Opinión
Ver día anteriorMiércoles 17 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cielos y disputa
L

a disputa por influenciar el horizonte conceptual y las emociones, tanto de individuos como el colectivo de los ciudadanos, continúa a marchas esforzadas. La llamada sociedad civil, a través de sus medios de comunicación masiva, sigue empeñada en similar aventura. Los mismos medios no descansan, ni en los días de asueto y de guardar, en su intento por colocarse entre la élite conductora.

Pero los que llevan, hoy en día, la voz cantante, son los editorialistas, la academia que tiene salida constante a medios, los centros de estudios privados y gran variedad de articulistas. Habría que añadir a tan selecta pléyade a locutores y conductores radio-televisivos que entran con furia patrocinada a la contienda. Mientras todo esto ocupa lugar de privilegio, abajo, en las tupidas redes sociales, se lleva a cabo, no sin su inherente drama, una furiosa guerra sin fin.

Ante tamaña trifulca difusiva, los problemas reales de la República parecen disfrazarse en segundos o terceros lugares para quedar, no sin retobos, en calidad de decorado. El gran duelo que sostienen gobierno y sindicatos de maestros por darle forma a la pretendida reforma educativa ha tomado un sordo destino. A veces, el simple sujeto de calle recibe inciertas ondas, originadas por el mismo Presidente o, en su defecto, de un amigo enterado que lo aperciben de las intenciones de unos y otros negociadores. Se dice que no se cederá, como en el pasado, tanto las plazas como la nómina a los sindicalistas del bando oficial (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación) o de la bélica oposición (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación). Y, entre ese terreno bajo asedio, quedan en descampado cientos de miles de educandos.

Y qué decir de los casi angustiantes problemas de financiamiento para el ambicioso crecimiento económico que se ha planteado la nueva administración: 4 por ciento en promedio para el sexenio. La hacienda pública hace, hoy por hoy, malabares para fondear tan demandantes programas sociales que ha lanzado el Presidente como sus barcos insignias. Para sacarse de encima el yugo, que los años neoliberales han impuesto con las calificadoras de riesgo, el secretario de Hacienda anuncia una aportación gigantesca, por única vez dice, al necesitado Petróleos Mexicanos (100 mil millones de pesos). Los tomará del Fondo de Estabilización Petrolera que quedará más escuálido de lo acostumbrado. Los 12 años panistas lo dejaron sin los debidos recursos. Por ahí andan flotando los descomunales ingresos petroleros adicionales de aquel periodo de abundancia y que fueron derrochados por los panistas sin mesura alguna. Y, mientras todos estos tópicos de densa realidad transcurren, otros se han apelmazado sin que haya asideros efectivos para mesarlos. La salud y la vivienda tendrán que esperar su turno aunque, para millones, sea una situación más que desesperada. Por ahí apuntan, ciertamente, algunos preparativos a este respecto que lleva a cabo la Presidencia para ir formando la masa crítica que pueda, en el debido momento, darles consistencia, presupuesto y cuerpo. La problemática de la seguridad corre en una ruta sinuosa en extremo. Los alegatos de su organización, cariz militar-civil y otros avatares, hacen de la Guardia Nacional recién constituida un proyecto altamente sensible. De todas formas, la expectativa para apreciar sus resultados requerirán un lapso de tiempo que no puede ser prolongado.

Aprovecho estos días, de pasiones y recogimientos, para dedicar algunas palabras a la vida y su factible trascendencia. Dirigir la mirada hacia el más allá, sin duda, conforta a todos aquellos que creen en una figura divina. Tal postura añade, por lo general, toda una cauda de lugares y personajes acompañantes que nutren, pero también complican, las explicaciones racionales. El entendimiento cabal de esta narrativa canónica, discurre por senderos harto complicados, pero que pueden ser alumbrados por la fe, si es que se tiene. Para otros, en número creciente, la atención se posa en asuntos más terrenos que celestes. Estas personas se concentran en adherirse a ciertas prácticas relajantes, meditativas o en deseos de persistir en la memoria colectiva. Pero, juntos, estos dos grandes contingentes de creyentes, en algo superior, apabullan a los que no logran asir visiones etéreas, celestiales o simplemente continuadoras de los cortos trayectos humanos. Es decir, los a veces célebres, pero minúsculos grupos de ateos que, atados a sí mismos, descartan cualquier idea de pasar a una posteridad alada, cósmica o sobrehumana.