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Genocidio cultural y mutismo de la Iglesia

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ace un mes, se descubrieron en una fosa en Canadá los restos de 215 niños indígenas. Estudiaban como internos en la Kamloops Indian Residential School. Ese aterrador hallazgo ocasionó indignación en dicho país y pone de nuevo la atención en los abusos cometidos en el llamado Sistema Escolar de Residencias Indígenas. La Kamloops funcionó entre 1890 y 1969. Era administrada por la Iglesia católica. Hace 70 años, en su momento de mayor importancia, albergó a 500 estudiantes. Era la más grande de dicho sistema.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, calificó el hallazgo de doloroso recordatorio de un capítulo vergonzoso de la historia de nuestro país. Exigió a la Iglesia católica asumir la responsabilidad de su papel en esas escuelas y la necesidad de tener la verdad antes de que podamos hablar de justicia, sanación y reconciliación.

Como parte de una política destinada a asimilar a los niños indígenas, entre 1863 y 1998, más de 150 mil fueron separados de sus familias y colocados en los 130 internados abiertos para tal fin. Aunque los administraba el gobierno, 70 por ciento estaba a cargo de la Iglesia católica. En dichos lugares no se les permitía hablar su idioma nativo o practicar su cultura. Si, por ejemplo, hablaban el ojibwa, los castigaban y lavaban la boca con jabón. Debían, en cambio, aprender inglés o francés y convertirse al cristianismo. Muchos sufrieron abusos físicos, emocionales y sexuales.

En un extenso informe publicado en 2015 por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación sobre lo que pasó en los internados, se asienta que fue un genocidio cultural, parte de una política del gobierno para borrar a los indígenas como pueblos distintos y asimilarlos a la cultura de los nuevos ocupantes del territorio canadiense. Y despojarlos de sus tierras y los demás recursos que poseían.

Los internados estaban mal construidos, eran insalubres, con calefacción muy deficiente para soportar las inclemencias del invierno. La mayoría de los niños concentrados allí no tenían servicio médico eficiente. No debe sorprender, entonces, que en el citado informe se afirme que unos 6 mil murieron en dichos internados, que sus cuerpos fueron enterrados en tumbas sin nombre y apenas unos cuantos enviados a sus familias.

Se lograron documentar las muertes y lugares de entierro de más de 4 mil 100 niños. La jerarquía católica guarda silencio sepulcral.