Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de diciembre de 2014 Num: 1031

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ningún país es mi país
Gustavo Ogarrio

Tu nombre en una
lata de refresco

Rodrigo Megchún Rivera

La polifonía pictórica
de Kandinsky

Germaine Gómez Haro

Educación
Takis Varvitsiotis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Educación y violencia online

Germán Iván Martínez


Jóvenes en tiempos de oscuridad. El drama social
de la violencia online,

Luz María Velázquez Reyes,
Bonum,
México, 2014.

Es innegable que las tecnologías de la información y la comunicación modificaron nuestra forma de ver el mundo y de estar en él. Oportunidades nuevas pero también desafíos y peligros llegaron con ellas. Redes sociales, mundos virtuales, chats, blogs y otras tantas cosas pueden convertirse en fuente de deshumanización si en aras del yo nos olvidamos de los otros.

En Jóvenes en tiempos de oscuridad, de Luz María Velázquez, se puede leer que “con el desarrollo de las tecnologías informáticas, la violencia ha encontrado otros medios de difusión, a través de los cuales ha ido diversificando su incidencia”. La violencia, un concepto escurridizo, es también un fenómeno multifacético que no se reduce a las escuelas sino que está como telón de fondo en un país atravesado por este peligro vuelto epidemia.

Le negación del otro, el ejercicio de la fuerza, la victimización y multiplicación del dolor, el atentado contra la dignidad humana, todo subyace a la violencia y pervive gracias a una sociedad ignorante, indiferente y permisiva que, lejos de afrontar el vacío moral que nos aqueja, se ha acostumbrado a la violencia hasta convertirla en espectáculo, objeto de consumo y diversión. La violencia en la televisión, los videojuegos y el cine, dice la autora, nos prepara y sensibiliza para digerir otra violencia: la de nuestro entorno inmediato. Hoy hay nuevas y más sofisticadas formas de acosar: “happy slapping (agresiones físicas o vejaciones mientras otros las filman con el propósito de difundirlas posteriormente), trollismo (intimidar, desafiar, perjudicar, criticar, insultar y sacar de sus casillas a quien se pone en la mira), bombing (el ciberagresor usa un programa automatizado para colapsar el correo electrónico de la víctima con miles de mensajes simultáneos, causando fallo y bloqueo en la cuenta de correo), el dating violence (cortejo violento), el stalking (persecución y acecho), o el cortejo amoroso online hostigante”. Todos son fenómenos sociales que recurren a la tecnología para hacer daño a otros. La violencia online va más allá de las fronteras físicas y temporales; se metamorfosea recurrentemente y el agresor se escuda en el anonimato.

Frente a formas tradicionales de violencia hoy sextorsión, hackeo, videovictimización clandestina… Además de nuevos términos: cibercultura, cibervíctima, ciberagresor, ciberespectador, ciberacoso, ciberconvivencia, cibersocialización, ciberpersecución… Valdría la pena hablar de ciberética para subrayar con Luz María Velázquez la convicción de que la educación sigue siendo “la vía para enfrentar tanto el consumo desaforado como la mercantilización de la violencia”.

En este libro, la autora da a conocer los resultados de una investigación efectuada con 376 estudiantes de licenciatura, a quienes entrevistó para recopilar 308 relatos de experiencias. A partir de ellos refiere las formas más habituales de violencia, los medios más comunes de ciberacoso, las tácticas de coerción, las vías a partir de las cuales se ejerce la ciberviolencia, los lugares en que ésta tiene lugar, la relación victimario-víctima, las estrategias del agresor y las reacciones de la cibervíctima. Concluye diciendo que dos condiciones favorecen la violencia online: la posibilidad de contar con internet las 24 horas, los 365 días del año, y la brecha digital que separa a los estudiantes de sus padres y maestros quienes, renuentes a la tecnología o desconocedores, no han sido capaces de entender que, no obstante la heterogeneidad de los medios y las interacciones sociales para perpetrar la violencia, ésta sigue provocando profundos daños, ciberheridas, cicatrices “no siempre tangibles pero siempre impactantes”



Oaxaca de Rius,
Eduardo del Río Rius,
Almadía,
México, 2014.

A sus ochenta años, recientemente cumplidos, el maestro Rius Frius no deja la pluma en paz y, parafraseando cierto conocido dicho, cada día dibuja mejor. La prueba es este libro delicioso, y no solamente por la profusión de moles amarillo y coloradito, tlayudas, quesillo, chapulines y mezcal que lo aderezan, surgido a manera de amplia extensión –y no hay pleonasmo en lo anterior— de un dibujo inicialmente incluido en el volumen Rius en pedacitos. Habitante actual del estado de Oaxaca, luego de su larga estadía morelense, no faltó quien le señalara al creador de Los Supermachos la conveniencia de hacer un libro dedicado a su nuevo lugar de residencia, y ni tardo ni perezoso el padre putativo de Calzonzin, Trastupijes, Nopalzin, Doña Tecla y Tantosotros se puso a la tarea y se puso a dibujar, dice él que la mayor parte de las veces a manera de apuntes, lo mismo alebrijes que fachadas de casas e iglesias –y vaya que en Oaxaca abundan estas últimas–, dioses zapotecas, el árbol del Tule, estatuas inverosímiles, vestigios arqueológicos, así como oaxaqueños de toda laya: vendedores de mercado, marchantes en protesta, represores de las mismas, viandantes, músicos callejeros –sincretismo magnífico del autor de ¿Sería católico Jesucristo?, en uno de los cartones un parroquiano en un café de los portales se dirige a los músicos así: “Dice el maestro Nietzsche que si se saben ‘Dios nunca muere’”–, bebedores contumaces de mezcal, así como un retrato del insoslayable maestro Francisco Toledo.



Huyamos a Brandenburgo,
Miguel Álvarez Gaxiola,
Ediciones Sin Nombre,
México, 2014.

Los editores dan noticia de que el autor publicó a los veinticuatro años de edad, en el ya lejano 1964, su primer libro, el cuentario La cacería equivocada; que trece años más tarde dio a la imprenta la novela Las cruzas, y que doce años más tarde apareció otra novela suya, titulada Siete paredes. Si este conjunto reúne la totalidad de lo publicado por Álvarez Gaxiola, significa que estamos frente a un autor poco dado a la abundancia, que prefiere macerar lentamente la materia narrativa y no se apresura nunca: veinticuatro años pasaron entre la referida Siete paredes y esta otra novela, claramente autobiográfica, puesto que el autor vivió en París una década y media, precisamente en los años en los que tiene lugar la historia que aquí se cuenta: la de un joven mexicano que decide irse a vivir a París, los consabidos avatares que inevitablemente se viven respecto del idioma, la fácil o dificultosa adaptación a un medio deseado pero desconocido, las personas con las que se establecen encuentros, desencuentros, amores, desamores, búsquedas, hallazgos, permanencias y abandonos. Estructurada de manera muy ortodoxa, con el final de la historia puesto como punto de partida para un largísimo flashback, la novela recoge y plasma, con una prosa de ritmo y aliento bastante personales, el mismo espíritu que puede identificarse en muchas otras narraciones similares: el de la búsqueda de la personalidad propia, que acaba por definirse precisamente en el hecho mismo de buscarla, más que en cualquier otro suceso.