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Misión imposible en Ecuador
¿S

e imaginan usar una vacuna que todos saben que es incapaz de curar? Según el método científico, cualquier experimento probado cierto número de veces sin resultados satisfactorios queda refutado e invalidado. Deja de tener sentido volver a ensayarlo.

Sin embargo, en la política latinoamericana contemporánea, esta premisa tan básica no es aceptada mayoritariamente por muchos gobiernos conservadores, que se empeñan una y otra vez en procurar hacer desaparecer una identidad política mediante un ataque sistemático por la vía judicial, mediática, económica, internacional, política y electoral contra su principal figura. Pese a los incesantes intentos, los resultados continúan siendo infructuosos.

Entre los ejemplos disponibles de esta reiterada ofuscación está el de Ecuador. Han sido más de tres años de persecución contra Rafael Correa: dos procesos en etapa de juicio (Balda, Sobornos), a lo que habría que añadir unas 30 investigaciones previas abiertas y pendientes (declaradas reservadas en la fiscalía); infinitas portadas y titulares en su contra de los medios más grandes del país ( Teleamazonas, Ecuavisa, El Comercio, El Universo); apropiación de las siglas del movimiento Revolución Ciudadana; intentos múltiples de proscripción electoral del nuevo partido (Compromiso Social) y, cómo no, no quieren permitirle que se presente como candidato a ningún cargo posible en la próxima cita electoral de febrero próximo.

Después de los intentos para erosionar y desgastar la figura de Correa, de estigmatizarlo, definitivamente no han logrado hacer que desaparezca de la centralidad de la política ecuatoriana. No aprendieron ni un ápice de la experiencia contra Cristina Fernández en Argentina durante los cuatro años macristas; olvidaron que esa estrategia tuvo un efecto bumerán, que condujo al desenlace de lo que todos conocen: un Frente de Todos ideado por la lideresa argentina que ganó las elecciones de octubre, y con ella como vicepresidenta.

En el caso ecuatoriano, se viene reproduciendo el mismo manual, pero adaptado a su episteme local. Desde el inicio, este fue el principal punto de acuerdo entre el presidente Lenín Moreno y su Gran Alianza, formada por partidos de la derecha ecuatoriana (Social Cristiano, Movimiento Creo), las cámaras empresariales, la banca y los grandes medios de comunicación, con la bendición de ciertos poderes internacionales. Hicieron lo posible, pero hasta ahora la misión resulta imposible. Correa hoy sigue siendo la principal fuerza electoral y política, como lo certifican las encuestas en el país. Cuando se pregunta por el candidato de Correa de cara a la contienda presidencial, siempre sale como la primera opción.

En estos años, la mala administración económica empobreció a la ciudadanía; hubo gran inestabilidad institucional –hasta el punto de tener cuatro vicepresidentes en este periodo–; la deficitaria gestión de la pandemia causó muchas muertes y mucho dolor. Y es que el sol no se puede tapar con un dedo. El fracaso del gobierno conjunto de Lenín y la Gran Alianza no puede esconderse culpando a Correa al mismo tiempo que se le persigue judicialmente. Intentarlo es asumir que la gente es tonta y, evidentemente, no es así.

Muchas veces se asume erróneamente que un vaivén electoral implica que se borre totalmente la huella que deja un largo periodo de gobierno progresista. En el caso ecuatoriano, ni siquiera Correa perdió las elecciones. Las ganó el correísmo con un programa electoral no neoliberal. La gente votó esa opción y luego fue Lenín quien tomó la dirección contraria. La mayoría ciudadana todavía recuerda con anhelo las mejores condiciones de vida en la era correísta, así como la gran transformación en cuanto a infraestructura. Seguramente no todo fue visto con buenos ojos, como ocurre en cualquier gobierno, pero lo que sí es cierto es que el saldo de su gestión fue positivo, y lo es más si lo comparamos con estos años tan difíciles para los ­ecuatorianos.

Correa aún nuclea la política ecuatoriana. Pero sabe que no estará solo en la elección presidencial de febrero próximo. Todos irán contra él. Seguramente, el fenómeno político-electoral del voto útil en su contra se activará en los últimos meses de campaña. Y por esa razón se crea un frente progresista que amplíe las fronteras que tiene el propio correísmo: Unión por la Esperanza (UNES), que aglutina un gran conjunto de organizaciones sociales, campesinas, indígenas.

La mesa está servida para decidir el futuro de Ecuador en los próximos años. A un lado está la estrategia continuada de destrucción del correísmo sin resultados a la vista, y que ahora goza de poco tiempo para reinventarse; que debe elegir si continúa con la obsesión Correa o si opta por plantear alternativas en positivo, tanto al correísmo como al desastre que ha supuesto el gobierno de Moreno. El principal referente de este bloque es Otto Sonnenholzner (hasta hace poco vicepresidente), aunque también está el banquero Guillermo Lasso. Al otro lado está la coalición UNES, suma de espacios progresistas, agrupados por el rechazo al neoliberalismo, donde están el correísmo y muchos sectores de la sociedad.

La estrategia de invisibilizar al correísmo no sólo fracasó, sino que lo ha hecho un espacio más amplio.

*Director Celag