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Despertar en la IV República

Un hombre verdaderamente grande

R

ara vez podemos atribuirle grandeza a algún ser humano por toda su trayectoria, creo en firme que ese título lo merece nuestro amigo Mauricio de María y Campos, muerto repentinamente el lunes pasado.

Mauricio tuvo que construir su vida en gran medida por una ausencia, la de su padre que murió cuando él tenía 5 años. La imagen imborrable de su súbita muerte lo marcó. En compensanción tuvo una madre extraordinaria. Una mujer culta, fina, muy nacionalista, coleccionista de datos folclóricos del México profundo. Esta noble mujer impulsó las carreras de sus dos hijos, Alfonso, muerto hace unas cuantas semanas, y las de sus dos encantadoras hijas. Ambos varones tuvieron un desarrollo en la vida pública profesional importante, aunque eran dos personalidades y dos formas de ser distintas.

Mauricio fue educado en los modales y en las reglas, era un verdadero aristócrata en el mejor sentido de la palabra. Un hombre culto, refinado, que trataba con gran sencillez a todos y que no entendía el término aristocrático como una forma de considerarse superior a los demás. 

Tuvo una carrera política espectacular. Muy joven fue nombrado subdirector de transferencia de tecnología y luego director de inversiones extranjeras. Más adelante, subsecretario de industria. Después fue director de la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, uno de los puestos más relevantes que haya desempeñado un mexicano en el cuadro de Naciones Unidas. En tiempos de Zedillo fue nombrado embajador itinerante y, en la administración de Fox, en Sudáfrica, donde conoció a Nelson Mandela, lo que le permitió escribir un ensayo interesantísimo. 

Era un hombre progresista, muy nacionalista en el mejor sentido de la palabra y es una pena que un talento así no hubiera sido utilizado por el gobierno actual, a pesar de que haya votado por éste. Él no se pudo desprender de su atmósfera social y familiar.

Quizá lo más trascendente fue la forma en que cultivó el arte de vivir, de gozar de la música, de los amigos, de la buena comida y de sus hijos. Yo envidio su muerte que fue como sumergirse en un sueño sin agonía. La muerte de un hombre bueno y generoso.