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UACM: nada humano me es ajeno
C

omo se señaló en la entrega anterior (5 de marzo pasado), para la ciencia económica los seres humanos son máquinas que actúan en función de su personal mayor interés; así, afirma esa ciencia, aumentando el beneficio de una acción determinada, en relación con su costo, se consigue su ejecución, y el control de los seres humanos.

Ciencia económica y conductismo son ideologías hermanas, ambas hijas del positivismo. El positivismo nació a mediados del siglo XIX con la aureola de una teoría científica del conocimiento, pero sus impulsores confesaron sus intereses políticos: contrarrestar el negativismo de teorías y concepciones generadoras de cambios drásticos en la organización social: revolución, socialismo, anarquismo, comunismo, las cuales en esa época tenían creciente número de adherentes. Se trata, declaraba Augusto Comte, el padre de esa ideología, de ayudar a consolidar el orden público, por medio del desarrollo de una prudente resignación y Emilio Durkheim, su entusiasta seguidor, proclamaba que “su método no tiene nada de revolucionario…incluso es esencialmente conservador”.

Ambos pensadores reiteraban que los hechos sociales (entre los cuales se encuentran los ahora llamados hechos económicos) obedecen a leyes naturales y por tanto son inmodificables; axioma contrariado por sus herederas (la ciencia económica y la sicología conductista) puesto que los hechos sociales son, sin duda, resultado de las conductas de los individuos, y esas ciencias consideran viable modificar estas conductas mediante estímulos, monetarios la primera, de diverso tipo la segunda. Hay pues una coincidencia y reforzamiento muto de la ciencia económica y la sicología conductista.

La presencia de toda esta ideología en la vida contemporánea es innegable, incluso cada vez invade más espacios. Por ejemplo, en la teoría del derecho, en las ciencias penales, no son pocos los teóricos (y también los prácticos) promotores de la multiplicación y el incremento de las penas como la solución necesaria y eficaz de la criminalidad; y ahora, con el grave aumento de la violencia en nuestro país y en otras partes del mundo, el clamor incluye la exigencia de imponer la pena de muerte.

Por otra parte, en el espacio educativo, escolar, el conductismo ha sido una postura dominante. Desde hace siglos, están presentes las normas y prácticas que mediante premios y castigos pretenden la mejora tanto de la disciplina de los estudiantes, como de su desempeño académico. Estos recursos para la modificación de la conducta han llegado a extremos deplorables, como los castigos físicos y humillantes, con frecuencia usados como expresión gráfica del aula escolar (la palmeta, las orejas de burro, el rincón de castigo). Ni siquiera el movimiento moderno pro respeto y defensa de los derechos humanos ha logrado extirpar por completo del ámbito escolar estas prácticas inhumanas, crueles y humillantes padecidas por no pocos niños.

En el sistema escolar, el conductismo sobrevive muy sano a pesar de haber recibido demoledoras críticas, no sólo sustentadas en sólidos juicios filosóficos (éticos, pedagógicos), sino también ilustradas con numerosas investigaciones empíricas que muestran los resultados contraproducentes de los premios y los castigos.

En otras ocasiones me he referido al educador estadunidense Alfie Kohn, autor de varios libros sobre educación escolar y educación familiar ( parenting). El título de uno de sus libros más difundidos podría traducirse: Los premios castigan; su convicción, sustentada en una amplísima bibliografía y experiencia personal, es un desafío ineludible para el pernicioso sentido común engendrado por el conductismo, vale la pena recordarla:

“(…) los castigos tienden a generar enojo, despecho y deseo de venganza; más aún, ponen como ejemplo de comportamiento el uso del poder, en vez del de la razón, y rompen la importante relación entre el adulto y el niño; (…) los castigos y los premios en realidad no son opuestos, son los dos lados de una misma moneda, ambas estrategias son formas de tratar de manipular el comportamiento de alguien; (…) si la pregunta es ¿los premios motivan a los estudiantes? la respuesta es: sí, los motiva a obtener premios”.

Coincidentes en su inhumana concepción de los seres humanos y de las explicaciones de sus actos, tanto el conductismo, como la aplicación de la ciencia económica en la persecución del crimen fracasan en su pretensión de solucionar los problemas escolares y los delincuenciales. Son muchos los datos que muestran la ineficacia del aumento de las penas para abatir la delincuencia.

Los premios y los castigos, las motivaciones extrínsecas, los sobornos con estímulos monetarios y de otro tipo, han sido impuestos desde 1982 incluso en la vida universitaria de nuestro país; y en otros momentos, en muchos más países, pues se trata de políticas promovidas por organismos internacionales como la OCDE, el FMI y el Banco Mundial. Sus funestos resultados ahora empiezan a reconocerse, y es de esperarse que los cuerpos académicos universitarios, que hace casi cuarenta años toleraron acríticamente la imposición, ahora la sometan a la indispensable crítica académica.

Revisaremos de manera breve como el proyecto de la UACM y los uacemitas asumen este reto.