Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de agosto de 2014 Num: 1013

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Actuar: un acto
de generosidad

Antonio Riestra entrevista
con Naian González Norvind

Nomenclaturas urbanas
Ricardo Bada

Onetti, a veinte años
Alejandro Michelena

El recuento de los
cuentos de Onetti

Alicia Migdal

Onetti y Los adioses:
lecciones para un
lector cómplice

Gustavo Ogarrio

Matemáticas,
redes y creencias

Manuel Martínez Morales

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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Ricardo Venegas
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El haikú en la lírica hispánica

Escasos poemas perduran en la corriente del tiempo. A un poeta se le conoce por un libro, un poema, uno o varios versos. En este escenario, el haikú, el poema breve de la filosofía zen que se entrelaza con el conocimiento del instante, ligado a la broma, a la risa, al juego y a la espontaneidad, es un testimonio de que, como quería Quevedo, “sólo lo fugitivo permanece y dura”. Uno de los mayores haijines, Matsuo Bashô (1644-1694), considerado padre del género, y a quien se le atribuye el conocido poema de la rana (“El viejo estanque;/ salta una rana,/ ruido de agua.”), dijo:  “No sigo el camino de los antiguos, busco lo que ellos buscaron.” Un siglo más tarde, otro haijin, Miura Chora (1729-1781), escribió un homenaje al gran caminante que peregrinó por todo Japón recopilando la experiencia del instante: “En traje de viajero/ una grulla en las lluvias postreras del otoño: el venerable maestro Bashô”. El poema, basado en la contemplación de la naturaleza, centrado en alguna de las estaciones del año, se transformó al ser introducido en Hispanoamérica.  No sólo la métrica es aplicable (5-7-5) y la rima del primer verso con el tercero (“Luna, lunita/ si bajas un momento/ vuelves encinta”), sino la libertad del verso para llegar al pequeño universo. Así, podemos encontrar traducciones de poemas de Bashô como esta: “Hoy el rocío/ Borrará lo escrito/ En mi sombrero” (versión de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya). O bien, si de autores latinoamericanos se trata (recordemos al célebre José Juan Tablada y a Li Po, o al entrañable Efraín Huerta, creador del “poemínimo“: “Cuando/ Desperté/ La/Putosauria/ Todavía/ Estaba/Allí.“), Jorge Luis Borges nos enseñó por qué la brevedad dice cosas infinitas: “La vieja mano/ sigue trazando versos/ para el olvido.” Enrique Díez-Canedo escribió su  “Hay-kai de Buenos Aires“:“La curva criolla de una voz/ vuelve americana/ la calle.“El haikú, heredero de la tanka y de la renga, formas de la poesía breve de Oriente, es también un recipiente, como el tren ómnibus que “lleva carruajes de todas clases y para en todas las estaciones". Así lo atestigua el poeta español Juan Ramón Jiménez cuando dice: “Está el árbol en flor,/ y la noche le quita, cada día,/ la mitad de las flores.” El propio Elías Nandino, poeta de los Contemporáneos, escribió su Derecho de propiedad: “¡Nada es tan mío/ como lo es el mar/ cuando lo miro!” Octavio Paz asimiló la naturaleza del poema breve y desde su experiencia nos entregó uno de los mejores ejemplos de la búsqueda y el hallazgo: “Troncos y paja:/ Por las rendijas entran/ Budas e insectos.” Sin duda, lo que entra por las rendijas del poema es el misterio, la conciliación de los contrarios, elementos que por artes literarias se encuentran y producen la sorpresa que significa renovación del lenguaje, perpetuación del instante primigenio, diría Paz, tal como lo expone Frutos Soriano: “Sabe a lápiz/ el agua de la fuente/ ¡mi infancia!”.