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El lado helado del iletrado hado
E

n vista de que estoy segura de que yo no tengo nada contra el hado, es natural que me intrigue comprobar, una vez y otra, que en cambio el hado sí tiene algo contra mí, y me temo que esta saña suya tan frontal no es poca. O bueno, quizá su virulencia no es contra mí de forma personal, pero que se empeña en hacer de las suyas en las mudanzas de mis papeles y de mis libros, es un hecho tan incontrovertible que ni siquiera esa misma fuerza irresistible a la que se atribuye la predestinación de los acontecimientos podría negar si fuera honesta, ya que sería excesivo pedirle que aparte fuera justa.

El ejemplo más reciente que estoy en condiciones de ofrecer de esta extraña persecución cosmológica de la que suelo ser víctima cuando mudo mis riquezas, es decir, mis libros y mis papeles, acaba de tener lugar hace exactamente media hora, a las 11:30 de este martes 4 de junio, para ser precisa, aquí, en Cuernavaca. Si la época de lluvias ya había empezado, y en todos estos días no había llovido, cómo explicarme, al menos a mí misma, que por primera vez en la temporada lloviera hoy, precisamente hoy, y, además, justo cuando el camión y sus cargadores llegaban a mi Isba Orquídea con la, no sólo para mí, desgarradora misión de llevarse a mi nuevo estudio en Chimalistac, al suroeste de la Ciudad de México, 80 y tantas cajas de libros y papeles. ¡Partieron bajo la lluvia!

Pero me apresuro a admitir que, al cerrar la puerta tras semejante mudanza, abiertamente me reí. Cómo no me iba a reír si no era la primera ocasión en que llovía en momentos en que yo hacía mudar mis libros y papeles, pues igualmente había llovido cuando mandé mudar mis libros y papeles de la casa de familia a la de casada, años y años atrás, décadas y décadas atrás, aunque debería añadir, quizá para fundamentar la credibilidad de lo que señalo en cuanto a la despiadada persecución que el hado me dedica, que en este último caso la lluvia fue extemporánea y, si me sintiera todavía más perseguida de lo que me siento, acotaría que, a la extemporaneidad de aquella lluvia a finales de octubre en la Ciudad de México que cayó sobre las cajas con mis libros y papeles, habría que añadir que el designio del hado sin ninguna duda había sido intencional, la daga dirigida con destreza al centro del asunto, es decir, la mudanza de mis papeles y mis libros.

Y no se ha servido únicamente de lluvia para fastidiarme, pues igualmente falto de misericordia fue el hado de hados cuando hizo reventar una de las llantas del camión de mudanza que trasladaba mis libros y mis papeles de mi casa de viuda en la Ciudad de México a mi casa de vuelta a casar, aquí, en Cuernavaca. ¡Cómo puso a prueba mi resistencia el hado aquella vez! No le bastó hacer interrumpir a media carretera el viaje de Mudanzas Rojo sino que, para colmo de colmos, designó al Pueblo Originario de San Miguel Topilejo como asiento del averío, pueblo en el que la autoridad correspondiente consideró su deber someter a una revisión minuciosa el contenido del camión, por lo que la policía se sintió más que autorizada a abrir las cajas con mis libros y papeles, mientras el conductor se las ingeniaba para reparar la llanta y poder seguir camino hasta cumplir con la encomienda que llevaba de depositar su cargamento, precioso para mí, en tal destino. Y digo que el hado puso retrospectivamente a prueba mi resistencia aquella vez, quizá más que nunca antes o después, no tanto porque la autoridad hubiera abierto las cajas que transportaba la mudanza, sino porque las cajas que abría contenían nada menos que mis libros y mis papeles, una de las riquezas materiales más invaluables que poseo. Aunque ahora pienso, sin embargo, que en esta muestra de persecución el hado cabeceó, pues no deja de ser un triunfo para mí imaginar el desconcierto y la decepción de los guardianes del orden y la seguridad cuando no encontraron en las cajas sino libros y papeles.

Hoy he vencido al hado, me ha hecho reír.