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Dinos al oído, Juana Inés...
D

inos al oído, Juana Inés, uno de tus versos, una sola línea, la más diáfana, la que nos abra tu alma de un golpe de voz y nos permita vislumbrar tu enigma.

Cuéntanos cosas sencillas, empezando por lo más externo, la apariencia apenas. Tendrías que verte a ti misma en un billete de veinte, con el que podrías bajar a la esquina y pagarte un café. Aunque ahí no impresiona tanto tu aspecto como en el retrato al óleo que te hizo Miranda: las cejas en arco perfecto, los ojos muy negros de mirada altanera, la nariz recta y fina, los dedos largos, la boca sensual.

Más que monja, pareces mujer disfrazada de monja. Todo en tu presencia despierta inquietud, empezando por ese velo negro con que te cubres la cabeza, supongo que púdico, y que sin embargo enmarca espléndidamente tu rostro y cae sobre tus hombros como una cabellera abundante y sedosa. Y mira que el apunte no es mío, sino de Octavio Paz, que no pudo dejar de percibir el detalle.

Que eras culta y talentosa lo daba por descontado; lo que me alucina hoy es la sensualidad desbordante de tu poesía. No se te escapa un aroma, ni una bóveda estrellada, ni el calor de una piel… ¿De veras te motivó a enclaustrarte una fe inquebrantable en un Dios lejano?

Siendo muy joven quisiste vestirte de hombre para poder asistir a la universidad, pero tu madre lo impidió. ¿Ya que no pudiste vestir de hombre optaste por vestir de religiosa?

Coherente decisión, en todo caso, valiente y fructífera. La biblioteca del convento, con su silencio y recogimiento, te dio acceso a aquello que te negaba una universidad que en tus tiempos era feudo exclusivo de varones. Y ahí te hiciste sabia y te multiplicaste, representándote a ti misma teatral y travestida, transformada en Narcisos, Sibilas, pastoras, Bacos, Minervas, Ulises, heroínas de la antigüedad.

De niña, en la biblioteca de tu abuelo, habías tenido acceso a los libros y te enamoraste de ellos: la adulta en que te convertiste no quiso cambiar el tesoro adquirido por pañales y sartenes, bordados, charlas insustanciales, un marido inculto y prepotente. No te convencía al cambalache. Tu inteligencia aguda y tu sed de saber te marcaron el camino hacia otro lado. El convento fue refugio y vino a salvarte de rincones obtusos y encerrados. Y el hábito de monja amparó la desnudez espléndida de tu intelecto liberado.

Ah, cómo te desdoblas, Juana la monja, Inés la mujer. Tu gran cabeza, hervidero de preguntas, obsesiones, lecturas, ideas, ciertamente no podía caber bajo la peluca de bucles, el tocado con plumas y flores, o la mantilla blanca de una novia.

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Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), de Juan de Miranda‘‘copia fiel’’ siglo XVIII hacia 1713, óleo sobre tela, patrimonio de la Universidad Nacional Autónoma de México.Foto Wikimedia commons

Te reconcentraste en el ámbito amplio, sonoro y grávido de tu propio interior. Los libros fueron tus amantes y la escritura tu pasión.

No renunciaste a nada, Juana Inés,lo tuyo fue ganancia, cambio de lomenos por lo más, alquimia de latransubstanciación.

Placeres de cama y caricias de hombre, ¿te hicieron falta cuando los dejaste? Porque de sobra los habías conocido, tú que eras lista y hermosa, en galanteos de palacio durante tus años cortesanos. Yo digo que no. No te hicieron falta porque no renunciaste a los ritos del amor, más bien los cambiaste por un erotismo raro, o enrarecido y enriquecido, el de las artes crípticas de tu pensamiento y tu poesía. A mirar, a oler, a tocar, a saborear y a sentir tampoco renunciaste: tus páginas están llenas de ecos suaves de las aves, dulces corrientes de las fuentes, cláusulas de olores de las flores, verdes gargantas de las plantas.

¿Habría sido pérdida que permaneciendo virgen no hayas podido ser madre? Tampoco lo creo. Tú misma lo aclaraste. Refiriéndote a la Sibila de Delfos, una de tus máscaras, dijiste de ella, o quizá de ti misma: ‘‘Aunque virgen preñada de conceptos”. Ahí está: Pariste ideas. Al referirte a tus propios textos, hablaste de partos y abortos. Desde tu celda diste a la luz un pensamiento claro y una imponente obra literaria. En tiempos oscuros para las mujeres, tú diste una luz.

Juana poeta, niña solitaria, celebridad de la corte, Juana la muy culta, la polemista, la transgresora, la retadora, la poderosa. Yo la peor de todas, así solías firmar, y con esa frase tuya me quedo hoy por hoy. Trazo puro y contundente en cinco palabras y seis sílabas. Yo, la peor de todas: te juro, Juana, que eso me suena a título de novela, a confesión íntima, a murmullo al oído, a sicoanálisis precoz, a reclamo, a exégesis, verso hexasílabo, romancillo, autocrítica, auto sacramental, indulgencia, sinceridad, falsa humildad o auténtica soberbia, ironía, autografía audaz.

Déjame acercarme, Sor Juana Inés de la Cruz, déjame quitarte capas,

Sor Juana Inés de la Cruz,

Sor Juana Inés,

Juana Inés,

Juana,

la peor del mundo: tú eres la mejor