Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 30 de agosto de 2015 Num: 1069

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hablar sobre
Pedro Páramo

Guillermo Samperio

Instantánea
Marcos García Caballero

Kati Horna, vanguardia
y teatralización

Adriana Cortés Koloffon entrevista
con José Antonio Rodríguez

Asbesto: un
asesino en casa

Fabrizio Lorusso

Uno más de
esos demonios

Edgar Aguilar

¡Gutiérrez Vega, a escena!
Francisco Hernández

Manuel Ahumada,
testimonio y transgresión

Hugo José Suárez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Foto: Jesús Villaseca Chávez

(diálogo con Francisco Hernández)

En Moneda de tres caras se refiere
a la locura como “un grado máximo de inteligencia” creativa.  
“El amor feliz casi no tiene
historia”  dice el autor de
El corazón y su avispero.

Edgar Aguilar

La fila no es muy larga. Sin embargo, avanza lentamente. La mayoría pide, además de la firma del libro que lleva, una fotografía al lado del poeta. Se trata de la parte final del homenaje a Francisco Hernández (1946) en el marco de la XXVI Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil Xalapa 2015. El poeta de San Andrés Tuxtla, Veracruz, excelente –como pocos– lector de sus propios poemas, viste una guayabera blanca que hace juego con su sombrero panamá. El Paraninfo, donde se realiza el evento, es un hermoso recinto arquitectónico de forma rectangular que data de principios del siglo XX. A sus costados hay pinturas de corte sacro que se mezclan con pinturas de personajes que tuvieron relación con la educación y la política en el estado. Más arriba, casi al rozar el techo, se aprecian, bajo delgados relieves a modo de finas siluetas, curiosos trazos que no me queda claro qué puedan representar: ¿bodegones, escudos de armas, las dos cosas a la vez? Hace un calor infernal. Francisco Hernández, de pie, o Mardonio Sinta, versador excepcional, ha terminado de firmar. Me acerco y le solicito una firma más, quizá la última. Accede con una sonrisa. Se ve cansado. Suda y se lleva un pañuelo constantemente a la nariz. Algún tipo de alergia, aclara. Le ofrezco el pequeño ejemplar y lo mira con especial atención: El corazón y su avispero (2004), breve y personal antología suya de poemas amorosos. “Para quién?”, me pregunta, “Edgar Aguilar, maestro”. “Edgar”, dice como reafirmando sólo el nombre, mientras escribe la dedicatoria. “Mi hijo se llama también Edgar.” “Ah, qué coincidencia”, digo. Y agrega: “Le puse Edgar a mi hijo porque cuando iba a nacer estaba en ese tiempo leyendo a Edgar Allan Poe.” Me devuelve mi ejemplar. Pienso en ese momento en la locura. En la locura que hay en los cuentos de Edgar Allan Poe. Desde afuera del Paraninfo nos llega un ruido ensordecedor. Bullicio de gente, risas y un grupo de rock juvenil. Pienso también, casi inevitablemente, en la locura de Moneda de tres caras (1994), libro de Francisco Hernández que leí (gracias a un amigo con problemas de adicción) hace muchos años y que me impresionó sobremanera. “En su poesía también hay locura”, le digo, como si entendiera mi diálogo interno. Pero matizo: “La locura que particularmente hay en uno de sus libros.” Francisco Hernández comprende de inmediato y me responde del modo más natural: “De la locura de que estamos hablando y de la que yo he escrito en Moneda de tres caras, que fueron Robert Schumann, Hölderlin y Georg Trakl es ver la locura no como idiotez, sino al contrario, la locura como un grado máximo de inteligencia, de andar por otra línea de la realidad, y de no abandonar la creación, darle a la creación, a lo que haces, un grado diferente de intensidad. Esa es la locura que me interesó de estos tres creadores. Yo no me propuse escribir sobre ellos, sino que me apareció uno primero y luego los demás. Oí en una tienda de Coyoacán la música de Schumann y me dije, a ver qué me encuentro de él. En ese tiempo nada de computadoras, en una enciclopedia su biografía y luego escribir. Después, Hölderlin; me encuentro un día último de año, yo solo en mi casa, un libro de Martin Heidegger sobre Hölderlin y la locura. Entonces otra vez surge la chispa de escribir. Y al final, me regalan un libro con poesía de Trakl: me pasa lo mismo, me encuentro un tipo de locura también producida por las drogas; es decir, que en 1914 alguien muera por una sobredosis de cocaína no es lo común que puede resultar ahora, y le pasa a Trakl. Trakl, con tal de no ir a la guerra, o bien, ya estar enrolado en el ejército y tratar de suicidarse porque no quiere ir al frente, entonces lo meten a un hospital psiquiátrico y ahí consigue la cocaína. No sé cómo se la administra, no sé si era en polvo o era inyectada o cómo le hace, pero muere, ese es su fin, su suicidio, su forma de asumir la realidad. Y además de que estaba, como parte de esa locura, también enamorado de su hermana. Eso qué equilibrio puede soportarlo.” Aprovecho su lúcida disertación y le pregunto: “Parafraseando otro de sus libros (me refiero a De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios, 2002), ¿un poeta debe dejarse vencer por sus demonios o luchar contra ellos?” “No”, me responde tajantemente. “Un poeta debe crear, dejarse llevar y ser uno más incluso de esos demonios y no tenerle miedo a ningún tipo de realidad.” Miro el pequeño ejemplar que me acaba de firmar. “Me parece que usted toca más el tema del desamor que el amor en su poesía”, le digo. “Como dicen, el amor feliz casi no tiene historia, es el amor desdichado el que tiene más historia, el volumen más grueso. Es lo que a mí también me parece. Y es lo que a fin de cuentas hemos estado hablando: Trakl enamorado de su hermana; Hölderlin enamorado de una mujer casada; Schumann que se vuelve loco por ganar a su mujer Clara, y se corta un dedo, lo amputa para ya no tocar el piano y que su mujer, que es pianista, sobresalga: que Clara Schumann sea la gran pianista. Eso es por el amor, y es el amor desdichado, valeroso, y es el gran sacrificio.”

El calor en el interior del recinto y el ruido del exterior son prácticamente insoportables. Infiero por su mirada y sus gestos que Francisco Hernández desea poner fin a la charla. Le pregunto para concluir: “¿Cómo preferiría escuchar o leer su poesía, con un fondo de música clásica o con un rasgueo de fandango?” “Este tipo de poemas deben ir con un fondo de música culta, o clásica, o con acompañamiento de piano o de chelo solo, y las coplas firmadas por Mardonio Sinta son coplas octosilábicas casi todas y algunas décimas. Y ahí tienes el resultado (se refiere al joven y alegre músico que tocó y cantó a intervalos durante el homenaje y que en ese momento guarda su jarana). Este muchacho las agarró hace unos cuantos días y se puso a cantarlas. Cada tipo de poesía en su casillero, con su lenguaje y su apoyo”, termina con una sonrisa.