Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 12 de julio de 2015 Num: 1062

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ángel Rosenblat
y la filología

Leandro Arellano

Amores fragmentados
Febronio Zatarain

Magia
Diego Armando Arellano

Afrodiáspora:
del fuego y del agua

Esther Andradi entrevista con Susana Baca

El prodigioso Jean Ray
Ricardo Guzmán Wolffer

El asombro ante
el mundo y el Tao

Manuel Martínez Morales

Graham Greene: dos encuentros con la Iglesia
Graham Greene y Rubén Moheno

Rolling Stones:
¿la última gira?

Saúl Toledo Ramos

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 

Diego Armando Arellano

El Diablo roba al bebé y deja a un changeling, principios del siglo XV,
detalle de La leyenda de St Stephen, de Martino di Bartolomeo
Fuente: CC/ wikiwand.com

El bebé era horrible. Daba la impresión de que había pasado un camión encima de él. Estaba arrugado y rojo cuando lo trajeron. Me dieron pocas ganas de abrazarlo.

Luego llegaron la abuela, los tíos, los primos y trajeron muchísimos regalos para él. No cabían en el cuarto. Su cuna era enorme y parecía el casco de un jugador de futbol americano. Daban ganas de echarse a dormir allí.

Posiblemente yo nunca había tenido ninguno de esos obsequios. No conservaba zapatito ni camiseta u osito de peluche. No había una sola fotografía que me hiciera pensar lo contrario.

El bebé comenzó a dar indicios de su talento. Y yo empecé a quedarme corto a su lado. Pasaron los meses y era imposible no quererlo con todas esas gracias que hacía. ¿Han visto a un bebé que haga calambritos? Era su manera de ganarse los mimos y las caricias de todos. Hasta eso, jugaba limpio.

Mi abuela llegó a vivir a casa y ocupó mi recámara que era azul y tenía un librero rojo que me gustaba mucho. Dormía en mi cama y dejaba sus pinturas sobre el librero. Una vez se le tiró algo que manchó una de mis estampas favoritas. Ella estaba obsesionada con el niño y quería tenerlo para ella todo el tiempo.

Con la llegada de la abuela, mi padre armó una camita que sacó del sótano para que yo durmiera en ella. Estaba llena de polvo y me puso a limpiarla una mañana en la que me acarició el cabello varias veces. Mi padre tenía linda sonrisa. La cama era incómoda y rechinaba cada que me movía. Un día me quedé boca arriba, y creo que así dormí toda la noche porque al despertarme estaba en la misma posición.

Una noche, mientras mis padres dormían, me acerqué muy despacito a la cuna del bebé. Para mi sorpresa él tenía sus ojitos muy abiertos. Me reconoció y me sonrió con muchísima alegría. Le di un beso en su boquita y me marché. Él había dejado de ser feo.

En ese mismo rato abrí una de las ventanas, trepé por las escaleras de servicio y llegué a la azotea. Me puse a ver el cielo. Descubrí que en el cielo pasaban cosas increíbles durante la noche. Vi que dos estrellas se movieron muy rápidamente hasta desaparecer: ¡Magia! ¡No podía ser otra cosa! No supe a qué hora me quedé dormido.

Después amaneció y me dolía muy fuerte la garganta.

Luego oí venir el sonido de una ambulancia y la sirena de una patrulla de la policía. Se instalaron afuera de casa. Escuché los gritos de mi madre, los reclamos de mi padre y el llanto de mi abuela. El bebé también lloraba. Supe, en ese mismo instante, que había pasado algo increíble.