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De la era global
C

onsiderar si la economía mundial está en el umbral de un nuevo régimen, más allá del que se estableció hace tres décadas en el periodo post guerra fría, o bien, se encuentra en un proceso de reajuste del campo de la globalización, es un asunto incierto y riesgoso. No obstante, es imprescindible para una sociedad como la mexicana considerar los hechos, las acciones y sus posibles consecuencias en materia política y económica.

La pandemia ha impactado en el funcionamiento de los mercados en el campo laboral, productivo y financiero. Las repercusiones de los contagios y confinamientos fueron severas. Los obstáculos que se han acumulado en las corrientes de abasto de insumos y mercancías y, de ahí, la interrupción de los procesos de producción, han elevado los costos desde el lado de la oferta.

La guerra en Ucrania, a su vez, ha provocado alzas en los precios de alimentos y energéticos; también una serie de alteraciones en los flujos de capitales. No puede perderse de vista el significado muy diverso de la decisión de Putin de invadir Ucrania: humano primeramente, además de político y económico en un sentido muy amplio.

Los registros de la inflación son notoriamente altos en general e inciden de modo directo en las políticas monetarias y la fijación de las tasas de interés de los bancos centrales. La elevación de las tasas, luego de un muy largo periodo con niveles inusualmente bajos afecta negativamente, a su vez, el nivel de la actividad económica.

Al mismo tiempo se debaten los posibles escenarios de una nueva e inevitable reconfiguración geopolítica, derivados de las consecuencias de la pandemia –aun en curso, por cierto– y aunados los de la guerra en Europa.

De ahí pueden derivarse diversos escenarios que signifiquen una reconfiguración del entorno de la globalización. ¿Qué tan radical? ¿Qué tan acomodadiza? ¿Con qué conformación? Esas son las cuestiones y exige de planteamientos claros de índole política y económica y con un horizonte más allá de lo inmediato. Ese es hoy, precisamente, el caso de México.

Entre los muchos puntos de vista que se van fraguando, en los días recientes se ha puesto atención a las declaraciones de Larry Fink que dirige el enorme fondo de inversión Black Rock y que, por cierto, se ha reunido en alguna ocasión con el presidente López Obrador.

En la carta que ha dirigido a sus accionistas apunta a los cambios en la forma y el grado de la conexión entre los países, las empresas, y la gente; que las sociedades tienden a mirar de nueva cuenta y de otras formas hacia adentro y se tensan las condiciones políticas y sociales. Estima que el ataque ruso a Ucrania ha puesto fin a la globalización tal y como se ha manifestado en las pasadas tres décadas.

Si aplicamos el criterio de que: Ante la duda, siga el dinero, se pueden considerar algunos de los planteamientos de Fink. Prevé que las condiciones que se están definiendo actualmente llevarán a los gobiernos y las empresas en todas partes a revaluar las condiciones de dependencia que enfrentan; por ejemplo, aquellas que determinan lo que llama las huellas en las industrias de manufactura y sus bases de ensamblado.

De modo más amplio, esto representa una revaluación del armazón de interdependencia existente entre los países y las grandes empresas productivas, de servicios y financieras. Al respecto apunta que México, Brasil, Estados Unidos, así como los centros de manufacturas en el sudeste asiático podrían beneficiarse de la relocalización de la producción.

Nada dice Fink de China. Esto se ha interpretado a partir de los grandes intereses de su fondo en ese país. El caso es que China, obviamente, no puede eludirse de ninguna consideración sobre los escenarios económicos, sea que tenga una participación activa, sea que tienda a una creciente desvinculación, tal y como lo ha propuesto el presidente Xi.

El gobierno de Biden tiene esto muy claro y para México, la manera en que ese conflicto se desenvuelva tendrá necesariamente efectos de distinta índole.

Ese es un punto clave para cualquier consideración estratégica que debería estar ya sobre la mesa: configurar el mapa y definir el territorio de las complejas formas de dependencia e interdependencia que tiene el país, de sus dinámicas y consecuencias.

Puede ser que por ahora la desglobalización que algunos prevén, no tenga un sustento suficientemente grande. Lo que no niega que haya diferentes ajustes en los mecanismos y los procesos que caracterizan el ámbito productivo y financiero. Finalmente, las crisis recurrentes de la era global cobran su cuota en el proceso de acumulación, en el desgaste de los instrumentos monetarios y financieros y, por supuesto, en la estructura social.

De otra parte, hay quienes consideran que los desequilibrios actuales que se manifiestan en la elevada inflación y las restricciones al crecimiento de la actividad económica podrían superarse luego de un cierto tiempo. Después, habría un retorno de las condiciones de lo que se ha denominado como un estancamiento secular del capitalismo. Pero incluso ese escenario requiere de un plan y de una estrategia.