Opinión
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El vuelo de los antiguos mexicanos
1. A

través del follaje de fresnos y ahuehuetes los voladores son pájaros de alas abiertas y plumaje vistoso. Aparecen y desaparecen tras las ramas, caen en círculo como señoriales zopilotes que se quisieran verticales. Llegando al suelo dan una maroma para posar los pies.

¿Estaré llegando a las fuentes primordiales como en Los pasos perdidos, la novela de Alejo Carpentier? ¿Danza y música nacen y caen del cielo o algo? Qué va. Ando en el bosque de Chapultepec. Testigos son los paleteros y unos cuantos turistas. Se escucha el mismo piccolo de carrizo y el mismo tamborcito que en Cuetzalan, Papantla o el artificial escenario de Tajín.

Pájaros que descienden como el rey Cuauhtémoc, llevan una sucinta máscara de águila. El ritual data del preclásico mesoamericano. Ancestral clavado místico hacia los cuatro puntos cardinales con dos mil 500 años de antigüedad, los voladores caen con el ritmo circular del tamborcito y el flautín del caporal, quien permanece en la punta del altísimo palo mientras giran a sus pies cuatro aves en cuerpos humanos.

Sus creadores, fueran toltecas, primitivos totonacas u otros, consiguieron la opción de vuelo más audaz y depurada en todo el continente antiguo y quizás el mundo. Nadie voló tan alto antes del globo de Cantoya.

En su preparación para saltar al vacío, los voladores vencen el vértigo dirigiendo la vista al confín del horizonte. Su caída de 35 o 40 metros es una meditación ritual potencialmente suicida que gira, flor de brazos abiertos, en la armonía de su descenso victorioso.

2.

Los papalotes que vemos sobrevivir de milagro entre los cables, las antenas y los edificios que sitian el viejo pueblo de Tizapán en San Ángel, atosigado por los puentes de San Jerónimo y el Anillo Periférico, llegaron al valle de Anáhuac en el siglo XVII, no se sabe si de Brasil o el reino de España. Pero a nadie le parecieron cometas, como los nombraban, sino mariposas. Para los mexicanos eso eran (papalotl significa mariposa en lengua náhuatl) y lo elevaron a la altura del arte hasta llegar a los papalotes de Francisco Toledo ilustrados con garzas, alcaravanes, arañas, parejas copulando, insectos gigantes o los desaparecidos de Ayotzinapa. Se va a bolina la imaginación, canta Silvio Rodríguez.

Hechos con frágil papel crepé o lienzo fino y un armazón de casi ingrávida madera de balsa, desafían los vientos en la megalópolis de humo que tan airosamente surcaron en siglos pasados la región más transparente del aire. Imaginemos cómo lucían los papalotes cuando vino Humboldt.

Antes de los drones, los aviones y Google Earth, los niños volaban sus ojos en el papalote por interpósita estructura, libélula de la imaginación. Veían como las aves, abandonando la condición de mariposa así como ésta deja la crisálida.

3.

Un siglo antes que Leonardo da Vinci hubo en Texcoco un rey inventivo que inspirado en el vuelo de murciélagos y zopilotes imaginó, trazó planos y realizó experimentos para sus artefactos de petate fino que prefiguraban el aeroplano. Se desconoce si sus invenciones permitieron a Nezahualcóyotl alzarse del suelo, si acaso coronó su idea, pero es bonito imaginarlo volando encima de lagos, valles y chinamapas como hoy los gliders sobrevuelan Valle de Bravo.

Diego Rivera retrató a Nezahualcóyotl mostrando deslizadores de petate en su taller aeronáutico texcocano en el mural Unidad panamericana, el cual pintó en la Isla del Tesoro de la bahía de San Francisco para la Feria Internacional de 1940. La pieza acabó en el City College. Actualmente se exhibe temporalmente en el Museo de Arte Moderno de dicha ciudad californiana. En el extremo inferior izquierdo del pesado mural móvil, Diego presenta a nuestro Leonardo en el mismo nivel donde aparecen Frida Kahlo, Chaplin, él mismo, los artistas purépechas y los grandes ingenieros y cartógrafos modernos.

4.

La popular pelota mixteca que migró al norte y sigue muy viva tiene su origen en el periodo clásico mesoamericano de Teotihuacan al Petén. Los pobladores de las urbes antiguas inventaron la pelota lanzada y perseguida en el aire, y la crucial patada voladora. Era una batalla sublimada, ceremonial si se quiere, pero al perdedor se le sacrificaba a cuchillo para celebrar el triunfo y complacer a los dioses según consta en registros prehispánicos y sigue dando de qué hablar a los expertos. Aquellas canchas originarias pueden admirarse hoy en múltiples sitios arqueológicos, donde ocupan en ocasiones un lugar preponderante.

Cuando la pelota o el disco de caucho están en juego, la vida se amontona y demanda estrategias de equipo. El concepto occidental de deporte ayudó a domesticar esa cruel práctica y ahora sólo los narcos se cobran a balazos sus derrotas en futbol o beisbol.

Gracias a tal armisticio civilizatorio vemos tantos niños todavía pateando al aire el balón, con alegría y sin consecuencias funestas.

5.

Sea uno o su imaginación, como canta el simpático son jarocho tradicional, ay, qué bonito es volar / a las dos de la mañana. O a cualquier otra hora, ¿a poco no?