Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de julio de 2014 Num: 1011

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Crítica y arte
de la inventiva

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Julio Ortega

Un negro 18 de julio
Rodolfo Alonso

Las lágrimas del
exilio español

Yolanda Rinaldi

Filosofía y psicoanálisis
Germán Iván Martínez

Crónica de un
posible regreso

Juan Manuel Roca

Filosofía, política y
poder: los Cuadernos
negros
, de Heidegger

Ángel Xolocotzi

Aeropuertos
para mariposas

Ricardo Bada

Nacimiento
Nikos Fokás

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Las lágrimas que vio el volcán

Ollin Velasco


Paloma. Por algo pasan las cosas,
Glenda Libier Madrigal,
Puertabierta Editores,
México, 2013.

La vida da lecciones sin pedir permiso. La historia de Paloma es una muestra de cómo el destino barajea sus cartas de forma caleidoscópica y desconcertante, pero sabia a final de cuentas. Este libro expone las hebras que conforman a una mujer única (que es muchas más al mismo tiempo), capaz de encauzar la intensidad de su espíritu para ayudar a sanar heridas ajenas. Aunque en el fondo ella también está rota.

Esta primera novela de Glenda Madrigal es un destello rosa en medio de un mar de palabras deslucidas y manoseadas en torno al género femenino. La periodista, que actualmente funge como directora editorial del Diario de Colima, pone frente al lector un cuadro sin poses, donde el destino llega sin maquillaje y donde no hay espacio para felicidades de perfección milimétrica, irreal.

Paloma es una joven psicóloga que vive con intensidad sus días en Ciudad de México: ama su trabajo, es exitosa, querida por mucha gente y asediada por varios hombres. Pero pocos saben que tras su apariencia incorruptible hay grietas que la van oscureciendo por dentro. La tentación de lo prohibido se le planta enfrente, Paloma siente el peligro y decide huir y entregarse a un proyecto profesional que dirigirá desde los parajes olvidados del municipio de Comala, bajo la custodia del Volcán de Colima.

No obstante, al tiempo que las alas de la protagonista cobran vida, la formación periodística de la autora empieza a infiltrar susurros y, entre capítulo y capítulo, aparecen historias alternas y saltos de tiempo que llevan a conocer la realidad de Suchitlán, un pueblo colimense que entonces no conoce mucho más que pobreza, alcohol, violencia y una tristeza endémica que nubla los ojos de sus pobladoras.

Las penas de la Paloma traslucen sentires genéricos; los párrafos se plagan de traiciones, pecados, resentimientos, pesadillas, manos ensangrentadas y nuevos aires que soplan más fuerte cuando ella comprende que los problemas de sus pacientes comparten naturaleza con los suyos. Las dolencias universales tienen miles de máscaras.

La desgracia camina en una larga pasarela, hasta que aparecen en el camino botones de esperanza, dignos descendientes de la retrospectiva a conciencia. Justo cuando las cadenas de Paloma parecen más ligeras, entran nuevas complicaciones a cuadro. Y aunque todo parece perdido de nuevo, echa mano de lecciones de páginas pasadas.

Madrigal borda con realismo la trama y su telón de fondo, porque ahí también hay mucho de ella; porque lo acontecido a su personaje es en gran medida parte de su vivencia personal en las mismas coordenadas campiranas, que remiten inexorablemente a los paisajes descritos por Juan Rulfo en Pedro Páramo.

La historia real y la ficticia se hacen una sola, hasta el punto en que ya no importa si se trata del sentir de una mujer indígena que sufre los estragos de un machismo con hedor a aguardiente, o si, más bien, se orbita alrededor de la profesionista arropada en la sombra de fantasmas de pecados cometidos por voluntad propia. El drama es el mismo y la tragedia es relativa, pero la lección es clara: por algo pasan las cosas.


De huerta y sus discípulos

Ricardo Guzmán Wolffer


Poenimios,
César Abraham Navarrete Vázquez,
Tierra Húmeda,
México, 2014.

Un colibrí es el corazón de un Dios que levita,
Marcial Fernández,
Ficticia/Fonca-Conaculta,
México, 2014.


Hay dos tipos de seguidores: los conscientes y los inconscientes. Que Fernández sea un inconsciente por escribir lo que escribe, sonaría a una más de sus deleitables brevedades literarias: poema, cuento, aforismo, tiro certero o como le quiera llamar. Pero quien hubiera leído a Efraín Huerta y luego a Fernández, pensaría que si no hay una intención derivada de la asimilación de la obra del festejado cocodrilo, sin duda hay una afinidad en intención y en extensión.

Caso distinto es el de Navarrete, quien en el prólogo de su eficaz inicio a la letra impresa (tiene toneladas de textos volando en internet, en español y otros idiomas) se declara seguidor de Huerta. Lo bueno es que no sólo decide emularlo, sino que va más allá: sus textos son muy compactos, pero más modernos (pelandrujos, subjetivos, certeros, chilangos, universales, basados en dichos populares o en publicidad bien conocida). El que sean poemas nimios entraña la doble acepción: sin importancia (autoburla a lo Huerta), pero también minuciosos.

Cuando se celebra a un poeta, se le busca continuidad en la obra. La profundidad de Paz hace difícil rastrearlo; la unicidad de Pacheco haría difícil desmarcársele. La forma donde más se le recuerda a Huerta, la de los poemínimos, se muestra en estos dos autores. Verbigracia:

De Navarrete: “Con vencimiento”: “Soy un/ hombre/ de conversiones/ firmes.” “Divorcio”: “Me da/ mucho/ gasto/ que te/ la estés/ paseando/ tan bien/ con mi/ dinero.” “Borrachote”: “Llegó/ a las/ cínico/ de la/ mañana.” “La Biblia”: “El/ libro/ más/ leído/ de/ oídas.”

De Fernández: “1.- Dios es un magnífico pretexto literario. 2.- Se les llama curas porque supuestamente alivian el alma. 3.- Los ojos de agua de la montaña son susceptibles a tener cataratas. 4.- Se trata de un país tan dictatorial que, incluso, los taxis no son libres.”

El reto de la creación breve se divide en dos aspectos: la idea y su desarrollo eficaz. Fernández y Navarrete logran su cometido, si bien el primero tiende más a la narrativa mínima: apenas una línea, por momentos. También representan dos posturas ante la literatura menos comercial; al menos para los editores. Si Pacheco y Sabines venden miles de libros dentro y fuera del país, presumiblemente lo haría algún porcentaje de los poetas vivos, si se les brindara la oportunidad editorial. Si la poesía es difícil de publicar, estos poemas “nímios” todavía más. Fernández recurre a la publicación con apoyo del Fonca, donde una estructura oficial distribuirá y venderá en todo el país. Por su parte, Navarrete acude a la publicación artesanal, la venta de mano en mano y, vista su trayectoria, a los medios electrónicos para difundir estos deleitables textos de mucho ingenio. Los dos caminos son válidos y cada uno tendrá su público.

La literatura ingeniosa, disfrazada de poesía, vive.


Los testimonios de la barbarie

Sergio Gómez Montero


Tzompaxtle,
John Gibler,
Tusquets,
México, 2014.

Varias son las cosas que sorprenden en este libro, comenzando por el tema, fuera de lo común para los lectores del país. Sólo han logrado tratar sobre esa temática, entre otros, Fritz Glockner (escribiendo básicamente sobre la memoria de su padre, un doctor y guerrillero poblano que es asesinado en Popo Park), Alberto Ulloa (Sendero en tinieblas, sus memorias como desaparecido político) o Salvador Castañeda (quien utiliza sus memorias extremas y las lleva a la literatura). Allí, la versión singular y propia de quien escribe (su trayectoria como militante de izquierda), garantiza la veracidad de lo narrado. Pero hacerlo desde la versión periodística (aunque respaldada por veintiún entrevistas que conjuntan treinta horas de grabación) le da otro sentido a lo narrado y lo lleva a uno a preguntarse: ¿qué tan cierto es lo que se describe?

Surge la reflexión anterior porque el periodismo es, quiéralo o no, una visión desde afuera; una tercera persona que implica conflicto, particularmente cuando va de por medio el poder mediático del Estado, cuya compra de conciencias no tiene límites. Pero, digamos, en el caso de Gibler hay muchos datos que garantizan la objetividad y la seriedad de lo que escribe y que uno no duda de calificar como verdadero.

Finalmente está el personaje central –Andrés Tzompaxtle Tecpile–, originario de Veracruz (de una zona náhuatl pura) y militante, desde principios de los noventa, de uno de los grupos más activos y comprometidos de la guerrilla en México (el EPR) y que se ubica indistintamente en los estados de Guerrero y Oaxaca durante dicha época; es decir, es un movimiento armado heredero de las acciones emprendidas indistintamente por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, cuya acción más conocida es la masacre de Aguas Blancas, a raíz de la cual se desenvuelve básicamente la anécdota de este libro que narra, precisamente, la historia de Tzompaxtle, cómo fue que él sufrió detención y tortura por parte de las fuerzas represivas del Estado (representadas en este caso por Inteligencia Militar) y que no flaqueó ni denunció en ningún momento, y finalmente cómo este personaje concreta una fuga casi increíble, hasta, hoy en día, continuar en la clandestinidad (o al menos eso es lo que deja entrever la lectura de este libro).


La palabra de Elenita

Sonia Peña


Viento, galope de agua. Entre palabras: Elena Poniatowska,
Sara Poot Herrera,
UC-Mexicanistas/Oro de la Noche Ediciones/Feria Internacional
de la Lectura Yucatán,
México, 2014.


Sara Poot

Abarcar la producción literaria de Elena Poniatowska no es tarea fácil, no sólo por cuestión de cantidad sino de calidad y, sobre todo, de variedad. La académica Sara Poot Herrera, nacida en Mérida, Yucatán, profesora de tiempo completo en la Universidad de California, Santa Bárbara, emprende la tarea y en 290 páginas pasa de Lilus Kikus (1954) a Leonora (2011). El resultado es un volumen crítico, hasta ahora el más minucioso y completo de los que se han escrito sobre Elena Poniatowska.

El libro se divide en dieciséis apartados y después de una breve presentación de Elena Poniatowska se detiene en su primera obra: Lilus Kikus, “un libro de sueños” en palabras de Juan Rulfo. Sara Poot Herrera parte de la apreciación rulfiana y entreteje aspectos narrativos del primer relato con la novela que aparecerá treinta y cuatro años más tarde, La flor de Lis (1988), observa que allí la autora retoma temas como la infancia y el sentido de la culpa, presentes en gran parte de su producción. Para la crítica, el primer relato de Elena Poniatowska se salta la barda “entre sueño y realidad, entre realidad y ficción, entre el mundo infantil que tiene su propia lógica y el mundo de los adultos que tiene la suya” y esto es lo que hace a lo largo de sesenta años de escritura, ¿no es acaso la literatura de Elena Poniatowska un constante “saltarse la barda”?

Cuando se adentra en La flor de Lis observa que en el proceso de arraigo, Mariana, la protagonista, al optar por la nacionalidad mexicana elige como centro de su ser el Zócalo capitalino, uno de los espacios populares que estarán presentes en la pluma de Poniatowska a lo largo de su extensa carrera, basta recordar su crónica de los plantones después de la elección presidencial de 2006.

La labor de Poniatowska como entrevistadora está presente en el análisis de tres libros fundamentales: Palabras cruzadas, Domingo 7 y Todo México, y se detiene en otros que oscilan entre el periodismo y la literatura: La noche de Tlatelolco, Fuerte es el silencio y Nada, nadie. Las voces del temblor. Estos títulos, resalta Poot Herrera, son los antídotos que Poniatowska utiliza contra un sistema político corrupto y de frágil memoria, imprescindibles a la hora de analizar e interpretar “los signos históricos y literarios” de un país tan complejo como diverso.

La académica repasa con ojo atento “Tlapalería”, “De noche vienes” y defiende el aporte de Poniatowska al cuento mexicano, aunque hasta ahora el público conoce las novelas publicadas por Planeta. Se zambulle en ellas y rinde tributo a Jesusa Palancares, analiza la vida y la obra de Tina Modotti y la de Leonora Carrington y celebra a “Las siete cabritas”, pero no lo hace desde el simple halago, sino desde un análisis inteligente que sienta las bases críticas para los futuros estudiosos de la obra de Elena Poniatowska.

Poot Herrera se extiende sobre el papel de la mujer, el sentido de la culpa, el regreso a la infancia, el exilio, el humor, la denuncia y el compromiso social de la literatura. Cuento, novela, poesía, ensayo, entrevista, crónica, biografía, nada escapa a la lupa de Sara porque es una crítica de hueso colorado, porque sabe escudriñar los vericuetos de la literatura, porque admira el lenguaje popular, porque ama a su país y es consciente de que la inmensa obra de Elena Poniatowska merece un estudio detallado que abarque sesenta años de trabajo ininterrumpido.

En este ensayo, Poot Herrera deleita por la sencillez de su escritura, el lector salta de una página a otra sin darse cuenta que está ante un riguroso estudio literario, y este don se agradece porque escasea en el acartonado mundo académico. Más que escrito en la soledad del cubículo, parece dictado por la cálida brisa del mar de Yucatán. El libro de Sara es una síntesis entre crítica y poesía, la mirada justa y lúcida que estaban esperando los lectores de Elena Poniatowska.



Democracia ética. Una propuesta para las democracias corruptas,
Óscar Diego Bautista y Txetxu Ausín (compiladores),
Instituto Electoral del Estado de México,
México, 2014.

Tanto el título como lo que se postula en calidad de intención fundamental de este conjunto de ensayos, no pueden sino mover a encomio: quién, que viva en este país y necesariamente padezca –salvo aquellos que más bien saquen personal provecho– las desgracias de todo tipo, emanadas de un sistema que de democrático suele no tener nada salvo el nombre, no apreciaría las bondades de una democracia basada en el ejercicio de la ética, entelequia total en cuya ausencia tenemos, y ni siquiera lo suficientemente confiable como de sobra se sabe, apenas un sistema electoral al que se ha querido ver y tener como sustituto válido de una democracia plena; es decir, y para que cierre bien el uroboro, una democracia que no se agote ni se limite a lo meramente electoral. Así las cosas, es agridulce, por decir lo menos, la sensación que resulta de leer este libro y encontrar en él bondades teóricas y propuestas plausibles, tocantes unas, derivadas otras, de la necesidad harto evidente de acabar con la corrupción endémica que, no de ahora sino desde ya muy larga data, ha hecho metástasis en el cuerpo entero del Estado mexicano; agridulce, se decía, porque la realidad impide soslayar esa especie de contradicción que hay entre propuesta y proponente, y háblase aquí de los editores responsables más que de quienes firman el libro en calidad de compiladores: de los primeros, porque se trata del Instituto Electoral del Estado de México, sobre del cual pesa –no de manera particular quizá, pero sí de modo general– el sambenito, mediático y de vox populi, de ser una más entre las muchas entidades del sistema democrático mexicano transidas precisamente de aquello que reza el subtítulo del volumen. De los segundos, porque en un conjunto de seis textos compilados, sucede que hasta en tres ocasiones han cometido la inelegancia de compilarse a sí mismos –es decir, si de compilación se trata y no de antología biautoral con tres autores invitados.

La forma y el fondo, que decía don Jesús Reyes Heroles...