Opinión
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Isocronías

Cuento sin acabo

Q

uiero hacer una consideración: la poesía es muy desconsiderada con uno. ¿No lo creen así? Yo así lo creo. Extermina, no aúpa, como muchos, sin duda (o mejor con duda), parecen imaginar.

Cambio aparentemente de tema: un amigo al que no veo desde hace muchos años, se llama Gildardo, me pregunta, en buena ley, que cómo le hago para escribir tanto. La verdad no escribo tanto. Le contesté de otro modo. Uno escribe porque no sabe hablar (también por eso canta uno). Uno escribe para disculparse de no saber hablar, y de nunca saber qué decir ni cómo decirlo. Uno escribe para pedir perdón, no a gritos, sino calladamente, tristemente. Pero también agradecidamente.

Siempre le preguntan a uno que por qué escribe (soy periodista, conozco a los periodistas, y sabemos todos en cuántos errores caemos). La única respuesta posible (o imposible) es: Porque no sé escribir; si supiera, la verdad, no escribiría. Ando viendo a ver qué.

Para recurrir a Cervantes, lo cual no es nada necesario, digamos que el poeta, el escritor en general, es un curioso impertinente. No tiene por qué meterse en lo que se mete, pero se mete: laberinto, cueva de Alí Babá... El caso es que se mete, y claramente que se mete en problemas, sin necesidad alguna.

Le sigo contestando a Gildardo, que qué tal si ni siquiera lee estas palabras. El poeta habla no para que lo escuchen, sino sobre todo para escuchar que escucha; preguntándose, más bien, si es que escucha. Diré otro sobre todo: sobre todo para preguntarse de dónde le salen las palabras, que cómo, quién sabe, a él llegaron y son y no son suyas. ¿Es un enigma? Es más bien un misterio, cosa distinta. Como son misteriosas las estrellas. Como ellas las palabras, tan lejos del poeta. Tan compañía, tan ausencia.

Allí debería callarme, aquí debería callarme. Pero, la verdad, es que no hablo, estoy tratando de escuchar lo que quiero decir. Dicho mejor, lo que ciertas palabras que conozco pero me desconocen quieren decir, decirme (o al revés).

Hay dos términos, muy conocidos: hombre de letras y hombre de palabra. El poeta es lo segundo. Se debe a la palabra; no la palabra se le debe a él. Y así termina este cuento de nunca, por fortuna, acabar.