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Ver día anteriorLunes 14 de febrero de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La discusión de fondo
L

a industrialización de las economías emergentes, el crecimiento de la clase media en países como China, la urbanización y la demanda por bienes y servicios que la acompañan, y la irrupción de las tecnologías de la información en casi todos los aspectos de la vida, han incrementado considerablemente las necesidades energéticas globales en las últimas décadas.

Durante dicho periodo, sin embargo, la necesidad de producir más energía, se ha enfrentado a otra realidad inevitable: el calentamiento global generado por las emisiones de carbono desencadenadas por el consumo de combustibles fósiles.

Hoy, el futuro del mundo parece depender de la capacidad de producir más electricidad, a menores costos y de manera sostenible. El reto es enorme.

De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (AIE), la demanda global de electricidad aumentó 6 por ciento en 2021. Pese al impresionante crecimiento de la energía renovable –continúa el reporte– la generación eléctrica a partir de carbón y gas alcanzó niveles récord.

Como resultado, las emisiones de dióxido de carbono producidas por el sector eléctrico mundial registraron un nuevo máximo histórico tras haber disminuido durante los dos años anteriores”.

Asimismo, la generación de energía a partir de fuentes térmicas creció casi 6 por ciento. De hecho, el aumento en los precios de gas contribuyó a que más de la mitad de la demanda adicional en 2021 fuese satisfecha usando carbón; en términos absolutos, esto representa un crecimiento más rápido que las energías renovables por primera vez desde 2013.

Si bien, la institución internacional estima que el aumento en la demanda global de electricidad durante 2021 responde a la rápida recuperación económica experimentada el año pasado, a un efecto rebote que tenderá a moderarse, y proyecta un rol cada vez más relevante de las energías limpias, también prevé un crecimiento en la demanda de energía eléctrica de 2 por ciento en los próximos años.

De 1973 a 2019 el consumo final mundial de electricidad por el sector transporte pasó de 2.4 por ciento a 1.8 por ciento del total, mientras el consumo residencial incrementó 3.5 por ciento en el mismo periodo. La electrificación tanto del transporte público como de los vehículos particulares, un objetivo anunciado tanto en Europa como en Estados Unidos, podría incrementar de manera considerable el consumo de ambos sectores revirtiendo la tendencia y agudizando los requerimientos de fluido eléctrico.

La necesidad creciente de electricidad se enfrenta a las restricciones ambientales que acotan sus fuentes de producción. Optar por fuentes de energía renovables mientras se reduce la participación de los combustibles fósiles constituye un proceso de sustitución de capacidad de generación, no necesariamente de ampliación, por lo menos no a corto plazo.

El famoso phase out, como se le denomina en los países anglosajones, ha devenido debate público en diversos rincones del orbe.

Atender a las demandas públicas, que exigen una política ambiental agresiva, se ha convertido en asunto político de primer orden, principalmente en las democracias en las que los partidos ambientalistas se han posicionado como factor decisivo para formar gobierno, pero también en aquellos países el grueso del electorado no rebasa los 40 años.

En este contexto, equilibrar las posturas negligentes de quienes desestiman las graves consecuencias del cambio climático y quienes califican como insuficientes los esfuerzos realizados, ha resultado una tarea asombrosamente complicada y polarizante, con resultados hasta cierto punto previsibles.

La caída en los precios del petróleo en 2014, la reducción de la demanda en los precios del barril derivada de la pandemia de covid-19, a las que se suma, la menos evidente, pero igual de dañina, cancelación o suspensión temporal de proyectos en el sector petrolero, en respuesta a las presiones políticas de grupos ambientalistas, ha legado una década de poco desarrollo e inversión en este sector con diversas consecuencias.

El rostro menos amable del incremento en los precios del gas natural (y otras materias primas) ha quedado retratado en el alto precio de los fertilizantes, fenómeno que afecta de manera directa la producción en la industria alimentaria despertando oscuros fantasmas malthussianos.

Más allá del aumento en los precios de los energéticos, sus repercusiones geopolíticas, alimentarias, hay que señalar la naturaleza paradójica de la cuestión: implementar políticas públicas a partir de una mala planeación motivada por la desmedida posición ambientalista, puede resultar en un daño ambiental mayor.

La AEI estima que para 2024, 32 por ciento de la electricidad procederá de energías renovables, creciendo casi 8 por ciento anualmente, el resto seguirá proviniendo de los no renovables. Ese es el debate verdadero y de fondo detrás de cada decisión de política energética y geopolítica de todas las naciones, en los próximos años.