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Si no hay mirada, no hay retrato, sostiene el fotógrafo Rogelio Cuéllar
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▲ Rogelio Cuéllar cumple 54 años de fotógrafo. En la imagen, en una entrevista con La Jornada, realizada en 2015.Foto archivo
 
Periódico La Jornada
Domingo 12 de diciembre de 2021, p. 3

–¿Y tus mujeres, Rogelio Cuéllar?

–Han sido parte sustancial en mi vida. He estado siempre rodeado por mujeres. Mi madre me dio, desde niño, la libertad de firmar mis boletas, porque ella era analfabeta, y ya no tuve problemas ni con las faltas ni con las bajas calificaciones, lo cual me permitió irme de pinta, desde la primaria.

–De todos los fotógrafos, tú has sido el más enamorado.

–Mi primera mujer fue Elvira García, quien me dio dos hijos; luego, Eunice fue mi compañera durante siete años. Luego una francesa, Ana Laura Teichet, quien tenía 20 años y yo 40.

–¿Todas te dicen que sí?

–No todas, pero casi todas. De niño tuve un pollito, me dormí con él y lo aplasté, y me llamaron matapollos, sólo aplasté a uno de tanto amor, pero acepto que he sido un poco enamoradizo.

–Un mucho. ¿Así como las acorralas, acorralaste la fotografía?

–A los 17 años. Hoy cumplo 54 años de fotógrafo. He sido realmente un privilegiado, porque fotografiar me permitió conocer a las personas que admiro y quiero. Por ella también viajé a Estados Unidos y a Europa. Mi cámara ha sido la llave mágica, el picaporte para recorrer mi país y otros muchos que jamás imaginé conocer. Creo que con la cámara seduzco de una manera o de otra...

–Te metes dentro de la cámara.

–Exactamente. Conozco a fondo a México porque trabajé en Culturas Populares, con su fundador Rodolfo Stavenhagen. Hice fotos de artesanos, ceramistas, tejedores, pescadores y de todos los oficios imaginables de mi país. Trabajé años en la Comisión Nacional del Cacao, en Tabasco, y memoricé todo el sureste.

“Mi formación se inició a los 17 años con Armando Salgado, en Sucesos para todos, y con Rodrigo Moya, que tomó las guerrillas de Sudamérica. ¡Ah, y Nacho López! Me convertí en freelance. Gané el Premio Nacional de Periodismo cuando también lo ganó Rius, en 1973, y tenía 23 años. Le dije a Vicente Leñero: ‘Quiero conocer a Julio Scherer’. Me quedé siete años en Proceso, pero lo que más me gustó fue trabajar en el Festival Internacional Cervantino. Fernando Lozano, el director de orquesta, me contrató en la época de López Portillo y viajé por todo Estados Unidos, Canadá y Europa. ¡Imagínate llegar a Suiza en avión y tomar un autobús en la escalerilla para entrar a Ginebra! Otro país, otra cultura, otro modo de ser. Viajé con Gabriel Macotela: Francia, España, Alemania ... Uno de mis encargos más apreciados fue fotografiar la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por mi admiración hacia los escritores.

–¿Qué tienen de admirables?

–¡Ay, Elena! ¿Quién no recuerda a Jaime Sabines, a Monsiváis o al mismo Toledo? Detrás de cada retrato hay por lo menos 50 tomas. Siempre doy seguimiento a mis retratados. Mis dos columnas son el universo de las artes plásticas y el universo de la literatura. Tú lo sabes bien, porque formas parte de la gran familia de mis fotografiados. Fíjate, llamaba yo a casa del pintor Rufino Tamayo, y doña Olga, su mujer siempre me saludaba con un: Ay, hijo, qué lata das. Ya sé, quieres venir al taller con el maestro. Sí, doña Olga. Bueno, vente a las ocho de la mañana. Llegaba yo puntual a la calle de Santísimo.

–¿Empezaba tan temprano?

–Sí. Y a la una de la tarde, Olga gritaba: ¡A comer! Nos tomábamos un whisky, jugábamos cartas, Tamayo perdía y se enojaba: Al taller, hasta las ocho de la noche. A cenar. Por eso tengo tantas fotos de él.

Mis retratados son mi familia

Rogelio me tiende un libro, El rostro de las letras, de La Cabra Ediciones, de 2014. Son 150 escritores y ya hay 72 fallecidos. Es terrible la cantidad de escritores muertos.

–¿Qué es lo esencial en tu fotografía, Rogelio?

–La mirada, Elenita, mi constante es la mirada. Si no hay mirada, no hay retrato. Aquí está Octavio Paz en su terraza de la calle de Guadalquivir. No quería que lo fotografiara en vísperas de su candidatura al Nobel y Carlos Payán habló con Marie Jo: Sí, Rogelio, vente el martes a las 11 de la mañana. Llego y me dice Marie Jo: Fíjate que Octavio no tiene ganas. No te preocupes, sólo quiero saludarlo. Puse mi tripié y mi cámara Hasselblad entre su sala y su estudio, y tomé la foto. Discúlpeme, Rogelio, no estoy de humor para fotos. Entonces necesito un recadito para mi director diciéndole que llegué puntual, usted me recibió y no quiso que lo fotografiara. Sí, Rogelio. Se sienta y le hago una foto y otra, me da el mensaje para Payán y tomo otra foto. Al mes, me llamó: Don Rogelio, quiero que me venda unas copias de la foto que me tomó. Así capté al Premio Nobel. A José Revueltas, que era un santo, lo retraté en Lecumberri, en el juzgado; míralo, es entrañable. La foto de José Emilio Pacheco lleva trampa, porque lo visité mes tras mes: Oye, quiero hacerte una foto en tu biblioteca. No es biblioteca, es mi comedor. Y un día me recibió: Rogelio, qué bueno que llegas. Quiero que me ayudes a mover tres filas de libros porque me urge encontrar uno. Sí José Emilio, con una condición, te hago un retrato. Entonces lo fotografié en su comedor-biblioteca-bodega de libros... Con Federico Campbell trabajé en Mundo Médico.

“Mis retratados son mi familia. No adiviné que Juan O’Gorman podría suicidarse, porque me sonreía al igual que Mariana Frenk, quien me pidió: ‘Oiga, ¿me puede retocar algunas arruguitas?’ ‘Nada más soy fotógrafo, no cirujano plástico’ –la hice reír. Mi retrato de Rulfo es parte de la memoria colectiva del Fondo de Cultura Económica, en la avenida Universidad. Tomé a Alí Chumacero, Jaime García Terrés, Rosario Castellanos, Elena Garro, Bárbara Jacobs y Ricardo Garibay, quien me hizo un texto para mi primera exposición a los 20 años. A Fuentes lo tomé en camiseta y jeans, él siempre estaba estupendamente vestido, pero su elegancia encamisetada está presente. Me tardé 30 años en fotografiar la fuerza en la mirada de Toledo. No hay escritor, pintor, arquitecto que no haya retratado.”

–Sigues al pie del cañón

–Trabajo en unas carpetas, Los entrañables. Son cinco retratos copias de autor para galerías, coleccionistas y museos.

Imposible no sentirse agradecido con Rogelio Cuéllar, ese duende risueño que de pronto salta ágil y travieso tras de la puerta, cámara en mano. Sus rostros reproducidos en la página adquieren eternidad y se quedan grabados en la mente de los espectadores. Vicente Rojo, Luis Cardoza y Aragón, Elsa Cross, Beatriz Espejo, Eraclio Zepeda, Marco Antonio Campos (quien escribe en La Jornada, lo mismo que Fabrizio Mejía Madrid) son reyes y reinas de baraja y ganan en todas las mesas de póker. Al igual que Juan Rulfo y Francisco Toledo. Rosario Castellanos, recién salida del salón de belleza, desafía a la cámara, así como la desafiaron Renato Leduc y Alberto Ruy Sánchez. Rogelio asalta a todos con su talento y muchos le debemos al menos un brindis, copa en mano: Querido, Rogelio, gracias a ti las letras tienen rostro.