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Cervantino 50
Vitalidad de Diemecke convierte a la orquesta en un volcán de precisiones
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▲ Enrique Arturo Diemecke es uno de los mayores tesoros de la cultura de México y del mundo. Lo demuestra a cada momento. Está en su esplendor.Foto Pablo Espinosa
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Periódico La Jornada
Miércoles 26 de octubre de 2022, p. 4

Guanajuato, Gto., Estamos en ensayo. Mahler. Quinta Sinfonía. Desde el podio, Enrique Diemecke prepara mentalmente a los músicos de la Sinfónica de Guanajuato: De lo que nos vamos a ocupar hoy es de la pasión. Mahler es pasión. Vehemencia. Sientan el latido del corazón y trasladen ese pulso, esa energía, a su cerebro, indica y se toca las sienes. Levanta el índice izquierdo, hace una cabriola como de berbiquí, lo hunde en el aire, señalando un punto brillante en el espacio; blande ahora el índice derecho. Traza la anacrusa inicial. Dirige sin batuta, de memoria.

Fa sol fa sol re fa sol re un dos tres un dos tres fa sol re fa sol re ¡glissen! ¡arpa! Fa sol re fa sol re. Canta las notas.

Sobre el atril reposa un libro pequeño: la partitura de Mahler con anotaciones en colores que hizo Enrique Diemecke, pero no consulta el libro, todo está en su mente. Tiene el dominio que solamente tienen Claudio Abbado, Simon Rattle, Sergiu Celibidache…

El maestro Diemecke no sólo es el mejor director de orquesta mexicano vivo. Es un gigante a la altura de los mejores en el mundo y lo demuestra en ensayo, que es la hora de la verdad para todo músico.

Estoy sentado junto a la orquesta. Todo retumba en mi pecho, mojado por mis lágrimas de emoción. Sigo las indicaciones del director con sus índices y en el momento en que, recuerdo en mi mente, la partitura marca la indicación stürmisch bewegt, mit grosser vehemenz (moverse tormentosamente, con la máxima vehemencia), el rostro de Enrique Diemecke se transfigura, su canto adquiere velocidades extremas. Está ocurriendo una epifanía.

Detiene a la orquesta para dar indicaciones técnicas. Imparte: En este pasaje, estábamos soñando y nos despertó un beso.

Guía a sus músicos. Es un líder natural, un músico nato, un grande del podio: Nuestro trabajo está destinado a procurar un mundo mejor. Debemos transmitir a la gente la alegría de vivir.

Continúa: “Crescendo, diminuendo, allegro, pianissimo, forte, mezzoforte, glissando… todas esas son nuestras herramientas. En nuestras manos está la posibilidad de soñar y de hacer soñar a los demás, con esta energía vital que transmite la música. Ahí reside la magia de la vida”.

Fa sol re fa sol re fa sol re fa un dos tres un dos tres fa sol re fa sol re fa ¡glissen! ¡arpaaaa!!! ¡tromboneeess!

¡Viva la vida!

Grita al final del ensayo. Todo lo que hizo en hora y media de ensayo, transformar la orquesta en un volcán de precisiones milimétricas, en una hoguera consumida por la pasión, en un pulso vital que se transforma en magia, es una demostración de por qué es uno de los mejores directores de orquesta del mundo, está en plenitud.

Enrique Arturo Diemecke es uno de los mayores tesoros de la cultura de México y del mundo. Lo demuestra a cada momento.

Está en su esplendor. El Festival Internacional Cervantino lo reconoce. Este viernes le hará entrega de la Presea Cervantina, cuando él haga soñar a todos, músicos y público, los haga felices como siempre lo hace. Recibirá ese reconocimiento cuando marque el compás final de la gloriosa Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, su compositor favorito.

México tiene la fortuna de tener a una de las grandes personalidades de la dirección de orquesta en el planeta.

Mérito del Festival Internacional Cervantino: vislumbrar esa importancia, esa valía, y reconocerla. Premiarla.

Albricias.