Opinión
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Símbolo del viejo régimen
Echeverría
D

e la forma en que un ex presidente se convierte en un chiste:

–¿En qué se parecen Perú y México? Allá tienen las ruinas de Machu Picchu y acá el Pinche Güicho nos dejó en la ruina.

De la forma en que un ex presidente se convierte en resumen de su sexenio. Es después de 1976 cuando, instigados por la derecha empresarial y católica, comienzan a circular decenas de burlas y chascarrillos contra Luis Echeverría –tachándolo de tonto, nunca de asesino–, que su sexenio irá tomando su forma final en la memoria colectiva: como fracaso económico (la primera devaluación del peso desde 1954, el inicio de una escalada de inflación de 27% al año y el crecimiento desmedido de la deuda externa para financiar el gasto del gobierno), como fractura del acuerdo con los empresarios de Monterrey (las más de 600 invasiones de tierras por parte de campesinos con expedientes rezagados de la reforma agraria y por el asesinato del empresario Eugenio Garza Sada en 1973) y como uso de la fuerza injustificado contra la prensa y las guerrillas (el golpe a Excélsior y las desapariciones de cientos de jóvenes por sus ideas políticas, desde el Halconazo del 10 de junio de 1971 en adelante). A la campaña de chistes, la acompañaría otra con un rumor de golpe de Estado promovida desde la Coparmex de Andrés Marcelo Sada, y otra sobre la esterilización de los niños con las campañas escolares de vacunación, impulsada por la Unión Nacional de Padres de Familia y la Iglesia católica.

Para una parte de la élite mexicana, Luis Echeverría sería un comunista por abrir al país al exilio chileno tras el golpe militar contra Salvador Allende, mientras que para la izquierda, que padeció la represión, tortura y desapariciones de estudiantes, guerrilleros, y líderes sociales, se convertiría en el artífice de una despiadada contrainsurgencia. Incluso, tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI en 1994, Carlos Salinas de Gortari decidió responsabilizarlo en un comunicado desde Irlanda en 1995. Lo hizo desde la desesperación, sin prueba alguna. A dos días de la elección presidencial, el 30 de junio de 2006, un juez le dictó un arresto domiciliario por asesino y genocida, derivado de los hechos de 1968, pero los comités de desaparecidos consideraron que esto era una pifia y que se trataba de una más de las maniobras electoreras de Vicente Fox; con toda claridad, doña Rosario Ibarra de Piedra, que buscaba a su hijo Jesús desde 1975, dijo: “Es una más de sus estrategias para confrontar ambos casos y generar desconfianza. Es como si quisieran decirle a la gente: ‘si votas por López Obrador, esto es lo que va a pasar’, cuando en realidad son las autoridades del gobierno foxista las que se parecen a Echeverría y a sus métodos violentos. Ahí está Atenco”. La forma que adquirió Luis Echeverría en la memoria colectiva está parada sobre esas dos piernas: el PRI que tenía todavía cierta autonomía relativa con respecto a las élites empresariales y el PRI que torturó, violó, asesinó y desapareció a sus opositores de izquierda.

Pero hay todavía otra cosa que simboliza Luis Echeverría, ahora que murió tras un siglo de vida y cuya última imagen fue la de un anciano sentado en espera de su segunda vacuna contra el covid (15 de abril de 2021). Me refiero a la retórica de la mentira. En una de sus últimas entrevistas se puede ver cómo el ex presidente se ha creado una justificación para sus decisiones erróneas, anulando una parte de la verdad. Por ejemplo, desmintió su papel en la matanza del 2 de octubre de 1968 con el hecho de que, durante su campaña electoral, pude viajar por todo el país y no tuve problema. De la masacre del Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, dijo que fue una catorriza entre unos policías disfrazados y unos estudiantes que los descubrieron. No hubo muertos. De su maniobra con los cooperativistas del diario Excélsior y la televisión monopólica para sacar de su dirección a Julio Scherer García, sostuvo: La cooperativa votó en contra de él. Hizo una gran redacción con gente valiosa, pero con una gran incomprensión de la psicología y las necesidades de los trabajadores. Igual que usa su gira presidencial a finales de 1969 para cancelar su participación como secretario de Gobernación en la matanza del 2 de octubre, se vale de que Ricardo Garibay le habló la noche del golpe a Excélsior para pedirle ayuda policiaca, como diciendo: si yo había sacado a Scherer, ¿por qué me hablaron?. Es la retórica del priísmo que niega lo moral con lo legal (como Peña Nieto y su casa recibida a cambio de contratos de obra pública), que cree que la realidad surgirá del ejercicio extenuante de negarla (como el actual líder del PRI), que puede habitar un país que sólo existe en su memoria personal y no en la colectiva, la de todos los que fueron víctimas de sus decisiones (como en el caso de Carlos Salinas de Gortari). Al final, sin que fuera responsabilizado de manera legal por sus masacres, Echeverría murió en el centro de una condena histórica. Quizás no ocurrió, como avizoró doña Rosario Ibarra de Piedra, que se sentara en la oscuridad, ruminado sus culpas y vergüenzas. Ese es un terreno del optimismo de pensar que los malhechores tienen un momento en que se dan cuenta de que han hecho mal y se turban con el peso de las consecuencias. Más bien, me imagino al ex presidente pensando que la demostración de que su paso a la Historia no estaba contaminado de sangre, frivolidad y soberbia era que nadie lo molestó el día que salió a recibir su vacuna.