Opinión
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Arte y tiempo

La viejita Chicos de la banda

C

uando en 1968 el dramaturgo estadunidense Mart Crowley estrenó su obra Los chicos de la banda, causó un verdadero furor. Por primera vez se exhibía en escena parte de la vida y problemática personal y social de la comunidad homosexual neoyorquina que, por extensión, se entendía similar en los otros países de civilización judeo-cristiana. A México llegó esta obra de la mano de la estupenda directora y defensora de los derechos sociales Nancy Cárdenas. Su elenco era de primera y en él figuraban –si la memoria no me falla porque extravié el programa de mano–, Ricardo Cortés y Carlos Cámara. Esto ocurrió en 1974. La obra tenía plena vigencia.

Cuarenta y cinco años han transcurrido de entonces para acá, y muchas cosas han cambiado para mejorar en las condiciones de la comunidad homosexual ahora eufemísticamente llamada gay. Esto, por supuesto, no significa que todo sea miel sobre hojuelas para los compañeros homosexuales, ya que sigue existiendo rechazo, discriminación y, en algunos casos, abierta homofobia, pero, pese a ello, las cosas son mejor hoy que ayer.

no enterarse de que las cosas han cambiado es el pecado fundamental de la versión que ahora se presenta en el teatro Julio Prieto, antes Xola, lo que hace que la obra se vea francamente viejita, totalmente pasada, a lo cual contribuye enormemente la también obsoleta puesta en escena a cargo de Pilar Boliver, directora que, simplemente, no sabe dirigir.

El programa dice que la señora Boliver hizo también la adaptación, pero ésta no aparece en ningún lado ni momento, por lo que la obra y su puesta, repito, aparecen totalmente descontextualizadas de tiempo-espacio, un montaje pueblerino de aficionados que nada tiene que ver con la Ciudad de México de hoy.

Evidentemente, la señora Boliver no lee ningún periódico ni ve o escucha ningún noticiero radial ni televisivo, porque si lo hiciera estaría enterada de que en la Ciudad de México existen y son plenamente legales y reconocidos los matrimonios entre personas del mismo sexo. Ella ignora que muchas personalidades de la farándula, la cultura y otros ámbitos han declarado y exhiben sin ningún problema su condición homosexual. La mencionada, respetabilísima maestra Nancy Cárdenas, nunca ocultó su condición, y eso hace más de 50 años.

Pero, el colmo, la directora-adaptadora ignora que hoy y aquí, existen los celulares. ¡Ay! lo peor es que, con un mínimo de imaginación, se hubiera podido hacer una adaptación que, aunque igualmente mínima, le hubiera quitado unas cuantas telarañas a esta banda de claro sonido antiguo.

Por supuesto, con esa antigua concepción de dirección se desenvuelve todo el montaje, desde la escogencia del elenco y el trabajo en conjunto e individual que éste realiza. Conformada con el estereotipo, la directora deja que los actores así se desenvuelvan y, claro, todos y cada uno resultan de lo más predecibles quitando toda grata presencia y expectativa actoral. Tan acartonados y sin ninguna creatividad realizan su trabajo, que el papel más pequeño y menos significante en la trama, tanto que podría no existir –el vaquero prostituto– encargado a Carlo Guerra, resulta el mejor, el más fresco y el único con alguna verdad escénica.

Teatralmente, un fiasco. Con seguridad será un éxito comercial. Se apuesta al morbo no al teatro. Qué pena.