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El estante de lo insólito

El futbol, ese huracán

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Ilustración Manjarrez / Instagram: Manjarrez_artFoto

“Yo me sentía grande ese día. Había metido muchos goles y quería ser una estrella del futbol soccer. No veía la hora de crecer y crecer…”

La montaña de las mariposas, de Homero Aridjis

E

l futbol empezó cuando los ingleses aglutinaron, modificaron, adaptaron y propusieron un modelo que resumía (sin proponerse condensar sistemas o reglas históricas) antecedentes como el calcio italiano o el soulé de Normandía y Bretaña, juegos mesoamericanos y también asiáticos. Así es como surgió lo que se conoce como Las reglas de Cambridge, práctico reglamento de 14 puntos que definió para siempre el deporte por excelencia de las masas en el mundo: el foot-ball (queriendo castellanizarlo, hubo organizaciones y prensa que llamaban a los jugadores balompedestres), desde 1863. El Sheffield Club sería el primer club organizado y los eternos viajeros ingleses expandieron de inmediato el gusto por la disciplina. Es el deporte más popular en el orbe.

El rito y el juego

Octavio Paz reflexionó de la siguiente forma sobre la significación por la pelota y su juego ancestral (libro Magia de la risa, ensayo Risa y penitencia, Editorial Universidad Veracruzana, 1962): El juego de pelota era escenario de un rito en el que el victorioso ganaba la muerte por decapitación. Pero se corre el riesgo de no comprender su sentido si se olvida que el juego de pelota era efectivamente un juego. En todo rito hay un elemento lúdico. Inclusive podría decirse que el juego es la raíz del rito. La razón está a la vista; la creación es un juego; quiero decir: lo contrario del trabajo. Los dioses son, por esencia, creadores, jugadores.

La esférica en tierra azteca

En México sigue habiendo disputa por la paternidad del soccer precursor, pero se practicó en forma casi simultánea en Pachuca, por ingleses, y en Orizaba, por ingleses y escoceses, a principios del siglo XX. Pachuca tiene registro de un primer club en 1900: Pachuca Athletic Club, mientras en el Museo del Futbol en Orizaba se exhiben los primeros cueros que se patearon en los campos veracruzanos. En los orígenes no tenían jugadores mexicanos y aun cuando empezaron a mezclarse los conjuntos, el refinamiento inglés persistía. De hecho, muchos juegos culminaban con los jugadores de ambas escuadras tomando el té.

La Primera Guerra Mundial se llevó a la mayoría de los ingleses de México (algunos se quedaron y fueron fundamentales, como William H. Frasser, quien fundó al Necaxa en 1923, y desde luego Percy C. Clifford, quien fue jugador, entrenador, fundador de equipos, árbitro e impulsor de la primera federación mexicana...) y eso abrió el periodo de los grupos españoles con la fundación del Club España, esencial para el establecimiento del deporte a escala nacional. Rivalizaría con el Asturias, antes de que existiera en la capital el equipo mexicano América, desde 1918.

Los clásicos

En la Perla Tapatía ya había surgido el Guadalajara en 1909 (si bien se fundó como equipo Unión, en 1905), donde los conflictos laborales con los extranjeros (esencialmente franceses) hicieron que los tapatíos impusieran un equipo compuesto estrictamente por jugadores mexicanos. Cuando las ligas de Jalisco, Veracruz, Pachuca y Ciudad de México se congregaron, fue que realmente existió un campeonato nacional que ganó el Real Club España, celebrado en 1921, con el auspicio del presidente Álvaro Obregón; antes de él, en 1919, Venustiano Carranza prohibió los festejos taurinos, lo que indirectamente impulsó la popularidad del futbol como deporte masivo. El primer clásico fue el tapatío: Guadalajara contra Atlas, y tiempo después se presentaría el clásico nacional: Guadalajara contra el América, visto en muchas películas como Tirando a gol (Ícaro Cisneros, 1980). Cada país y hasta cada región tiene su propio clásico.

La patria en los botines

Las selecciones nacionales de futbol son vistas con una estatura que no se emula con otras representaciones, sean deportivas o artísticas. México tiene la característica de un fervor que descarga demasiado de su tribuna, con seguidores capaces de vender el auto o hipotecar la casa para tomar el avión que los ponga en tierra ignota y así apoyar a la selección. De hecho, al cuadro nacional se le llama el Tricolor (Tri), por los colores de la bandera de México; se trata de 11 deportistas que son entonces la piel del país. Ese apasionamiento está exacerbado por la mercadotecnia y los grandes negocios alrededor de las ligas profesionales, los organismos internacionales, las televisoras, las marcas deportivas y el poderío global de la FIFA, federación capaz de pasar sobre la constitución de cualquier país para imponer sus reglas. Los clubes y asociaciones le reportan antes que a las leyes civiles que los rigen en su patria.

En Misterios de la vida diaria (Editorial Joaquín Mortiz), Jorge Ibargüengoitia comenta: “Aprende uno mucho más de futbol oyendo los comentarios y leyendo el periódico que viendo partidos y mucho más que jugando (...). También se aprenden otras cosas. Sobre la naturaleza humana: estos campeonatos son la guerra incruenta, que suscita odios perfectamente gratuitos –nomás porque el enemigo está del otro lado del campo–, y las derrotas son catástrofes nacionales, nomás que, afortunadamente, el ejército derrotado regresa a su país para encontrar odio y desprecio, pero no hay miles de muertos ni hambre ni ciudades destruidas”. Aunque a veces no es así.

La pasión por el futbol puede ser ridícula y hasta trágica, como que aficionados mueran por aplastamiento o estampida durante compras de boletos, ingresos a estadios, celebraciones o enfrentamientos entre seguidores. Honduras y El Salvador protagonizaron el triste episodio de la Guerra del Futbol en plena eliminatoria mundialista para México 70. Los países tuvieron intercambio de metralla con todo y ejércitos en julio de 1969. Sobre el tema, es imperdible la célebre crónica del periodista Ryszard Kapuscinski.

El juego en otros campos

El futbol acostumbra ser centro de asombros, no sólo en los estadios, sino en la música, el cine o la literatura, donde se refleja la afición futbolera. El gran laberinto, de Fernando Savater, es un interesante relato fantástico, mientras en La cancha de los deseos, de Juan Villoro, se apunta: El futbol es un deporte tan significativo que algunos presidentes dejan de gobernar cuando hay partidos importantes. Si la selección es un desastre, ocurre una catástrofe nacional. Sin embargo, por algún extraño misterio, a pesar de los malos resultados la gente no dejaba de apoyar a sus putrefactos.

Mientras el equipo olímpico varonil de México entregó el máximo laurel que ha dado el futbol mexicano con la medalla de oro en Londres 2012 –que generó el documental Oro, el día en que todo cambió, de Carlos Armella y David Romay, 2012–, es preciso decir que sin estructura, sin publicidad y sin casi nada (ni páginas de análisis y comentarios en la prensa), la primera selección femenil mexicana fue tercer lugar en el Campeonato Mundial de Futbol Femenil de Italia 1970, y subcampeona del mundo en la Copa disputada en suelo nacional en 1971 (perdieron ante Dinamarca ante un repleto Estadio Azteca). Efectivamente, se jugaron esos dos primeros mundiales femeniles en años consecutivos. Varias jugadoras brillantes integraron esa generación, como María Eugenia La Peque Rubio, Guadalupe Tovar Ugalde y Alicia La Pelé Vargas, flamante campeona de goleo en 1970. A propósito de esos triunfos, es interesante el trabajo La Tri olvidada (dirigido por el mencionado Roberto Jiménez Yáñez, en 2018), haciendo el recuento de la enorme labor de esas jugadoras, y también el hecho de que los dirigentes no quisieron pagarles un peso, remarcándoles su condición de amateurs.

Entre el documental y la ficción, otros títulos han mantenido al cine mexicano cercano a la cancha, con producciones como Los hijos de don Venancio (Joaquín Pardavé, 1944), Las Chivas Rayadas / Los fenómenos del futbol (Manuel Muñoz R., 1964), México 70, el mundo a sus pies (Alberto Isaac, 1970), El futbolista fenómeno (Fernando Cortés, 1978), El chanfle (Enrique Segoviano, 1979), El chido guan / chido guan, el tacos de oro (Alfonso Arau, 1986), Futbol de alcoba (Javier Durán, 1988), Atlético San Pancho (Gustavo Loza, 2001), Jacinto, Pata Sagrada (cortometraje de Lucía M. Carreras; 2006), Rudo y cursi (La vida es un volado) (Carlos Cuarón, 2007), Cómo no te voy a querer (Víctor Avelar, 2008), 180 Grados (Fernando Kalife, 2009), Ilusión Nacional (Olallo Rubio, 2014), Selección canina (largometraje animado de Carlos Pimentel y Nathan Sifuentes, 2015), Entrenando a mi papá (Walter Dohener, 2015), Cuna de campeones (Pedro Álvarez Tostado, 2016), Tuya, mía… ¡Te la apuesto! (Rodrigo Triana, 2018), Eres mi pasión (Anwar Pato Safa, 2018), Campeones (Lourdes Deschamps, 2018), Balón al aire (Gabriel Mariño, 2018) y Chivas, la película (Rubén R. Bañuelos e Iván López Barba, 2018).