Capital
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La Jornada, una experiencia periodística que nació en la Roma
 
Periódico La Jornada
Lunes 19 de septiembre de 2022, p. 34

No fue la necesidad de satisfacer un antojo, ni la casualidad. Era una cita, impostergable, y esa mañana, antes de que dieran las 11 del día, la vista descubrió, ahí, cruzando el arroyo, en el número 67 de la calle Durango, en la Roma, el portón cerrado, mudo, de aquella vivienda, muy del tipo inglés, que sin embargo no oponía resistencia a los golpes de memoria llegados desde aquellos momentos de hace 39 años.

Aunque siempre, casi como lugar común, las memorias de los primeros días de La Jornada se relatan una y otra vez en todos los foros y pláticas donde se demandan, esta vez fue un encontronazo que me obligó a recargarme en la pared contigua al estacionamiento donde había dejado mi vehículo. Eran las 10:53 de la mañana.

Como aroma de café, los aires de aquellos días llamaron a las experiencias del inicio de nuestro diario. Me vi llegando a las puertas de la casona, acompañado de la reportera Andrea Becerril, recién maltratada por la dirección de Canal Once, pero bien recibida en el cuerpo de trabajo del diario. Aún no había fecha de salida.

Ahí llegábamos todos los que decidimos fundar el diario. Los directivos incansables junto al inolvidable Miguel Luna, laborando día con día, todo el día. Pedro Valtierra que no tenía dónde publicar, pero que seguía apuntando con el ojo de su Leica a los momentos de la cotidianidad en una ciudad, que muy poco tiempo después, en 1985, recibiría la ira de la tierra que la cambiaría totalmente y para siempre, como apuntaba con razón Jaime Avilés envuelto en aquella gabardina histórica que guardaba sus penurias y sus alegrías de reportero.

La experiencia anterior, el diario en el que durante poco más de un lustro encajamos las razones de muchos, transformadas en letras, se nos desmoronó entre las manos victimado por el síntoma inequívoco de la descomposición que ya comenzaba –había iniciado la larga noche del neoliberalismo–, pero nosotros teníamos algo más que decir. El compromiso no había caducado. Crear nuestro propio medio era el siguiente paso obligado.

Sabíamos el camino, pero no dónde y cuándo terminaría. La ciudad seguía cambiando y sus pobladores daban idea de sus necesidades políticas. El diagnóstico fue certero, La Jornada necesitaba testimoniar el paso tiempo en la capital de México.

Sin premoniciones sobre el escritorio, se formó la sección Capital. Un año después, escritos y fotografías relataban las transformaciones, trágicas algunas de ellas, que empezaba a dar una nueva fisionomía al entonces Distrito Federal.

Los cambios siguieron sin dar pausa. Un nuevo nombre, Ciudad de México, tomó el lugar de aquel que limitaba y rechazaba libertades. Uno tras otro, los testimonios, las denuncias, las marchas, las exigencias que obligaban a saltar hacia una ciudad de derechos se contaban en la sección Capital.

La Ciudad de México señaló la ruta y la democracia se instaló, pese a todo, con la voluntad de la mayoría de su gente. El sufragio se inclinó a favor de la oposición, de la transformación. La ciudad se levantó como el punto de resistencia, sus habitantes lucharon con sus derechos y en Capital se imprimían las fotos históricas de la verbena popular con la que se recibió al primer gobierno, que con la bandera de la izquierda llegaba al poder.

Vinieron años difíciles, de confusión. Un día de aquel 2009 se paralizó la vida en una de las urbes más pobladas del planeta. Las calles quedaron vacías, el comercio interrumpido, los cubrebocas –seis millones repartieron los soldados–, aparecieron en el rostro de los capitalinos. El gobierno cerraba la ciudad para evitar que el contagio por influenza se extendiera.

El reloj me acaba de avisar que son las 12:15, la hora de mi cita, y que mi encuentro con el destino ha terminado. En mi cabeza, sin embargo, siguen retumbando nombres, se agolpan los momentos que le arrebato a la memoria y miro otra vez a la puerta del número 67 de la calle Durango en la Roma, donde nació nuestro orgullo jornalero.