Opinión
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El repunte de Tlatelolco
T

uvo la Cancillería mexicana su sede tanto tiempo en Tlatelolco y ocurrieron en ella tantas cosas importantes –además de la sangrienta agresión del 2 de octubre de 1968–, que la palabra, cuyo significado en náhuatl es terraplén o mogote, se ha convertido en una suerte de sinónimo de la política exterior mexicana. Lo mismo sucedió en Brasil con Itamaratí, barrio de Río de Janeiro que fue abandonado por la cancillería de ese país cuando la capital se trasladó a Brasilia.

Tal es la razón por la que la actual sede principal de la Secretaría de Relaciones Exteriores se llama Tlatelolco, aunque se halle en la avenida Juárez, como consecuencia del terremoto de 1985.

Además, en el mero Tlatelolco se encuentra el espléndido Archivo Histórico Diplomático que, con el nombre de Genaro Estrada y razonablemente bien organizado alberga la documentación generada y recibida por esa dependencia, más algunos archivos de importantes embajadas que con el tiempo se han ido concentrando ahí: Francia, Argentina, Estados Unidos, etcétera.

Pero lo que más causa orgullo de Tlatelolco es la espléndida política exterior que ahí se ejerció, cuyo prestigio y valor facilitaba incluso las tareas habituales de dicha secretaría.

No obstante, el brillo empezó a opacarse durante los años 90 para que, a partir del año 2000, cuando dio inicio la llamada docena trágica, se tiró por la borda dicho prestigio y México pasó de ser una insignia digna de ser imitada a un verdadero hazmerreír internacional.

¡Con cuánta ilusión esperamos el cambio a partir de 2013 cuando el PRI volvió a ganar el gobierno!, pero el desengaño sobrevino con el paso de los meses y el grueso de sus contrarios que habían ido posesionándose de las funciones diplomáticas permanecía en su puesto. Finalmente tuvimos que reconocer, con dolor, que había una clara intención de no recuperar tal prestigio y la debacle continuó hasta que llegó a la sima (a lo más profundo) cuando el Presidente tuvo que poner al frente de la SRE a un señor Videgaray quien, según él mismo declaró, iba a aprender.

¡Bonita la beca! Pero no sirvió más que para empeorar las cosas y desarrollar una gestión tan abyecta que ni siquiera los más pesimistas hubieran sido capaces de imaginarla.

Ya sé que los más furibundos antipejistas, que a veces caen en la sinrazón, ni siquiera reconocen la dignidad con que se está manejando el caso de Venezuela, junto con Uruguay e Italia, para no arrastrarse a los pies de Trump a niveles tan inicuos a los que han llegado algunos países.

Vale la pena tomarse la molestia de ver los nombramientos, en términos generales de primera, que se están haciendo ahora y que llevarán por fuerza a tener un servicio exterior mucho mejor.

El caso, por ejemplo, de haber sacado de su cubículo a un personaje como Ricardo Valero Becerra, con su experiencia en manejar asuntos difíciles con la mayor dignidad y su comprobado patriotismo, es una clara muestra de que Marcelo Ebrard da trazas de levantar los decaídos bonos de Tlatelolco. Lo mismo puede decirse del nuevo embajador en Cuba…

La tarea resulta difícil, porque el daño es mayúsculo y la circunstancia es compleja, pero lo cierto es que lo que se logre será bueno.

A Bernardo y a Rosario.