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Fetichismo del peso y la paridad
E

xiste una especie de fetichismo respecto a la moneda –el peso– y al tipo de cambio frente al dólar. Esto se promueve desde distintos frentes: el gobierno y el Banco de México; además de que se expresa y magnifica de manera notoria en el tratamiento trivial que sobre ese asunto hace la prensa al transmitir el asunto al público.

Una expresión de esto es la que se propagó hace apenas unos días cuando el dólar (llamado FIX, usado para saldar deudas en dólares) bajó de los 19 pesos por unidad. Desde entonces ha fluctuado ese borde: de los altos 18 y los bajos 19 pesos por dólar. Ante esa apreciación se bautizó a la moneda como el superpeso.

Uno de los factores primordiales de tal revaluación del peso es el diferencial de las tasas de interés de la deuda del gobierno entre los Treasuries (bonos del Tesoro de distintos tipos) y los Cetes. La Junta de Gobierno de del BdeM elevó la tasa de interés objetivo el pasado 15 de diciembre hasta 10.5 por ciento. La tasa de los fondos federales que fija el Comité de Operaciones de Mercado Abierto de la Reserva Federal está en un rango de 4.25 a 4.5 por ciento.

En esa, la más reciente ocasión de alza de las tasas, el subgobernador Gerardo Esquivel fue el único miembro de la junta que propuso, con razón, fijar la tasa en 10.25 por ciento. Su argumento está asentado en la minuta número 97 de la junta respectiva a la decisión de política monetaria. Él ya no está en la junta.

Esa brecha entre ambas tasas se determinará de nueva cuenta en la siguiente reunión del comité de la Fed a finales de mes. Es probable que la brecha se amplíe más de lo esperado si allá se decide reducir el alza de las tasas de 0.5 a 0.25, y entonces habrá otro estímulo para que el superpeso se aprecie de nuevo.

Los grandes inversionistas y los especuladores podrían pedir préstamos en un banco de Estados Unidos a una tasa de 4.25 y colocarla en Cetes en pesos a una tasa de 10.5 y, además, con un costo de conversión bajo debido a la misma apreciación del peso. En tal caso aquí podría decirse –ciertamente llevado a un extremo– que respecto a la paridad con el dólar el banco central es un hacedor de milagros.

El peso es una moneda con características relevantes en las transacciones de divisas (tiene mucha liquidez); está entre las más negociadas del mundo y es la tercera en el continente americano (después de dólar estadunidense y el de Canadá). Esto se deriva en especial del diferencial de las tasas de interés y del intenso comercio fronterizo asociado con el T-MEC.

El Banco Internacional de Pagos señaló en abril pasado que, conforme a la encuesta trienal sobre operaciones del mercado de divisas y derivados, el intercambio global de divisas se incrementó 14 por ciento respecto a 2019, alcanzado un monto diario del orden de 7.5 billones de dólares. El peso se situó en el lugar 16 y respecto a las economías en desarrollo fue el número tres, por debajo del renminbi chino y la rupia de India. El intercambio global en pesos se valuó en 114 mil millones de dólares (1.5 por ciento del intercambio global) y en el mercado local fueron 21 mil millones de dólares.

Otro elemento que impacta el valor del peso es el de las remesas, cuyo monto acumulado entre enero y noviembre de 2022 fue 53 mil 139 millones de dólares, mayores en 13.5 por ciento a los 46 mil 834 millones del mismo lapso de 2021. Según los datos generados por el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, en ese último año las remesas representaron 61 por ciento de las exportaciones netas del sector automotriz, 4 por ciento del PIB, 6.2 del consumo privado,141 de la inversión pública y 23.5 de la inversión privada.

No sólo su peso financiero es muy significativo, sino que de alguna manera muestra las deficiencias de la estructura y del desempeño de la economía mexicana. La formación bruta de capital fijo, que corresponde a la inversión en bienes y servicios que hacen las unidades económicas de un país más la acumulación de los inventarios, representaba 5.6 por ciento del PIB en 2010 y desde entonces ha caído cada año hasta llegar a 2.5 por ciento en 2019 y estancarse desde entonces hasta el registro de 2021 y que seguramente será similar en 2022. En el caso del sector privado su nivel en 2021 era similar al de 2010. Este es un dato clave de lo que pasa en esta economía.

Las remesas representaron 163 por ciento de la inversión extranjera directa que se recibe y pasaron de 87 en 2016, a 106 por ciento en 2019 y sólo ha aumentado desde entonces. Algo similar ocurre con la proporción que tienen con la exportación petrolera fueron 143 por ciento de esos ingresos en 2016, llegaron a 232 en 2020 y 178 por ciento en 2021.

Es en ese contexto en el que hay que poner el significado financiero de las remesas y otras entradas de capital por diferencial de rendimiento en tasas de interés y que son los elementos clave en la reciente apreciación del peso. No tiene que ver con la fortaleza de esta economía.

La estabilidad que se pregona en materia financiera y fiscal está inserta en una larga fase de relativo estancamiento productivo que se agudiza constantemente. Esto compromete de modo relevante las medidas que se toman para acrecentar el bienestar y reducir la pobreza y la desigualdad de modo que pueda sustentarse en el tiempo.