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Democracia plebiscitaria
L

a transición de un régimen autoritario a una democracia liberal condujo al desmadejamiento del régimen. Los resultados electorales de 2018, así como la manera de gobernar de AMLO emparentada con la democracia plebiscitaria, deben encuadrarse en el largo proceso que abrió la transición a partir de 1997 y las alternancias a partir del año 2000.

El ensamblaje del México profundo y el México moderno. Durante el régimen priísta se construyó desde un sistema político centralizado en la figura presidencial y articulado a través de la operación de grandes conglomerados –obreros, campesinos, burócratas–, que neutralizaba la participación política directa de otros actores y que transformaba la participación ciudadana en actos litúrgicos de confirmación plebiscitaria. En el centro discursivo se encontraban los conceptos clave de unidad nacional y de estabilidad.

Ciudadanía pasiva. Pero el ensamblaje funcionaba porque el discurso hegemónico reforzó los rasgos de una ciudadanía que aceptaba su marginación de los asuntos públicos por razones culturales, antigobiernismo estructural, pero sobre todo porque el régimen autoritario generaba desde todos esos ámbitos poderosos incentivos a favor del inmovilismo social.

La narrativa del régimen de las alternancias. Asumió tres aspiraciones ciudadanas: una democracia para todos, un desarrollo económico más equitativo y una relativa estabilidad social. Se trataba de democracia liberal más mercados competitivos más pluralismo inclusivo.

Debilidades e insuficiencias. Empero, las debilidades de la modernización económica se expresaron en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población. En cuanto a las de la modernización política, ésta ocurrió porque, eficaz para desmantelar el tripié del régimen autoritario, fue incapaz de sustituirlo. El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado, pero por poderes fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto partidista lubricado por los recursos públicos. Las reglas informales continuaron imperando junto al activismo legislativo que produce leyes aprobadas, pero no acatadas. Además, operó un conglomerado cuasipartidario que impregnaba el quehacer político: los tecnócratas anidados en la Secretaría de Hacienda y el Banco de México.

La mayor derrota del Estado y la sociedad expresada en la cauda de muertes y desaparecidos fue la llamada guerra contra las drogas. Hasta nuestros días.

La narrativa de la 4T. La larga marcha de López Obrador se sustentó en una narrativa que opone frente a la oligarquía o la mafia en el poder, al pueblo. Este movimiento postulaba poner en el centro a los pobres de México y para operar esta transformación se comprometía a la separación del poder económico del poder político.

El centro de gravedad no es el centro político. Se pensaba que la narrativa de AMLO se movería al centro para ampliar su base social con quienes votaron por otras opciones, al tiempo que consolidaría su influencia sobre un electorado de clases medias, decisivo en la victoria electoral en 2018.

No fue así. AMLO ha buscado gobernar con la narrativa antisistémica y antielitista que condimentó a lo largo de 12 años en la oposición. Ha gobernado desde las conferencias mañaneras que le garantizan el contacto directo, sin intermediarios, con amplios sectores de la población.

Pasiones y emociones. El actual momento político mundial, acicateado por las redes sociales, las fortalecen. Pierre Rosanvallon (2020) habla de un régimen de emociones en donde distingue tres: emociones de posición (sentirse abandonados), emociones de intelección (visiones complotistas y fake news), y las emociones de acción (la desconfianza a los gobiernos establecidos, a las élites tradicionales).

Pasiones, emociones, polarización y perversión del lenguaje encuadran la democracia plebiscitaria.

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