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Hugo Salcedo, dramaturgia periférica y fronteriza
Este año, la obra de Hugo Salcedo tiene una presencia en escenarios internacionales que la acogen como parte de las muestras de mayor calidad en la producción escénica y dramatúrgica de otro país. También porque sus temas abordan aspectos que están en la preocupación internacional, donde México ocupa un triste lugar por los hechos de violencia que suscito la administración fallida de la seguridad pública en México y los feminicidios en diversas entidades, encabezados por los estados de México y Chihuahua.
El propio dramaturgo ha informado a sus amigos y a la prensa los resultados afortunados que, en las últimas semanas han tenido los montajes que se presentaron, en primer lugar, en el Festival Internacional de Teatro que organizó la Universidad de Casablanca en Marruecos, donde México fue invitado de honor. Salcedo presentó Los hijos de la Malinche, que muestra episodios “no oficiales de nuestra historia. Un recorrido por la historia de la corrupción y de los mecanismos de poder que caracterizan el espíritu de algunos ciudadanos y gobernantes que van desde Tenochtitlan hasta las autoridades migratorias de hoy.”
La representación internacional de las obras de Salcedo sólo puede enorgullecernos estéticamente, porque en lo moral y en lo político dichas obras muestran el enorme atraso que tiene nuestro país para contener la violencia, propiciada no sólo por los grupos delictivos, junto con los militares y policíacos, sino la propia cotidianidad que ya descompuso a una parte significativa de la población de jóvenes mexicanos que han hecho de la violencia un modo de vida, como lo muestra Noche estrellada sobre el campo de pepinos, que presentó hace dos semanas en Lieja, Bélgica, en el marco de el X Congreso Internacional de Teatro Universitario (AITU/IUTA) representando a la Compañía de Teatro de la BUAP.
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La complejidad y riqueza del trabajo de Salcedo ya fueron premiadas hace veiticinco años y su vigencia persiste. El viaje de los cantores fue la obra reconocida tanto en México como España, y ha tenido sucesivos montajes de todo orden, tanto de compañías y actores profesionales como de estudiantes que encuentran en el tema y su tratamiento la solvencia de lo artístico y el compromiso con realidades que tienen que ver con fronteras que no sólo son geográficas. Apenas el pasado 4 de julio, El viaje... se estrenó en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid.
Justo ayer, 19 de julio, en la Antigua Bodega de Papel (“Allá en la Once, entre Revolución y Madero”), en Tijuana, bajo la dirección de Paul Pérez, se presentó Música de balas, obra que ganó el Premio Nacional de Dramaturgia 2011 (UDEG, UNAM y GDF) y que el jurado consideró entonces “innovadora, compleja y enlazada con la realidad del México contemporáneo”. Cómo no va a estar “enlazada”, si es un fulminante recuento de los más de treinta mil muertos que dejó esa guerra que signó a la administración de Felipe Calderón y ahogó sus mínimos logros en la sangre de miles de inocentes caídos, enmarcados en la violencia. Para los propios españoles que la vieron en Madrid el año pasado, bajo la dirección de Raúl Rodríguez, fue una obra incómoda porque los pone como en espejo, frente a un conjunto de escenas que muestran formas distintas de morir, de ser asesinado, colgado, torturado o acabar en una fosa común. Aunque también su lectura en The White Bear Theatre Club de Londres fue provocadora, como sucedió con la versión de Nosotras que los queremos tanto (traducida como We women) en Boston, Massachusetts, Estados Unidos.
La presencia internacional de la obra de Salcedo muestra que el reconocimiento nacional a su trabajo es insuficiente. En diversos escenarios mediáticos, el dramaturgo ha denunciado la falta de atención de las instituciones culturales. Vale la pena revisar su noción de teatro documento para entender esta beligerante propuesta artística, cuya expresión literaria ha sido traducida a varias lenguas y escenificadas a través de lecturas en universidades y espacios radiales.
Tal vez la percepción tiene que ver con la inequidad de los apoyos y los reconocimientos que, en la última década (para ser precisos, en los últimos dos sexenios panistas), ha caracterizado a la gestión cultural, cuya impunidad y parcialidad se han exhibido con cinismo por sus protagonistas. Sobre todo porque sus obras han sido premiadas y distinguidas en escenarios internacionales que muchos favoritos no alcanzarán, a pesar de los aplausos pagados por sus benévolos mecenas institucionales.
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