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▲ La reportera con tres de las participantes.Foto Ricardo Ramírez Arreola
Periódico La Jornada
Lunes 6 de junio de 2022, p. 7

En mi pueblo los niños sueñan que de grandes van a ser padrotes. Juegan a que tienen viejas y les dicen a otras niñas: Pónganse a trabajar.

Vivo en la Ciudad de México y ya no tengo ninguna relación con mis papás ni mis hermanos. Tengo dos hijos, una niña de cinco años que estudia y otro de tres. No saben cuál es mi trabajo y me llevo bien con ellos. Voy a regresar a mi pueblo, mi papá tiene a mi hijo, tengo que quitárselo. Él dice que si lo hago me va a castigar, que me va a meter a la cárcel porque es robo de infantes. No es un delito, no es un robo porque él es mi hijo.

Mi mamá ya tenía dos hijos cuando se juntó con mi papá. Él abusó de la más chica cuando ella tenía sólo 13 años. Yo lo vi. Una vez llegó tomado y la violó. Mi mamá trabajó 10 años en esto, también fue víctima de mi papá. Yo era muy chamaca, no sabía qué onda. En muchas ocasiones él le pegaba muy feo, no sabía por qué lo hacía. Fui creciendo y me di cuenta de cómo eran las cosas. Nunca le tuve miedo hasta que tuve a mi niña, porque la cuidaba él.

A los 19 años comencé en este trabajo. Llegué porque mi papá me obligó, me decía que no serviría en mi pueblo, que mejor viniera a trabajar de puta a la ciudad, que iba a hacer más dinero para tener bien a mis niños. Me dijo que buscara a las más grandes de edad porque ellas llevan más años trabajando en esto, que hablara con ellas y que les pidiera chance de trabajar, aunque les diera para sus dulces. Mi papá retuvo a mis hijos. Me dijo que tenía que trabajar para solventar los gastos de ellos y me exigió una cuota semanal. Comencé a mandarle mil 700 pesos a la semana, con mucho esfuerzo juntaba esa cantidad.

No fui feliz en mi infancia porque mis hermanos y yo nunca estuvimos con mi mamá. Ella era puro trabajar. Me llevaba bien con mis hermanos, pero con mi madrastra no. Ella nos pegaba con un cinturón o nos aventaba las cosas. Mi papá era puro salir con sus amigos y cada vez que llegaba de malas nos pegaba. Me sentía mal porque sólo consentía a sus otras hijas, pero a nosotros nadie nos dio amor. Cuando mi mamá llegaba a vernos nos trataba bien, nos daba juguetes, nos llevaba a la escuela y veíamos la tele junto a ella. Sentía muy bonito, pero casi no pasaba esto porque la veíamos cada mes o dos meses.

Ahora mis papás ya no viven juntos. Él tiene a mi niño y la niña está con mi mamá. Ella también me pide dinero para mi hija y le doy. Hace poco le dejé de dar a mi papá porque a mi hijo siempre lo tenía desnutrido. Lo tiene mugroso porque lo baña sólo dos veces al mes. La última vez que fui a mi pueblo le pedí que me lo regresara, pero me dijo que no, que mejor le pusiera una sirvienta para cuidarlo. Se queja porque ya no puede hacerse cargo de él, pero me sigue pidiendo dinero.

Llevo un año en el talón. Me costó trabajo adaptarme porque algunas chavas me quitaban el dinero. Otra me empezó a cobrar piso, 200 pesos diarios. Me amenazaba con golpearme y aventarme a las demás para que también me pegaran si no le daba dinero. Yo estaba sola, me daba mucho miedo verla, incluso que se me acercara, por eso le comencé a dar. No sabía el movimiento, no sabía si era cierto todo lo que me decían. Jimena, una de mis amigas que lleva varios años trabajando en esto, me aconsejó que no le diera ni un peso. Me dijo que me iba a llevar a un lugar para que me ayudaran.

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▲ Sobre estas líneas, imagen de una de las sesiones del taller Aquiles Baeza que imparte Gloria Muñoz desde 2009. Abajo, la reportera con tres de las participantes.Foto Luis Jorge Gallegos y Ricardo Ramírez Arreola

Todo un mes estuve así, después ya no quise darle más dinero y me pegó. No me dejé y le aventé a los policías para que me dejara en paz. Cuando la denuncié, las autoridades no me trataron mal, al contrario, me dieron su apoyo. Gracias a eso ya no me molesta, ni siquiera se va a parar a donde yo estoy. Los policías pasan a verme y me preguntan cómo estoy, que si necesito cualquier cosa, les hable para que se la lleven. Ella sigue explotando a más chicas y nadie la denuncia.

El papá de mis hijos tomaba y se drogaba. En mis dos embarazos no me daba de comer. Una vez me tiró de las escaleras, tuve un sangrado y no me atendí, aun así nacieron bien mis hijos. Sólo una vez aborté. Compré unas pastillas, me las recomendó un muchacho que trabajaba en la farmacia. Fue mi decisión, no quiero tener hijos con cada pareja que me junto. No quiero traerlos a sufrir, ya no estoy preparada y no quisiera tener otro bebé, con los que tengo es más que suficiente. No me he operado y por eso no dejo que mi actual pareja termine dentro de mí.

Me he enamorado sólo una vez. Lo conocí hace dos años en mi pueblo, él era servidor público. No me pega ni me exige nada, pero no le gusta mi trabajo, aunque sepa por qué lo hago. Quiere que sólo sea su mujer, no le gusta compartirme. Cuando descanso nos vamos al cine, a bailar, al tianguis, a comer. Nos vamos juntos, comemos juntos, vivimos juntos. Le cuento todo lo que me pasa en el trabajo y con cada cliente. Está al pendiente de mí.

Mi sueño es estar siempre con él, me gusta la forma en que me ama. Nunca había vivido esto, ni con mis padres. Mi relación sería perfecta si yo tuviera a mis hijos, me sentiría completa, me saldría de trabajar y formaría un hogar. No es lo mismo sin ellos. Al que más extraño es a mi niño, a veces es tanto que para no pensar en él me dan ganas de agarrar el vicio, de empezar a tomar, a drogarme. Tengo amistades que me invitan, me hago la fuerte y no lo hago. No quiero caer en esto, quiero ir por buen camino. Me quiero a mí misma.

Me pongo pantalón de mezclilla, una playerita y tenis o sandalias para trabajar. A la mayoría de mis clientes les atrae cómo visto. No quieren a una muy destapada, piensan que se pierde la curiosidad de saber cómo estará sin ropa. No me gusta pintarme las uñas, sólo lo hago cada dos o tres meses. Me tardo media hora en arreglarme y me gusta ponerme perfume. No he pensado en operarme o inyectarme el cuerpo para lucir más bella o para tener más clientes. Estoy bien. Así soy feliz.

A los clientes les hablo bonito, les digo que se queden una hora más conmigo y lo hacen. Lo que gano me alcanza para mandarles a mis hijos, para la renta y comprarme mis cosas. Nunca me ha atraído algún cliente, a todos los trato igual. Tengo uno que sólo me paga para platicar, me dice que quiere conocerme y salir conmigo. Yo no siento nada, pero creo que soy importante para él. Eso me gusta, pero no voy a ceder. Los hombres sólo nos mienten para envolvernos y si te conocen en este ambiente no te van a sacar de aquí. Si quisieran a una mujer bien, la buscarían en otro lado.

Texto incluido en el libro Putas, activistas y periodistas, editado por Desinformémonos ( desinformemonos.org) y Brigada Callejera (brigadaac.mayfirst.org )