos del cortejo que seguía la carroza sólo íbamos dos reporteras. Ningún fotógrafo, pues todos, desesperados por la lentitud de un cortejo fúnebre, se adelantaron para llegar antes al panteón Español. En pleno Periférico esperamos una hora a que llegara otra carroza. De repente, los automovilistas que se encontraban en el megacongestionamiento que se armó se sorprendieron cuando vieron salir un ataúd de un auto para pasarlo al otro. Y es que esas cosas siempre causan cierto escalofrío.

Así se despidió el maestro Benítez, generoso, convirtiendo un día gris, contaminado y triste en un pretexto más para recordar sus enseñanzas: la nota fue que se hicieron necesarias dos carrozas para trasladarlo, y la lección de periodismo: que no se debe confiar en lo previsible, pues la mayoría de las jefaturas de información dieron por hecho que nada pasaría durante el traslado. Al otro día se publicó en La Jornada mi crónica de este incidente, sin foto, claro, pero pensé que desde algún lugar mi profe estaría orgulloso de que no se me fue la nota y que cumplí la tarea de redactar con velocidad, bajo presión y lo mejor posible.

Profe Benítez, tengo estómago de avestruz, aún no me canso, aquí seguimos.

Texto que forma parte del acervo Fernando Benítez que resguarda la Fundación Ildefonso Vázquez Santos, en la ciudad de Monterrey