Opinión
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Fallar mejor
I

Nuestros exilios: 13/06/39-13/06/019. Ochenta años que fueron muchos y obligan a recordar, conmemorar y, por qué no, a celebrar. La valentía y firmeza del presidente Cárdenas y sus colaboradores en el frente de la derrota europea: Luis I. Rodríguez y Gilberto Bosques. La llegada a Veracruz en el Sinaí y tantos más. El enriquecimiento de nuestra cultura y espíritu cívico con la inyección de talento, memoria y enjundia españoles.

Recordar a los amigos idos que nos transmitieron de viva voz la riqueza cultural que nos trajeron sus padres y abuelos. Para mí, el querido y añorado Adolfo (Fito) Sánchez Rebolledo, junto al entrañable y ejemplar José Carlos Charlie Roces.

Memoria y lección que hay que hacer valer en estas nuevas horas de exilio, humanidad desgarrada, abuso de poder majadero. Y sí, debilidad manifiesta.

II. No hay por qué exagerar: la semana pasada fue la más dura jornada de nuestras relaciones recientes con Estados Unidos. Así lo declaró el secretario Ebrard y así lo vivió el presidente López Obrador, sin cultivo de la hipérbole ni abuso de la memoria.

Atrás quedaron los duros encuentros en la frontera de Tijuana y San Isidro por el casi cierre del paso impuesto por La Migra en 1985, cuando el trágico caso del agente Enrique Camarena; sin duda, también quedan para el recuerdo los embates gringos contra el presidente Miguel de la Madrid y su canciller Bernardo Sepúlveda por su firme conducta republicana en Centroamérica y su iniciativa de Contadora para la paz digna en esa sufrida región que también es nuestra frontera.

Haríamos muy mal si nos empeñáramos en borrar los recuerdos y lecciones que aquellos hechos nos dejaron. Horas de angustia, pero sobre todo de reflexión porque tuvimos que reconocer y asumir la asimetría de poder que definía la coyuntura. Sin estratos intermedios capaces de hacerse cargo de la dura construcción de centros políticos creíbles y terceras vías transitables para una negociación constructiva, el destino del Istmo, con todo y treguas y pacificaciones no podía ser más incierto.

Tal panorama nos angustiaba a muchos que imaginábamos posibles caminos, mínimamente transitables, entre ellos el buen amigo y recordado Adolfo Aguilar Zínser.

Inciertos fueron los desenlaces en cada de uno de esos diezmados países y, hasta el presente, lo único que debe admitirse es la desolación política y la tierra baldía que en lo social nos ofrece la región en su conjunto. Violencia y corrupción al máximo; golpes políticos de Estado apadrinados abiertamente por Estados Unidos, como en Honduras; corrosión interna al calor de nuevos y vergonzosos autoritarismos protagonizados por antiguos revolucionarios, hoy vueltos criminales contra su propio pueblo, como pasa en la Nicaragua sufrida. En fin, territorios cruzados por las antiguas y nuevas oligarquías, cuyos personeros se dan el lujo de acusar a México por la crisis migratoria que en gran medida recoge sus abusos sin freno, todo ello envuelto en ropa comprada en Miami, pero, eso sí, cargada de legitimidad otorgada por unas elecciones de simulación y abuso.

Eso es, desde su norte que se deslava en Chiapas hasta los linderos del Darién que sofocan los esfuerzos mil de Panamá por imponerse al maleficio tropical marcado ahora por el tráfico y el lavado de capitales, el matraz donde se origina el torbellino, por así decir, migratorio que de nuevo hizo erupción en estos días.

No podemos desligarnos de esas horrendas realidades y perspectivas porque son nuestras, a pesar de nuestros desvelos y empeños por fundir nuestro destino con el norte soberbio y rico. Y ese recordatorio acaba de llegarnos por enésima ocasión, bajo la forma de agresión y amenaza yankee, como la describieran Miguel Ángel Asturias, O. Henry y lo actualizaran Sergio Ramírez y otros, en tiempos de sueño con la revolución sandinista.

Poco más que decir, salvo que de ese remolino no se sale por suerte, sino merced a combinatorias capaces de producir síntesis virtuosas de desarrollo y democracia, que allá y acá debe querer decir justicia social y algo, más y no menos, de capacidad soberana para ejercer el derecho al desarrollo. Derecho de los derechos, por más que nos pesen los derechos humanos fundamentales a la vida y el respeto que se conculcan a diario en esas latitudes, tan cercanas y nuestras, como nos lo han enseñado los migrantes que ahora tenemos que refugiar y cuidar.

“Tristes Trópicos“ una y otra vez, que no terminan en las líneas de paso de Colombia o Venezuela y se prolongan hasta el Brasil de la vergüenza Bolsonaro, pero también en el grotesco espectáculo de un socialismo de burla y opereta que ha devenido en tragedia humana en Caracas y Maracaibo.

Pero, ni modo: Carlos Fuentes nos lo marcó bajo la piel y hay que repetirlo y hasta darle rima: Qué le vamos a hacer, aquí nos tocó, en la región más transparente del aire. También decía: Los Estados Unidos nunca han respetado a quienes les hacen concesiones, a quienes ceden ante ellos. Los Estados Unidos respetan a quienes saben negociar con dignidad con ellos (Frontera norte: la cicatriz y la herida, Nexos, 1/8/89).

Hay que (re)tomar aliento, pero también reconocer retos y desafíos, asumir desatinos, omisiones y excesos. Y como recomienda Samuel Beckett, atrevernos a fallar de nuevo siempre buscando fallar mejor.