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Cosas que no hacemos, resultado de un viaje de sueños y amistad, dice Bruno Santamaría
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▲ Escena de la cinta mexicana.Foto cortesía de Bruno Santamaría Razo
 
Periódico La Jornada
Viernes 25 de junio de 2021, p. 6

Hoy se estrena la cinta mexicana Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría Razo. Cuenta la historia de Dayanara una adolescente transgénero de un pueblito de la Costa del Pacífico mexicano, que, acompañada por el realizador, buscará el momento ideal para compartir con su familia su sueño de ser mujer a pesar de los peligros latentes que viven en México personas como ella.

El director destacó: Es muy conmovedor pensar que estamos por compartir el trabajo que comenzamos hace seis años. Lo que empezó como un secreto nos llevó a una idea, ésta a un viaje y éste a un encuentro. Conocimos a Dayanara y cambió la idea, el viaje, la película y mi vida.

Agregó: “Cosas que no hacemos es el resultado de un viaje de sueños, accidentes y experiencias, una película que busca hacer sentir el gesto de maduración de un adolescente que da un paso para ser adulto”.

Egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, Santamaría recordó que en el viaje un niño me contó que cada Navidad en el cielo pasa Santa Claus aventando dulces a los pequeños de las islas en Nayarit. Lo describió como algo real. Fui a la del Roblito. Quise estar ahí esa temporada.

Relató: “Empecé dando clases de video a los niños del pueblo. Hacían cartas que se convertían en guiones que con el celular filmaban. Los resultados los vimos en sus casas. Eso despertó la idea de proyectar películas al aire libre, pasamos desde cintas de Chaplin hasta Margarita (mi primer documental). Creo que eso ayudó para explicar lo que haríamos nosotros en esta película, pude hablar del papel de la cámara, del cineasta y el de los niños. Tenía un secreto en mi vida y quise ir a buscar dónde poder contarlo. Pensé que eso me haría crecer, madurar o que quizás madurar y crecer me haría poder hablar de los secretos”.

Sostuvo que a partir de esa experiencia “la película apareció, se fue escribiendo. Al principio sólo sabía que quería rodar algo que hiciera sentir un proceso de maduración, de crecimiento. Pensé que filmar con niños en un espacio donde se sintiera de primera mano la violencia que se vive en México me permitiría estar cerca del proceso de transformación de una mirada: de pequeño a adulto.

Llegué al Roblito y tras casi cuatro años de estar cerca de la gente sentí y entendí que las olas de violencia que también tocan al lugar son terribles, trauman, duelen, pero no detienen la vida. Por ejemplo: al día siguiente de una balacera en una fiesta, todos salieron a barrer, trabajar, a contar lo que pasó, y semanas después empezaron a preparar la siguiente. El drama de sus vidas no fue esa balacera, por lo que entendí que tampoco lo es de la película.

Los personajes no son sólo circunstancias

Precisó: “Comprendí que los personajes no son sólo sus circunstancias ni la violencia del país, la explotación laboral, la marginación o las armas. La gente que filmamos tiene sueños, ironía, felicidad, guarda secretos. La tensión entre persona y contexto es lo que retratamos. Arturo robó nuestra atención. Es el mayor de un grupo grande de niños, sentí una particular empatía con él, quizá porque los dos mostramos cierto rechazo a la masculinidad de los adultos del pueblo. Es el único adolescente que no ha salido del pueblo, que sigue juntándose con niños.

Empezamos una amistad; él también guardaba un secreto: se viste de mujer cuando nadie lo ve. Creo que el que ambos tuviéramos un secreto frente a nuestros padres nos acercó, concluyó.