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Las lágrimas del
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Crónica de un
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Filosofía, política y
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Ricardo Yáñez
Palabras para un adiós
Entonces eras rubia. Esperabas en un café del centro esa tarde luminosa, como tu sonrisa, en que un prodigioso arco iris sostenido en la nada enmarcó la ciudad. Hablamos de teatro. Yo, que nunca voy al teatro, gusto en verdad del fenómeno escénico. Quiero decir que no te fui aburrido.
Después nos encontramos en Saltillo, ya tú embarazada creo de Andrés; estuve en tu casa, con tu marido (del mismo nombre) y sus muchos libros. Te gustaba contar cosas. No en balde eras narradora. Alguien lo ha dicho mejor que nadie: destacabas en el género conversacional.
Nos encontrábamos con toda la bohemia regiomontana en el Reforma, alguna vez en La Pirámide, no sé si en El Gargantúa pero sí en El Galaxia, fisgoneados por María Félix, Jorge Negrete y Noséquéactores más, todos rodeados de planetas entre polvo de estrellas.
Con René o Isaac te visitaba y como sin querer se nos iban las horas, hablando de quién sabe qué, pero siempre, seguro, de literatura, de talleres, de lo que fuere que alguna gracia tuviese para nosotros, y la verdad es que, juntos, casi todo nos hacía gracia. Gracias, Dulce. |