Opinión
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Que no quiero ver la sangre de Notre Dame
P

arafraseando a Federico:
Por Dios mi madre
Que no salga la luna
Que no quiero ver la sangre de Notre Dame
Iluminando el cielo parisino

Por Dios mi madre que no quiero ver con claridad incendiaria la desesperación de los franceses que observaba en la televisión. En la que será una pérdida inelaborable. Es tan intensa la pérdida que el mundo en general se solidarizó con la Francia de siempre romántica, ‘‘católica”. Los mexicanos revivimos los temblores, las inundaciones, los desastres naturales que nos han partido. Frente a estas pérdidas no queda más que negar lo sucedido.

En el recuerdo aquella mañana parisina en que salíamos Carlos Payán y el que escribe del hotel Esmeralda en la rue Saint-Julien le Pauvre 4 y nos instalamos en uno de los cafés a contemplar la belleza de la catedral. ¡Era tal la belleza que nos pusimos una chocolateada rociada con croissants que todavía no termina! Si la memoria no me falla le comentaba de un documento escrito por Gog, personaje de Papini, que supuestamente visita a Freud. Las anotaciones del diario de Gog en relación con su visita a Viena: una faceta de Freud en el descubrimiento del sicoanálisis que brinda de paso detalles de la rica prosa de Papini.

Dice Gog: Freud eligió bajo la influencia de Goethe las ciencias de la naturaleza. Pero su temperamento continuaba siendo romántico. En 1885 y 1886 vivió en París y luego en 1889 estuvo un tiempo en Nancy: esas estancias en Francia ejercieron una decisiva influencia sobre su espíritu. No sólo por lo que aprendió de Charcote y Bernheim, sino porque la vida literaria era en esos años riquísima y ardiente. En París, como buen romántico, Freud pasaba horas contemplando la belleza incomparable de las torres de Notre Dame en que se recreaba y dejó una marca en el genio y su obra. Remataba en las noches frecuentando los cafés del barrio latino y leía los libros más en boga en aquellos años. La batalla literaria en pleno desarrollo. El simbolismo levantaba su bandera contra el naturalismo. El predominio de Flaubert y de Zolá, se sustituía entre los jóvenes por el de Mallarmé y Verlaine.

Siguiendo a Freud contemplábamos Carlos y yo las torres de Notre Dame y comentábamos su simbolismo.

¡Por Dios mi madre que no quiero ver la sangre de Notre Dame iluminando el cielo parisino!