Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 30 de agosto de 2015 Num: 1069

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hablar sobre
Pedro Páramo

Guillermo Samperio

Instantánea
Marcos García Caballero

Kati Horna, vanguardia
y teatralización

Adriana Cortés Koloffon entrevista
con José Antonio Rodríguez

Asbesto: un
asesino en casa

Fabrizio Lorusso

Uno más de
esos demonios

Edgar Aguilar

¡Gutiérrez Vega, a escena!
Francisco Hernández

Manuel Ahumada,
testimonio y transgresión

Hugo José Suárez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Silencio nuevo

El viento en la calle la había  atrapado en pleno mediodía. Bajo su amplio vestido blanco, de tela delgada y dócil, era joven, de piel oscura y destellaba. El viento la cercaba, hacía y deshacía su contorno, tramaba y disolvía su volumen. Los brazos largos y las manos grandes y finas, con un anillo de piedra azul en el índice izquierdo y dos anchas sortijas de bronce en el pulgar y el anular derechos. Daba unos pasos y luego volvía en dirección opuesta. Algo esperaba y no llegaba. Estaba cerca y lejos, concentrada en su demora, distante en su belleza. Una gruesa banda de gasa añil alrededor de la cabeza apenas contenía su cabello hirsuto y abundante, y resaltaba los rasgos vigorosos de su rostro en la profunda antigüedad de su armonía. En una pausa del viento, desde el otro lado de la calle, un hombre joven, temeroso y cautivado que observaba, le hizo la seña india de respeto y gratitud: juntó las palmas de las manos a la altura de su frente e inclinó la cabeza. Ella devolvió el gesto con sólo una mirada, sin alardes ni miedos, dueña de su distancia, segura de sí misma. Unos segundos después, el viento volvió a soltarse en ráfagas intensas y ella, halagada tal vez ante los ojos que sentía, empezó a girar sobre sus pies casi descalzos en una danza de suave incitación y juego. Muchacha contenta, mujer que así se sabe, se dejó tocar por el desorden de corrientes y rachas; tensaba el torso, sujetaba su cabello, extendía los brazos y arqueaba un poco la espalda para fingir por un instante el vuelo de una niña, caminaba de lado y movía los labios para decirse algo indescifrable, un balbuceo que brillaba en sus labios y dientes, todo al borde, contenido el contoneo, oscilando su alegría en las crestas de su pelvis y en el negro de sus ojos. A veces a favor del viento y otras en contra, la tela agitada del vestido exponía las delgadas ajorcas de plata que adornaban sus tobillos, resaltaba el poder de sus rodillas o insistía y se adhería a lo largo de sus muslos, a la recóndita firmeza de su vientre, al ascenso y la cadencia de sus nalgas orbitales, y así tallaba y dilataba y extendía su estatura, el día relumbrando en la cima de sus hombros, en la escarcha de sudor oculta entre sus pechos altivos y pequeños. Temblaba su sombra, ondulaba su presencia, siempre a punto de romperse, al filo sinuoso de ser una mentira. La ciudad ahí reunida entonces al menos para alguien canceló sus prisas, la ruidosa soledad de sus consumos y sus tantos ajetreos y afanes de importancia y trascendencia. La calle con sus cosas y su gente se movía despacio, el mundo difuso a las orillas. En apenas un minuto dejó en el aire la ruta de otro tiempo, el soplo de un silencio nuevo en la conciencia. De pronto detuvo un taxi frente a ella, subió y cerró la puerta y así volvió a su distancia, a su particular desconocida historia en los tumultos del planeta. Un segundo antes de perderse, miró al joven ya perplejo y anhelante, y con una tenue sonrisa de complicidad perenne desde entonces, juntó las palmas de las manos, se tocó la frente e inclinó un poco la cabeza.