Opinión
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La muestra

Ven y mira

D

e un apocalipsis a otro. Una decisión afortunada fue programar en la misma Muestra, después del perturbador documental antibélico Jamás llegarán a viejos, de Peter Jackson, un clásico soviético de ficción más descarnado aún y más directo en su denuncia de los horrores de la guerra: Ven y mira (1985) de Elem Klímov. La originalidad y fuerza dramática de esta última cinta radica en haber adoptado el punto de vista de su protagonista adolescente Floria (Aléksei Krávchenko) para mostrar, desde la perspectiva de su mirada atónita y su gesticulación de espanto, la violencia de los crímenes cometidos por el ejército nazi en una región de Bielorrusia en 1943. De las más de 600 aldeas incendiadas por los invasores alemanes, la cinta elige un solo pueblo en el que se reproduce, de modo inquietante, la misma ingeniería de exterminio que paralelamente se practicaba en los campos de concentración de países vecinos.

Una lógica genocida preside el cálculo de aniquilar primeramente a los niños pertenecientes a razas inferiores con el fin de prevenir así la diseminación del microbio del comunismo, según declara en la cinta un oficial nazi. Reunir en campo abierto a decenas de habitantes para encerrarlos, con engaños, en un granero enorme al que luego se le prenderá fuego es un acto sádico que viene precedido de una cadena de vejaciones que van de la violación a mujeres jóvenes hasta la tortura de quienes aún tienen el ánimo de sublevarse. El joven Floria, entusiasta seguidor de los combatientes soviéticos, muy pronto se transforma en la versión opuesta del valeroso y recio protagonista de la tradicional épica comunista. Su confusión y su desencanto son mayúsculos, los bombardeos lo han dejado sordo, ha perdido de golpe la noción de una realidad atroz que ahora lo avasalla.

Con fuertes apuntes expresionistas y un impulso lírico que se atreve a vuelcos narrativos sorprendentes en el último tramo del relato, Ven y mira aparece como una mirada heterodoxa y pesimista en el cine soviético de una época que estaba cercana ya al derrumbe final de la ilusión ideológica. De haberse filmado una década antes, posiblemente la cinta habría padecido el peso de la censura por ese escepticismo radical, tan opuesto al elogio de la gesta heroica, que destila su vigoroso alegato antibélico. Tres décadas más tarde la cinta no ha perdido un ápice de su poder subversivo. Es lo propio de una obra artística verdaderamente clásica, y la cinta de Klímov cabe holgadamente en esa categoría.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 15:45 y 20:45 horas.