Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Lo indígena como explicación

Ricardo Guzmán Wolffer


Zonas de disturbio. Espectros del México indígena
en la modernidad ,

Mariana Botey,
Siglo XXI,
México, 2014.

Hablar de la concepción sobre lo indígena representa, en México, establecer la propia identidad: en un país donde la colonia económica y cultural parece no haberse ido (¿de dónde se sostiene la economía nacional si no de productos dirigidos al extranjero, con mínima distribución al interior de la riqueza generada?, ¿qué cultura vive la mayoría de los mexicanos, cuáles son los valores que detentamos?), el peso de la historia y su asimilación resultan un tema intemporal que afecta al usuario y a la nación.

Entre la fundada queja nacional sobre desapariciones y abusos, sale del discurso general la identidad de esos 43 ausentes que, para bien o para mal, han opacado a las decenas de miles que dejó el calderonismo y que en el actual gobierno no hay visos de que se aclaren esas muertes. Se apartan del análisis la condición rural y social de los desaparecidos. Baste recordar la pugna sobre los restos de Cuauhtémoc que, se argumentó, estaban en el pueblo de Ichcateopan (Ixcateopan) de Guerrero, y que llevó a la amplia investigación de Eulalia Guzmán a partir de 1949, misma que fuera contrapunteada por Alfonso Caso, Manuel Gamio y otros: tal momento histórico es analizado por Botey. Cabe su cita, pues Ixcateopan está a una hora de Iguala: el factor mesiánico, estudiado con detalle, nos recuerda los factores culturales, incluso inconscientes, que permean en una región donde la historia de lucha no ha cejado en siglos. Más aún, ¿hasta dónde la historia del pueblo chontal de la región de Guerrero vive en el imaginario de los ahora buscadores de familiares desaparecidos? Un texto como el de Botey da luz sobre cómo el indígena es visto y manejado. En muchos aspectos, no sólo las comunidades indígenas, también otras reciben el mismo trato por parte del Estado y de los grupos en el poder: el análisis de la historia da luz sobre hechos contemporáneos que, en el discurso oficial, salen de contexto para simplificar su silencio.

Destacan en la obra los comentarios sobre autores señeros en otras disciplinas. A Georges Bataille no se le recuerda como historiador de lo mexicano, pero tiene un estudio sobre la figura mesiánica de Cuauhtémoc que sorprende por su concepción sobre los “miserables” aztecas y choca con los defensores del indigenismo como identidad nacional. Antonin Artaud es citado y analizado. Se retoma a Octavio Paz para establecer la perspectiva histórica de los aztecas. La “necropolítica” de Achille Membe, que plantea la soberanía como un problema de “destrucción material de cuerpos y poblaciones humanas”, toma una presencia que nadie analiza en público, pues el necropoder es una realidad que se autogenera cíclicamente.

Un libro notable para recordar nuestros orígenes y la importancia sobre su estudio constante; para establecer la actual posición de la historia como disciplina para comprender los hechos que vivimos.


Desde la esquina del mito

Antonio Soria


Santo y seña. Relevos literarios sobre
el enmascarado de plata,

Mara Romero y Miguel Ángel Avilés (compiladores),
Instituto Sudcaliforniano de Cultura/Conaculta,
México, 2014.

En materia de mitos, especialmente cuando se trata de los que tienen una impronta popular, suele precisarse una lenta y prolongada sedimentación de los diversos elementos que lo conforman; entre los fundamentales, apúntense los hechos concretos –cuando los hay–, así como los emanados de la fabulación –que conforme pasa el tiempo van volviéndose mayoría que abruma–, mismos que constituyen toda materia mítica: ya se trate de un acontecimiento, un sitio o un personaje, real o imaginario –entendidos como sujeto central del mito–, por lo regular su eficacia en tanto mito responde a una generalización espacial y una prolongación temporal; es decir, requiere a la vez de una masificación y de una durabilidad, y éstas, por su parte, son el resultado de la combinación espontánea de una verdad más o menos constatable con una serie de “verdades” cuyo valor no está en función de la Verdad con mayúscula sino, en el mejor de los casos, con la verosimilitud o congruencia que guarden respecto del referido sujeto central. Desde luego, también es indispensable que éste posea un elevado valor de representación simbólica, así como una gran capacidad especular: mito en el que nadie pueda reflejarse, por identificación o por contraste, no es mito.

Pero al respecto de las condiciones necesarias para la construcción del mito hay excepciones, y el Santo es una de ellas: pocas veces como en el caso del Enmascarado de Plata puede hablarse de un mito automático, y naturalmente hay que dar por descontado el factor simbólico y representativo, como le consta a cualquiera que, en su calidad de ciudadano mexicano contemporáneo, se enfrente al célebre icono: incluso si para alguien en particular no alcanzara la condición mítica, le resultará imposible no saber cuál es su nombre, qué era y lo que hacía ese personaje popular/popularizado, en ese orden, por el pancracio, el cine, las historietas, la televisión y, finalmente, la literatura, si bien a lo largo de dicho trayecto tuvo lugar, desde el mismo principio, un fenómeno de popularización oral inmediato, diríase automático, que fue precisamente el que dio pie a la multiplicación mediática, eficaz aprovechadora de cualquier cosa que le resulte funcional para sus muy particulares cometidos y que, como es bien evidente, hizo del Santo la excepción arriba referida.

Los poemas, cuentos, crónicas y ensayos contenidos en este volumen son, digámoslo en consonancia con el tema, una llave luchadora más en el ring donde el Santo, a la manera del Cid –aunque por supuesto guardadas las necesarias distancias–, sigue ganando las dos de tres caídas sin límite de tiempo, y venciendo a vampiros, momias, hombres lobo y maleantes eternamente sin pistola. Treinta autores, preponderantemente originarios del norte del país, decidieron ponerse las mallas y la capa, pero sobre todo la máscara plateada y hacer estos relevos literarios, unos más felices que otros, alguno acaso mero aprovechamiento de la oportunidad, pero sin que el Santo le significara mucho realmente, pero la mayoría honestos –así lo deja sentir la lectura– en su contribución al mito.