Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Actuar: un acto
de generosidad
Antonio Riestra entrevista
con Naian González Norvind
Nomenclaturas urbanas
Ricardo Bada
Onetti, a veinte años
Alejandro Michelena
El recuento de los
cuentos de Onetti
Alicia Migdal
Onetti y Los adioses:
lecciones para un
lector cómplice
Gustavo Ogarrio
Matemáticas,
redes y creencias
Manuel Martínez Morales
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
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Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
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A Lápiz
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La Jornada Semanal
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Felipe Garrido
Gloria
Hubo, amado príncipe, un mercader tan prepotente, taimado y rico que quiso comprar el cielo. En su rústico modo de ver las cosas, si socorría a quienes había arruinado la Gloria le abriría sus puertas; de modo que a las suyas vivía una cola de menesterosos tan nutrida y constante que terminaron por acampar allí. Aquel hombre, que empezaba a sentirse viejo, creía que con eso redimiría sus culpas y empezó a urdir caridades mayores. Alarmado, el Demonio indujo a la mujer del comerciante a convencerlo: no debía perder tiempo ni afear su casa ni abollar su fortuna con esos infelices. Gloria, la mujer, con argumentos más bien carnales, en los que era reconocida experta, le hizo creer que lo que hacía falta no era acabar con esos miserables, sino multiplicarlos de modo que hubiera más desdichados a quienes consolar. Y el hombre lo hizo con inaudita pericia, al tiempo que triplicaba su caudal. (De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.) |