Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

La salvaje violencia

Hay más, de varias nacionalidades, pero un antecedente mexicano que de inmediato viene a la memoria después de ver el filme argentino Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2014) es Historias violentas (Daniel González Dueñas, Diego López, Carlos García Agraz, Gerardo Pardo y Víctor Saca, 1985). Quien las haya visto estará de acuerdo: más allá de que en la mexicana a cada uno de los cinco cineastas le correspondió dirigir una historia, mientras la argentina fue escrita y dirigida por un solo realizador, Relatos salvajes está compuesta, al igual que aquélla, por un conjunto de historias que no obstante ser autónomas en el plano de la anécdota, y en buena medida independientes en términos formales unas de otras, guardan una relación de coherencia interna. Por lo demás, ambos filmes se sirven de un adjetivo muy explícito para dejar clara su intención temática: violentas, en el caso de la mexicana; salvajes, en el de la argentina.

Aunque muy probablemente no haya sido esa la intención de fondo de quienes las han llevado a la pantalla, ambas películas pueden ser vistas como sendos conjuntos de brevísimas estampas-estudios sociológicos de clase, necesariamente simplificados, que en ciertos casos llegan incluso a cierto nivel de esquematización. Empero, esto último no representa por fuerza insuficiencia o defecto, si se toma en cuenta el que debería ser –y que, vistas las cintas, de hecho es– el trasunto más profundo de historias y relatos, mismo que es expuesto más que suficientemente: la exhibición de la naturaleza humana cuando las circunstancias de vida, de carácter, de situación o, mejor aún, todo esto junto, orillan a uno o más individuos al ejercicio de la irracionalidad en su vertiente tanática, destructiva. Violenta, dicen los directores mexicanos; salvaje, alega el argentino.


Relatos salvajes

Sociología de clases, pues, porque con independencia de la similitud obvia –la agresividad humana enderezada contra un semejante–, en las once historias en total aquí contadas la mayor constante, presente en un buen número de ellas, es la confrontación entre individuos que pertenecen a clases sociales diferentes. Así sucede, entre otros ejemplos citados por el azar de la memoria, cuando el propietario de un automóvil es muerto a manos de un grupo de vecinos pudientes que no pueden dormir a causa de la estridente alarma del vehículo (en Historias violentas), y también cuando, al pasar, el conductor de un lujoso coche le espeta al de un auto muy desvencijado un comentario clasista ofensivo, con resultados fatales para ambos.

Que hablen los puños
–y los cuchillos, y las balas…

Establecer que los seres humanos somos naturalmente violentos y potencialmente criminales no es la intención de los filmes: no se necesita una película para convencer a nadie de algo tan evidente. La búsqueda, más bien, estriba en dos aspectos interrelacionados: qué puede suscitar el advenimiento, aparentemente repentino, de la volición tanática, pero sobre todo por qué pareciera que el mundo contemporáneo es un inmejorable escenario, o más aún, cada vez más acusadamente un perfecto caldo de cultivo para la resolución de los conflictos por la vía de la aniquilación de quien los encarna, que es decir, jamás por medio de la neutralización de las causas y mucho menos a través de la conciliación entre las partes de un conflicto, cualquiera que éste sea.

Desde esta perspectiva, los Relatos salvajes de Szifrón cumplen cabalmente una función simbólica, en tanto llevan al extremo último –la muerte de al menos un personaje en cada historia, salvo en la última, quizá a manera de tenue luz al final del túnel– cierta tesis actual que bien puede sintetizarse en esta frase popular: “¿Y para qué hablar si podemos agarrarnos a chingadazos?”

De confrontaciones a partir de la clase socioeconómica a la que cada uno pertenece, así como de aniquilación de los antagonistas, tristemente sabemos, mucho más de lo que quisiéramos, mexicanos y argentinos: el todavía reciente y no del todo superado tiempo infernal del neoliberalismo salvaje en Argentina, por un lado, así como el impune –y quién sabe si alguna vez sujeto de revisión y de justicia– presente desaparecido, desollado, sanguinolento y calcinado del México de hoy, tienen un reflejo no directo sino metafórico, arquetípico, en todos casos eficaz, en cintas como éstas.

Es notable, por cierto, que treinta años de distancia entre una y otra no establezcan diferencias sustanciales; será tal vez porque para el salvajismo y la violencia no hay progreso ni civilización que valgan.