Opinión
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La gresca
B

iden no ganó, perdió Trump; es el amplio consenso entre analistas de dentro y fuera de Estados Unidos (EU). Biden obtuvo el mayor número de votos de la historia. Trump, el segundo candidato más votado. La división social y política en EU, una de las mayores de la historia, ahondada por los comicios. En la elección de Biden el voto de las mujeres fue decisivo, en su sentido literal, especialmente en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, estados ganados por Trump hace cuatro años. Los números mostrarán también el peso de los jóvenes en esta elección; aparecieron jubilosos con sus bailes el sábado pasado en el speech de Biden y Harris como mandatarios electos, después de una campaña política roñosa y seca, en medio de la brutal crisis económica y sanitaria.

La presencia de Kamala Harris como número dos amplió el margen del voto femenino, en confluencia con la sociedad movilizada por Black Lives Matter después del asesinato por ahorcamiento policiaco de George Floyd el pasado 25 de mayo. Como primera mujer y como primera mujer negra vicepresidenta, Harris abre la posibilidad de convertirse en la primera mujer negra en ganar la presidencia de EU en 2024.

Trump tomará el camino de una grotesca gran pataleta agónica, pero quedará vivo el trumpismo, con una base social multirracial de más de 70 millones de ciudadanos, 48 por ciento de los electores.El trumpismo, huevo de la serpiente incubado por el horror del globalismo neoliberal por más de 40 años, se ha roto. El ofidio asoma los colmillos presto a hundirlos en los llamados de Biden a la unidad. Esta derecha nativista recalcitrante está también en la Cámara de Representantes y en el Senado, partidos por mitad, como resultado de la misma elección. La complejidad: en el Rust Belt, los 12 estados donde yacen los cementerios de la industria deslocalizada, se halla la mayor parte de las víctimas de la globalización neoliberal; en el Bible Belt (Georgia), en más de la mitad del Sun Belt (Texas y Florida), y en el Mormon Belt (Utah), jugaron además otros factores, como la acusación de socialista a Biden en Florida. Esa es la base de la nueva derecha extrema.

En EU la Constitución no prevé ninguna disposición de inmunidad presidencial análoga a la cláusula constitucional que protege a los miembros del Congreso en el ejercicio de sus funciones.Pero la Suprema Corte decidió que era un privilegio presunto del presidente, cuando Nixon y el Watergate. Así se las gastan los poderes judiciales. Tras la derrota, la presunción de inmunidad de Trump comenzará a desvanecerse y debe muchas, muchas más que Nixon. Trump ha sobrevivido a una impugnación en el Senado, dos divorcios, seis bancarrotas, 26 acusaciones de abuso sexual, y unas 4 mil demandas (https://digg.com/politics/link/ why-trump-cant-afford-to-lose).

Han vuelto a vencer los partidarios y ganadores de la globalización neoliberal: Wall Street (el capital financiero) y Silicon Valley (el capital de las llamadas tecnológicas), destacadamente; no caben dentro de las fronteras de EU. Han necesitado y necesitan el planeta como espacio de operación, aunque el capitalismo de la globalización neoliberal ha alcanzado un umbral infranqueable. Con Trump o con Biden, la reforma del sistema mundo no es opcional. Como lo ha visto Noam Chomsky, el Covid-19 es muy grave, pero hay un mayor horror acercándose; caminamos al borde del desastre con las dos peores amenazas: la guerra nuclear, que Trump exacerbó con el desgarro de los medios de control y la catástrofe en curso del calentamiento global. Es preciso añadir la brutalidad de la desigualdad social mundial.

En abril pasado Biden escribió: Trump “ha desperdiciado nuestra influencia para enfrentar los desafíos de seguridad nacional desde Corea del Norte hasta Irán, desde Siria hasta Afganistán y Venezuela, sin prácticamente nada qué mostrar. Ha lanzado guerras comerciales mal aconsejadas, contra los amigos y enemigos de los Estados Unidos… Ha abdicado del liderazgo estadunidense en la movilización de la acción colectiva para hacer frente a las nuevas amenazas, especialmente las que son exclusivas de este siglo”. Biden quiere recuperar el liderazgo: intervenir, por seguridad nacional en Corea, Irán, Siria, Afganistan, Venezuela, por supuesto Cuba, y quien se deje. Es el alma del imperio que Biden quiere recuperar.

Nos espera un cambio del mundo, encabezado por EU, China y Rusia en menor medida. No hay un futuro de camino prometedor, ni mucho menos, para los excluidos del mundo. Por supuesto, no está en el programa de Biden.

No está en la historia de México, el impulso de colaboración con América Latina, pero sería hora ya de inaugurarlo sin cortapisas con sus gobiernos progresistas; mucho más a fondo. Por lo pronto, una noticia hay que celebrar: los Bolsonaros, Piñeras, Lenines Moreno y las derechas europeas enmudecieron: han quedado huérfanos.

Un futuro digno de ser vivido por todos los desheredados del mundo aún está lejano. Pero ningún imperio ha sido eterno.