Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Algunos encuentros

Juan Manuel Roca

Charlot encuentra al Füher en el espejo mientras filma El gran dictador.

Aunque no es lo mismo la sombra de mi bigote recortado de vagabundo que la mosca posada sobre el labio del criminal, al paso rápido de un diario de Berlín o de Nueva York podrán confundirnos. Fue el pequeño bigote el que me decidió, al momento de hacer el humilde papel de barbero judío, a trocarlo por el rol del gran asesino. El filme me obligó a salir de mi mudez en la pantalla: “La avaricia ha envenenado el alma de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio.” “Lo siento. No quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie”... Mientras ensayo en la trasescena, el oscuro pintor de brocha gorda, el espantajo sonámbulo, planea invadir a Rusia con sus logias de llanto. Yo lo veo en el espejo del camerino a punto de regar por la Europa crispada y ruinosa, por la pérfida madrastra, la sombra de la gran podredumbre. Veo el estentóreo paso de ganso de la muerte, a los soldados adiestrados por el imperativo mandato del olvido, batallones de muertos haciendo su lamentable simulacro. Oigo disparos en la noche emboscada en pleno día, la voz del miedo y el odio que trabaja levantando presidios, oigo la voz de la obediencia regando su sembrado de muertos. Llevo unas horas enfundado en el traje del gran dictador y me fatiga calzar su máscara de macabra opereta. Si todo fuera tan fácil como cubrir el espejo con mi estrujado saco de vagabundo, si lo fuera como poner la palabra fin en un guión de una película...

Encuentro de Mackie el Navajas con Pedro, un matón de esquina

El 28 de febrero de 2013 a las 11 en punto de la noche, Mackie y Pedro Navajas se tropiezan e intercambian recetas para esconder un puñal. Un parroquiano regresa a casa, tararea un tango de lunas muertas o el triste adiós a Lili Marlén. Al doblar una esquina, ¡zas!: Mackie el Navajas, como quien ejecuta un paso de ballet, le enseña cómo aligerar a alguien de su pesado equipaje. Es diestro en ayudar a pasar a un parroquiano al otro mundo, como algunos ayudan a un ciego a cruzar la calle. Sabe cómo liberarlo del peso de unos peniques en la bolsa, del puñado de monedas que le impide a las almas emigrar. Pedro sonríe, deja ver en su boca una esquirla de oro que titila como un candil de socavón y acaricia en la pequeña noche del bolsillo de su revólver. Una rata encandilada al paso de una ambulancia se desliza entre jeringas desechadas y periódicos de ayer. La lejanía, ¡ah!, la huidiza lejanía desciende de un barco en el viejo muelle de los olvidos y el silencio se pasea en la cubierta de un velero sin capitán. En la penumbra de un pequeño teatro, Bertolt Brecht sigue la acción desde un cartel descolorido, y la noche, la asmática noche, se enfunda en un gabán.

Panamá, febrero 28 de 2013

Posible encuentro de Lousie Michel
y Jean Arthur Rimbaud en la Comuna

Es posible que el encuentro entre Lousie Michel y Jean Arthur Rimbaud se haya dado en un umbral de la Comuna. Si la historia no lo permitió, merece ser escrita de nuevo. Digamos que ocurrió de la siguiente manera: Michel, la impaciente anarquista, tropezó con un hombre que huía del futuro, de una comarca salvaje que acostumbraba a visitar tras vadear las fronteras movedizas de su infancia.

Ella venía del exilio
Desplegando una bandera
En un palo de escoba,
Una bandera negra
En recuerdo de sus muertos.

Dicen que la escoba la heredó de una vieja hechicera y que la usó en los estrados para barrer vestigios de la oscura noche medieval.

El poeta conservaba su sombra intacta, aún tenía sus dos piernas tragaleguas y un paladar que seguía encontrando amarga la belleza. Venía cargado de frutos robados al viejo guardián del Paraíso. Los dos intercambiaron recetas contra el hambre y los exilios, la impaciencia y el presidio. Sus palabras obedecían a sus gestos, arropados bajo el sol rojo y negro de las barricadas.

Ella venía del exilio
Desplegando una bandera
En un palo de escoba,
Una bandera negra
En recuerdo de sus muertos.

Lousie Michel defendió a las prostitutas en la cárcel, mujeres de lengua suelta y corpiños apretados que para Rimbaud eran la higiene de la raza. Un posadero llamado Fourier les sirvió una sopa espesa, humeante como las calles de París: “Buen apetito”, susurró el posadero, “el futuro está servido”