Opinión
Ver día anteriorMartes 18 de febrero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infierno
M

ientras usted lee estas palabras, ellas están siendo asesinadas en todo el país. Diez asesinos producirán el promedio siniestro de 10 mujeres muertas cada día. Esta escalofriante realidad escalará hoy 10 veces para cumplir el promedio de 100 asesinatos diarios en todo el país. Los crímenes contra ellas son parte del horror cotidiano.

Lo agobiante es que sociedad y Estado vivimos en la movilidad del pantano. No sabemos qué nos pasa. No estamos en posibilidad de dimensionar en sus especificaciones las n realidades que conforman el brutal e inmenso mazacote del crimen. Los feminicidios son un universo en sí mismo con múltiples orígenes, pero no lo sabemos en el nivel concreto que sería indispensable.

Con un breve interregno, a partir de 2007 la tasa anual de asesinatos no ha dejado de crecer: hace 13 años. La mezcla causal que produjo este infierno se nos escurre del entendimiento. La corrupción que todo lo pudre es el aglutinante mayor de la expansión de los componentes del mazacote que nos abate y es muy anterior al despegue acelerado del matadero que vivimos. La corrupción histórica, hasta los huesos, del sistema judicial, está ahí como una roca y creció hasta límites no detectables durante esos mismos 13 años.

Parece que pronto empezaremos a balbucir los primeros tímidos cambios que eventualmente logren alguna reforma suficiente del sistema judicial: está por emprender su camino la iniciativa formulada por la Suprema Corte.

La corrupción se compone de los papeles intercambiables de corruptos y corruptores. Nos falta también saber cómo vamos a cambiar la conducta de los privados en su papel de corruptos y corruptores.

El Estado tiene que cumplir su parte, pero también le corresponde abrir mil espacios para la búsqueda y el debate social sobre los caminos a seguir, en los que habría, por necesidad, aciertos y equivocaciones, tropiezos y rectificaciones. Sería ingenuo creer que basta la honestidad para hallar los caminos a transitar. La honestidad es un punto de partida, falta entender los problemas y aceptar, por todos, que las cosas no marcharán sin un viaje continuo de la acción a la evaluación, de ida y vuelta.

Con sus propias especificidades los feminicidios son parte de la abominación cotidiana del crimen, pero al mismo tiempo no son sino el rostro extremo de una disparidad de género que abarca toda la historia en todas partes. En México es un gigantesco problema social que aún no logra ser parte sustantiva de la agenda política del país. Es apenas explicable que ese problema tenga como primerísima demanda acabar con la violencia de género, en primerísimo lugar con el feminicidio. Es preciso prever, con las mayores garantías, los instrumentos jurídicos que protejan a las mujeres. Por desgracia terrible, estos instrumentos pueden ser apenas paliativos a un problema mucho más profundo.

Las marchas de mujeres embravecidas frente a los feminicidios probablemente tendrán que multiplicarse por el país para lograr que se convierta no en uno más de los asuntos de la política y del Estado. Mejor aún si ellas van acompañadas por los hombres ya convencidos de esta necesidad. Con seguridad, una forma más eficaz de visibilizar y crear condiciones para caminar hacia otro mundo, es la denuncia legal permanente de toda forma de acoso y violencia, no mediante luchas individuales, sino así como lo gritan en sus manifestaciones: ¡Todas somos Ingrid!: la lucha de cada una, la lucha de todas. Esta lucha permitiría también visibilizar las resistencias en los medios judiciales y los defectos de los propios instrumentos legales. Se trata de la mitad del mundo como muchas de ellas lo han dicho.

Las luchas por la paridad de género tienen más de un siglo y el horizonte no está a la vista en ninguna parte. El escritor octogenario francés Gabriel Matzneff vivió con una adolescente de 14 años, leo en The New York Times del pasado 14 de febrero. Vanessa Springora, una de sus víctimas, describió su propia historia en Le consentement (El consentimiento). Además viajaba a Filipinas, donde tenía contacto sexual con niños pequeños. Y nada de eso era oculto; él mismo lo escribía en sus libros: todo era aceptado como natural en la sociedad en que vivía. Recibía elogios de los presidentes de su país y gozaba de una pensión vitalicia. La pensión se le ha retirado y está por decidirse el inicio de su juicio. Puede verse de qué dimensión es el cambio necesario.

Las marchistas claman por un freno drástico a los feminicidios. Pero deberán comprender que no hay magos que obren con prestidigitación para hacer surgir realidades amables. Ellas y otras mujeres y hombres deberán acompañar la protesta con la propuesta de cambios en todas las dimensiones de la vida ­social.

El movimiento ecologista y el movimiento feminista, en el futuro previsible –he escrito en este espacio–, serán las fuerzas mayores del cambio social. Pero en medio de la tragedia inhumana y de la rabia consecuente, necesitamos todos el poder del entendimiento.