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Ciudad perdida

Morena y el desastre perfecto

P

odríamos llamarla la madre de todas la encuestas (en Morena), y se realizó hace un par de semanas a población abierta, como se pretende –aún– realizar la que ponga un nuevo nombre a la presidencia de Morena.

Por decirlo de alguna manera, la medición era pública, se conoció entre la militancia dura y hubo evaluaciones de gente fuera del partido. El grupo de Ramírez Cuéllar se encargó de llevarlas de aquí para allá y de mostrar sus resultados.

Si se hubiera tomado el resultado de aquella encuesta es muy probable que Morena no estuviera metida en el lío que todos conocemos, o tal vez ese resultado tampoco hubiera sido satisfactorio para la tribu de Ramírez Cuéllar y el asunto de la elección estaría igual o peor que como está ahora, y viéndolo bien, nada hubiera cambiado la historia de hoy.

Bueno, resulta que en primer lugar de la encuesta, con un muy buen margen de distancia, quienes votaron prefirieron a Lázaro Cárdenas Batel para presidir el partido del Presidente de la República; atrás de él, la figura más conocida resultó ser Alejandro Encinas; en tercer puesto, Porfirio Muñoz Ledo, y en cuarto, Mario Delgado.

Sin mencionar la encuesta, pero dando por hecho que Alejandro Encinas era un buen candidato, se empezó a hablar de él como una posibilidad, pero el subsecretario de Gobernación, que conoce a profundidad a Morena, salió de inmediato a disipar cualquier duda; él no está dispuesto a entrarle al partido y su razón es muy clara: eso es un desmadre.

De Cárdenas Batel no se dijo nada, pero se sabe que no sólo rechazó la posibilidad, sino que pidió que su nombre saliera de la baraja morenista.

El jefe de asesores de la Presidencia de la República también entiende que el problema de Morena es de ADN, y que no hay cura para los defectos de fábrica; por eso, con la sonrisa en los labios, simplemente dijo no.

Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado levantaron la mano y están entrampados en una vorágine de intereses que puede llevar a Morena a un impasse, tal vez provocado y alentado en el tribunal electoral por alguna tribu ajena a ellos, que pretende hacerse del organismo para cumplir con las ambiciones de algún grupo que seguramente no mira hacia el mismo horizonte que el presidente López Obrador.

Porfirio Muñoz Ledo tal vez sea el político más completo que pueda tener el país, y en un ambiente mucho más sano no estaría sujeto a escrutinio, su liderazgo no tendría objeción, ni siquiera el tiempo de vida puede llamarse su enemigo, pero los estragos propios de las experiencias vividas le han restado facultades físicas, que no mentales, las cuales podrían hacerle difícil la tarea.

Delgado, por su parte, se alió con lo más viejo, lo más amañado de las organizaciones que alguna vez fueron de izquierda. Con él va René Bejarano, nada que añadir a esa trayectoria, y si no fuera suficiente, su alianza con Ricardo Monreal lo anuncian como el enterrador de Morena, pero para que nadie dude, también trae en sus filas a Higinio Martínez, impensable en un proyecto con futuro, y aunque se diga que con él va, además de las descritas, la mejor de las alianzas, su elección por las que son comprobables lo dan por muy poco confiable.

Pero lo peor de todo es que, sin oposición y sin un Morena organizado y confiable, el desastre perfecto está por venir.

De pasadita

Si alguien supone que el tramposo fallo de la Suprema Corte de Justicia respecto de la consulta sobre el enjuiciamiento a los ex presidentes canceló el asunto, permítanos decirle que no, aún falta mucho, y lo peor: la Corte se ha fisurado. Los llamados del ayer y las razones y urgencias del presente la han roto.

Esperamos tener tiempo para tratar de dilucidar esto que ya empezamos a decir.

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