Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alejandro Pescador

Para Alfonso Perabeles, alguna vez colaborador de Piedra Rodante

Tao Lin1(Estados Unidos, 1983) tiene un cierto parentesco literario con William Burroughs y Jack Kerouac. También hay un débil eco de Jean Genet, en especial un profundo sentido de libertad personal, pero también una amplia cultura de las drogas que hubiera sorprendido a Aldous Huxley. En Taipei, la más reciente novela de Tao Lin, prevalece un espíritu deportivo que tal vez guarde algún grado de parentesco con Kerouac, aunque concentrado en sus realidades internas y un poco menos en el viaje por la geografía: Kerouac y Tao Lin, uno en On the Road y otro en Taipei2, viajan física e internamente, aunque la intoxicación del viaje interno en Tao Lin es una verdadera revolución/intoxicación permanente.

Taipei es una novela de Nueva York y otras ciudades, incluida la capital de Taiwán, por supuesto, y de paso y a la distancia también México, con personajes jóvenes en busca de sí mismos a través de la literatura, la música, el arte, las drogas, la vida en línea, la videograbación, pero no tanto en el sexo: la cópula y sus variaciones ya no representan un asunto de vida o muerte como lo fue para los románticos. El amor es un ingrediente más, pero no la miga del pastel. Paul: “No pienso que esa cosa sea tan importante para mí: el sexo.” Los narcóticos en cambio marcan las horas. La intoxicación con una miríada de drogas es el cimiento de la historia. Los personajes comparten estas drogas tan pronto se las allegan. Las combinan según la disponibilidad y a menudo pasan todo el día y la noche intoxicados. El propósito de consumir drogas no es expandir la conciencia, sino sentirse bien: “El universo en su totalidad era un mensaje para sí mismo: no sentirse mal.”

Pese a esta aseveración, Paul, el protagonista principal y obvio alter ego de Tao Lin, trasluce una sensación de estar perdido en el mundo y en sí mismo al grado que su novia Michelle lo deja por sentirse ignorada por él. Esta relación semeja un desencuentro de adolescentes en relaciones que se quieren profundas y parecen superficiales o viceversa, aunque las drogas abren una nueva dimensión y una mayor complicidad en las relaciones de pareja. Al cabo de un tiempo pareciera que el afán dominante de ella termina por desfondar la relación: “Michelle fue la última persona que lo afectó tan devastadoramente: cero productividad; ni siquiera podía escuchar música.” Paul deja de escuchar su música: Nirvana, Natalie Imbruglia, Smashing Pumpkins, PS Eliot (desaparecida banda de pop punk).

De la lectura de Taipei no queda clara la línea que distingue al narrador del protagonista principal ni tampoco del autor. En algún momento Paul sugiere a su amigo Daniel entrar subrepticiamente a robar en una tienda y luego vender lo robado. La crónica-cuento-guión teatral “Shoplifting from American Apparel” de Tao Lin ya posee en esencia la mirada humorística de situaciones complicadas. Por ejemplo, en una celda de detención preventiva dos presuntos delincuentes discuten a su manera:

“(El hispano) gritó al caucásico calvo:

–Nunca vas a volver a participar en el sindicato.

–¿El sindicato? –preguntó el caucásico calvo–. ¿De qué carajos estás hablando? He sido narcotraficante todo el tiempo.”

Taipei también parece erosionar la línea divisoria entre la ficción literaria y la experiencia de Tao Lin. Taipei podría sugerir entonces una novela autobiográfica. Los paralelos abundan y las similitudes más. Los padres de Paul regresan a Taiwán después de vivir treinta años en Estados Unidos, aunque Paul, nacido en dicho país, parece ver Taiwán y a su propia familia con los ojos de alguien que percibe la realidad a partir de la riqueza de su propia imaginación. El paisaje interno se impone al paisaje externo. Y en un eco de On the Road, Charles, amigo de Paul, viaja a México a encontrarse a sí mismo. Dirían los Beatles en “Everybody’s Got Something To Hide Except Me And My Monkey”: “Your inside is out and your outside is in.”


Matt J. Carbone, Tao Lin Sticker, licencia: CC BY 2.0

Contra lo que pudiera imaginarse por el combustible narcótico que mueve a los protagonistas, la escritura de Tao Lin no vuela en piloto automático, sino a través de una calculada expresión estilística de breves exabruptos poéticos. Tao Lin pertenece a la estirpe de Jean Genet, el santo defensor de la libertad individual, inesperado Odiseo contra el Polifemo de la discriminación y la intolerancia, pero no tiene el tono militante de Genet, sino más bien la pausada plática de la intoxicación y la sensación lúdica del viaje digital. Paul y sus amigos viven en línea o al menos interactúan en buena medida a través de medios digitales de cuarta generación. Entienden el mundo y a sí mismos en el lenguaje de teléfonos y computadoras móviles: “No tiene idea alguna sino después de tres a veinte segundos, como si abriera un archivo digital.”

El título de la obra tal vez sea la principal referencia familiar de Paul, el único vínculo con una realidad que lo contradice y por lo tanto lo cuestiona. Paul no sabe leer caracteres chinos y tampoco habla con fluidez el mandarín; además tiene acento gringo. El hecho de que sus padres hayan vuelto a Taiwán podría interpretarse como una decisión que, luego de treinta años en Estados Unidos, obedece al llamado de Taipei donde están enterradas las raíces de su identidad, algo que Paul sólo percibe como al pasar, pues su identidad está fragmentada. Paul tiene una relación beligerante con su madre. Su padre también radica ahora en Taipei, pero aparece en un segundo plano, sin mayor relieve en el curso de la vida de Paul. La madre cuestiona a su hijo por el consumo cotidiano de drogas, pero la reacción de Paul se torna beligerante como sucede por lo regular con los adictos o con los alcohólicos. No cuestionan sus adicciones cuando todavía tienen tiempo, sino en un punto de ruptura cuando por fin lo deciden.

En todas las fiestas y sesiones de consumo de drogas en las que participa Paul, el personaje puede mostrarse incoherente, pero el narrador nunca. Al tener una percepción de la realidad alterada por las drogas, Paul arriesga por momentos su propia vida. Cuando Paul se asoma al vacío desde la azotea de un edificio, su amiga Laura lo aleja del peligro: en su intoxicación parecía correr el riesgo de querer suicidarse, pero como él mismo dice: “Como la urgencia de matarme no es en realidad tan fuerte como para suicidarme, el Mundo vale la pena de vivirse.” Los alucinógenos (LSD, psilocibina) ya no son sagrados, como escribió Fernando Benítez en sus libros canónicos; ahora son drogas recreativas para Paul y sus amigos. Las drogas también desconectan a Paul de sus proyectos literarios, pero son su fuente.

Tampoco el consumir drogas constituye un problema. Dice Paul: “No había un ‘problema con las drogas’ ni siquiera ‘drogas’, a menos de que en algún momento alguien pensara o considerara al mismo tiempo drogas y problemas”; o bien: “Las drogas no son buenas ni malas.” En Toronto, donde presenta su último libro, Paul encuentra cómo conseguir éxtasis y psilocibina en redes sociales. En contraste con los impulsos de toxicómano del personaje, el narrador es impecable y hasta conservador en su prosa; prácticamente no usa slang ni tampoco el vocabulario cambiante y defensivo de los adictos con sus episodios de paranoia. La prosa de Tao Lin es en extremo pulcra y cuidadosa. Tao Lin se muestra dueño de una gran solvencia narrativa, creador de personajes redondos y virtudes de provocador, aunque las opiniones parecen no ser coincidentes en cuanto a Paul, su alter ego. En una de las presentaciones de su último libro, un miembro del público espeta a Paul que sus libros previos eran una mierda.


Foto: Noah Kalina, reproducción bajo licencia CC BY 2.0

A la mitad de la novela el protagonista encuentra el clavo que saca el otro clavo. Paul y Erin, una pareja casi perfecta, a su manera, se lanzan al vacío metafórico: “Cuando estamos drogados somos normales”, al grado que ahítos de drogas se casan en una capilla de oropel en Las Vegas. La luna de miel la pasan con los padres de Paul en Taipei, donde la madre de Paul intenta otra vez convencer a su hijo de que deje las drogas. Bueno, la nueva pareja descarta abstenerse de las drogas; al contrario, se las ingenia para volver el asunto más interesante y al parecer inédito en la literatura: Erin lame cocaína de los testículos de Paul: ya no hay líneas, sino ovoides. No obstante estos despliegues de creatividad epidérmica, ambos se mantienen conectados a la red todo el tiempo. Paul, por ejemplo, descubre el nuevo Taipei en Wikipedia. Sus lecturas también parecen provenir de un sitio en línea: Paul lee The Face of Another, de Kobo Abe; Erin lee The Woman in the Dunes del mismo autor japonés. Se encuentran cerca uno del otro, pero por momentos no están juntos ni se comunican entre sí. Paul sobre Erin: “Decidimos no hablarnos, lo cual es en sí mismo comunicación.”

Paul se abstiene del alcohol pero asume el consumo de drogas como una segunda naturaleza: “Drogarme me anima a mantenerme sano, incrementa la productividad y me parece bueno.” Paul y Erin drogados recorren las calles de Taipei, pero él escribe cuando amaina el efecto narcótico, no como Henri Michaux que escribe bajo el efecto de la mezcalina cuya intoxicación hace miserable, perdón, su escritura y la experiencia misma de la mezcalina. Tao Lin posee una buena dosis de ingenio: en un McDonald’s de Taipei Erin y Paul tienen un diálogo de pasón que pudiera aparecer en alguna novela de Parménides García Saldaña, muy al estilo de la novela de la onda que se produjo en el México en últimas décadas del siglo XX. Hay similitud porque también hay un sentido del humor (negro), giro inexistente en Burroughs, Huxley o Michaux cuando se trata de drogas:

“–¿Para qué hay una separación entre los dientes?

–Para que se llenen con los residuos de carne con la que hacen las hamburguesas.

–Y si pagas más te puede tocar en suerte comerte un diente de niño.

–Sí, en Canadá (Saskatchewan) hacen eso.”

Todo en Paul es un torbellino, un caleidoscopio incesante, poco memorable: “Paul se da cuenta […] que se disparaba hacia adelante […] para alejarse de donde estaba: dentro de sí mismo.”

Paul, tras sobredosis de diferentes alucinógenos, una cierta cantidad de psilocibina es su última dosis, se levanta después de varios días de catatonia. Resurge de sus cenizas, como ave fénix de las adicciones, y se siente agradecido por estar vivo, como si fuera dado de alta en algún hospital para almas perdidas. Las puertas de la percepción que, según algunos, pueden abrir las drogas, en especial los alucinógenos, permiten a Paul encontrar una pequeña verdad: quiere vivir y ya ha dejado de ser el tipo joven que pudiera enmarcarse en el molde de uno de los mejores ensayos de William Hazlitt: On the Feeling of Immortality in Youth, donde escribió: “Ningún hombre joven piensa que algún día va morir. Era un dicho de mi hermano y por cierto un muy buen dicho. Hay un sentimiento de eternidad en la juventud que nos permite justificar todo. Ser joven es como ser uno de los Inmortales.”

Notas:

1. En chino el nombre del autor es ×ù 韬, es decir Lin Tao; este tao es un carácter diferente al del Tao o ‘³ usado en el taoísmo.

2. Tao Lin, Taipei, Vintage Books (Random House), Nueva York, junio de 2013, 248 pp. Entre sus otras obras deben mencionarse las novelas Richard Yates y Eeeee Eee Eeee, su novela corta Shoplifting from American Apparel, la colección de cuentos Bed y dos poemarios: cognitive-behavioral therapy y you are a little bit happier than i am. Tao Lin es fundador y editor de Muumuu House.