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Palacio de excepción
J

usto enfrente del Templo Mayor, en la calle de Argentina esquina con Donceles, se yergue imponente un elegante palacio en estilo neoclásico, obra de Manuel Tolsá, el notable arquitecto y escultor, autor de El Caballito y el Palacio de Minería.

Lo mandó construír Francisco Fagoaga y Arosqueta, Primer Marqués del Apartado. Comenzó en 1796 y concluyó en 1805. La familia poseía minas que producían plata, pero en los filones aparecía alguna traza de oro. La separación o apartado de los metales era complicada y pocos conocían cómo hacerla. Por esa razón, desde 1655 el virrey duque de Alburquerque decidió vender por concurso público el oficio de Apartador General de la Nueva España.

En 1718 lo obtuvo el rico minero Francisco Fagoaga, que así se hizo del titulo nobiliario e incrementó su fortuna, ya que además de apartar el quinto real para el rey, se hacía su buen apartadito, lo que le permitió mandar a Tolsá construir el portentoso palacio.

Desde que se erigió la fachada principal resultó difícil de admirar, ya que la calle era estrecha, pero en el siglo XX tuvo la fortuna de que se demolieran los edificios para liberar el Templo Mayor, y ahora se aprecia a plenitud.

Pero como todo se acaba, al concluir la lucha armada perdieron el palacete que tuvo diversos propietarios particulares, según nos informa Rafael Fierro Gossman, quien hizo una profunda investigación sobre la historia del inmueble.

En la última década del siglo XIX el edificio fue ocupado por el Colegio de Escribanos y la Lotería Nacional; en 1900 se decidió adaptarlo para crear las nuevas oficinas del Poder Judicial, proyecto prioritario del régimen porfirista en ese momento. Se adquirió la vieja mansión del Marqués del Apartado, que albergaría a la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, y se encargó la adecuación del edificio al ingeniero Porfirio Díaz, hijo del presidente.

A sus 27 años, comenzó el ambicioso proyecto y pronto se topó con una sorpresa: al excavar el patio central apareció un enorme monolito que resultaría ser una escultura de basalto que representaba una xiuhcóatl (serpiente de fuego). Bajo la supervisión del arqueólogo Leopoldo Batres se continuaron las excavaciones y apareció un océlotl cuauhxicalli.

Los excepcionales hallazgos condujeron a ampliar la excavación y se encontró una escalinata que formaba parte de una gran plataforma. La relevancia del descubrimiento llevó a que se habilitara la primera ventana arqueológica abierta al público en la Ciudad de México.

En 1985, la arqueóloga Elsa Hernández Pons, en un proyecto de rehabilitación del inmueble, excavó una crujía al oeste del patio central y descubrió la continuación de la escalinata descubierta por Batres en 1901. Esto le permitió corroborar dicha continuidad y constatar que cierra un conjunto arquitectónico por el lado norte del Templo Mayor. Al pie de la escalinata apareció un soberbio cuauhxicalli de basalto en forma de águila, que hoy se puede admirar en el Museo del Templo Mayor.

Lamentablemente, el notable recinto que era posible visitar, ahora bajo resguardo de la Secretaría de Cultura, lleva varios años cerrado y no parece haber fecha para su reapertura.

Por lo menos se pueden ver sus elegantes fachadas neoclásicas; un buen lugar para apreciarlas es el restaurante El Mayor, situado en los altos de la librería Porrúa, que se encuentra en la esquina de Argentina y Justo Sierra. Desde su terraza tiene la mejor vista del Templo Mayor y del palacio del marqués del Apartado.

Hay sabrosa comida mexicana; para botanear, un perejil frito y unas tostadas de pato con mole. También, muchas delicias para el plato fuerte, entre otras, albóndigas rellenas de plátano macho y queso provolone bañadas con mole negro, el huachinango a la veracruzana o el chile relleno de chicharrón prensado sobre espejo de frijol. Remate: el pastel de tres leches con rompope.