Opinión
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Tragedias migrantes deben y pueden terminar
U

na verdadera tragedia fue lo sucedido el 9 de diciembre, cuando murieron 55 migrantes y 105 están heridos de cerca de 150 personas que eran transportadas en un tractocamión que se accidentó en el estado de Chiapas.

Esta dolorosa catástrofe es la manifestación más clara de lo que se ha considerado como migración forzada. Es decir, aquella que se produce porque simple y sencillamente no hay opciones en los países origen. En este sentido, es simplemente inaceptable que un Estado no otorgue a sus poblaciones las condiciones de vida digna para evitar estas tragedias.

Hemos hecho una serie de estudios analizando países que fueron expulsores en determinado momento y revirtieron la tendencia. En algunas de mis colaboraciones exponía el caso de Suecia, país que a inicios del siglo XX era un enorme expulsor y cuando los gobiernos se dieron cuenta de que no tenían trabajadores para desarrollar su industrialización, iniciaron investigaciones para conocer por qué la gente se iba a Estados Unidos. Se decidieron por cambiar el modelo que los expulsaba por un estado de bienestar; de hecho, ofrecieron condiciones mucho mejores y así evitaron el éxodo. Esta decisión convirtió al país en lo que ahora conocemos y reconocemos como ejemplo en muchos aspectos. Pero lo mismo pasó con Corea del Sur, con España, Singapur, y muchos otros que lograron revertir la tendencia cuando se hicieron responsables de sus poblaciones.

Por eso, si se atacan las causas, se revierte la migración forzada, al tiempo que se mantiene la libertad de movimiento migratorio, pero como opción, lo que sin ninguna duda disminuye la trágica vulnerabilidad de la migración forzada. Es importante resaltar que esta propuesta de ninguna manera pretende detener el fenómeno migratorio, como algunos suponen erróneamente. De lo que se trata es que la movilidad humana no tenga imperativos de sobrevivencia.

Se señala que ir a las causas es un lento camino para enfrentar el fenómeno migratorio que estamos viviendo. Es cierto, pero ¿cuál es la opción? ¿Que Estados Unidos finalmente se decida a invertir en los países para su desarrollo? ¿Que se atoren en la frontera norte o sur creando más tragedias de las que viven en sus países enfrentando traficantes, narcos, sicarios, más violencia? ¿Obligar a que el vecino del norte amplíe los programas de trabajadores temporales, con todo lo que supone de sobrexplotación y al final su expulsión cuando terminen? No puede olvidarse la historia de Estados Unidos y su política intervencionista, quien ha sido y es en gran parte promotor de las lamentables condiciones que se viven en la región, poniendo y apoyando a dictadores y eliminando a líderes que han intentado transformar a sus países, la lista es larga.

Por ello es urgente que México convoque a una reunión con todos los países involucrados en este terrible fenómeno inhumano de migración forzada y que sean los propios gobiernos que empiecen por aceptar que hay problemas internos y, a partir del diagnóstico, buscar entre todos enfrentarlo. No sólo es un problema de inversión, sino de voluntad política, de responsabilidad, como hicieron los suecos cuando se dieron cuenta de que no había trabajadores y ante las dos propuestas que se plantearon: prohibir la migración o bien la propuesta socialdemócrata, ya sabemos lo que hicieron.

La Celac es el mejor organismo para discutir y buscar formas para no sólo detener la tragedia migratoria forzada, sino avanzar en la búsqueda del desarrollo del espacio latinoamericano. Se requiere consensuar para hacer realidad la autosuficiencia alimentaria, industrial y científica, favorecer el comercio intrarregional que asegure una distribución equitativa de la integración sin discriminar a ninguno. Y, lo más importante: un mercado común que lleve de la mano a un mercado laboral ­latinoamericano.

Finalmente, como diría nuestro siempre querido e indispensable referente Agustín Cueva, para superar una democracia de baja intensidad o democracias restringidas hay que unir la democracia política con la soberanía, el desarrollo económico y el bienestar generalizado, elementos que en América Latina no sólo se divorcian cada vez más, sino parecería que la democracia política avanza a expensas de los otros.